Es bueno avergonzarse - Alfa y Omega

La vergüenza no oculta, no enmascara, no esconde. La vergüenza, privada o pública, personal o comunitaria, es la consecuencia directa y emocional de una falta, de una humillación, de una indignidad. Y la emoción va intrínsecamente unida a la humanidad. No somos seres inertes. Reaccionamos física y psíquicamente ante los sucesos. Nos angustiamos y hasta nos duele el estómago cuando vemos sufrir a un niño. Reímos hasta la lágrima con una ocurrencia. Nos enfadamos y nos duele la cabeza por una discusión o ante una injusticia. Y sí, nos avergonzamos y descomponemos ante el pecado. Ante el nuestro y también ante el de nuestros hermanos. La vergüenza no elimina el crimen; tampoco las frases públicas condenatorias. Pero nos hace compañeros de viaje. Nos compromete a la reparación. Nos empuja a nombrar —lo que no se cuenta, no existe— lo que querríamos que jamás hubiese ocurrido pero que no hemos podido evitar, porque la tiniebla solo puede ser vencida por la Luz. Por eso nos avergonzamos de los abusos cometidos en el seno de la Iglesia y por eso «no hay palabras suficientes para expresar cuánto lo lamentamos», como aseguró el cardenal Omella en la apertura de la Plenaria.