¿Cuánto es capaz de soportar una persona? ¿Dónde está el límite de un ser humano? ¿En qué punto la cordura decide hacerse la loca por no poder más? ¿Es infinita la resiliencia? Sí, siento escribir hoy así. No te preocupes por mí. No he perdido la fe; y la esperanza, aunque difícil, sigue formando parte del horizonte.
Pero es dura tanta intemperie. No está bien la situación por aquí. Las bandas siguen aterrorizando la capital, extendiendo cada vez más sus tentáculos. Familias rotas, niños que crecen viendo el horror, mujeres violadas, madres que pierden a sus hijos, hogares ardiendo… El sinsentido de la violencia, que no conduce a ninguna parte.
Nos encontramos con gente que llega a las provincias, a estas esquinas del país todavía libres de tiros y barbarie. Huyen con lo puesto. Han tenido que salir rápido, buscando un lugar más seguro. Pero aquí se encuentran intemperie. Seguro que alguien se estrecha más y comparte ese techo destartalado, hay suelo para todos. Pero es otra la intemperie, la de mirar al cielo y que no llueva a su tiempo, o que la lluvia arrase con todo porque no hay raíces que aguanten la tierra. La de no encontrar agua para beber. La de morir con dolor, o que el dolor te mate poco a poco. La de recorrer cada día kilómetros bajo el sol. La del hambre. La de ver a tu hijo morir de hambre. Desprovisto de todo cobijo, de todo seguro, solo queda la voluntad férrea de quien sigue enfrentándose a la dura intemperie, pala, azada o lápiz en mano. Quizá experimentando que solo se halla al resguardo del Otro, de Bondye.