Érase una fe, historias de cristianos perseguidos. «Tienes que amar incluso a los que te persiguen» - Alfa y Omega

Érase una fe, historias de cristianos perseguidos. «Tienes que amar incluso a los que te persiguen»

Durante 84 minutos, el espectador recorrerá miles de kilómetros en bicicleta con Charles y Gabriel, dos jóvenes franceses que viajan por todo el mundo recogiendo testimonios de católicos perseguidos y olvidados. El título del documental: Érase una fe

José Calderero de Aldecoa
Escena de la película-documental Érase una fe.

Dos jóvenes veinteañeros se embarcan en una heroica vuelta al mundo, durante un año, en bicicleta, con el único objetivo de encontrarse con su fe en los rincones más apartados del planeta, con la intención de visitar a los pequeños grupos católicos que resisten en los lugares más difíciles, para encontrarse con las comunidades que dos mil años después de Jesús siguen siendo perseguidas y hostigadas.

Charles, de 23 años, y Gabriel, de 25, se dan cuenta de que no necesitan palabras para entenderse: «Éramos diferentes en todo, no compartíamos nada, aparte de la oración. Incluso sin hablar su idioma, durante la oración, ¡nos sentíamos tan cercanos!». Era como estar en casa. «Vayamos donde vayamos, nunca nos falta pan. Alguien se ocupa de nosotros». Es asombroso y magnífico «estar en una parroquia que no conoces, con un cura que te sonríe y que te acoge sin preguntarte nada, seas cristiano o no».

Pero, sin duda, entre los testimonios que más llamaron la atención a los protagonistas del documental, y a los espectadores que el pasado jueves abarrotaban la sala del cine, destaca el de aquellos católicos que, habiendo sido perseguidos, tiroteados, bombardeados u hostigados, a pesar de ello, lucían una sonrisa en sus rostros y ofrecían palabras de perdón y de amor a sus verdugos.

Al final del Gloria, estalló la bomba

«Cuando estalló la bomba caí al suelo; cuando abrí los ojos, sólo vi a dos personas, mi mujer en llamas y mi hijo muerto. Es todo lo que recuerdo, después, me desperté en el hospital. Se lo perdono porque es la voluntad de Dios, ¿verdad? Después de este accidente tuve que recapacitar sobre mi vida. Me di cuenta hasta qué punto Dios estaba presente en todos mis sufrimientos, Dios estaba conmigo y trabajaba en mí», relata un católico nepalí con media sonrisa en la cara que expresa la paz interior que siente.

Fotograma de la película-documental Érase una fe.

Otro de los presentes y supervivientes del trágico suceso es un fraile, que salvó la vida de milagro: «Al final del Gloria, la bomba estalló. Estaba una fila detrás de la explosión. Toda la gente que estaba delante de mí, murió. […] No conocemos los detalles de sus reivindicaciones. Aunque quería odiar al culpable, que es natural, inconscientemente empecé a perdonárselo. También dudaba de la presencia de Dios: ¿Dónde está Dios cuando pasan estas cosas?» Incluso en estos momentos difíciles, he podido experimentar su amor. He sentido que estaba cerca de mí, aunque yo dudara de Él».

Prendieron fuego a la iglesia

112 días después de salir en bicicleta desde París, Charles y Gabriel llegan a Orissa, donde, un año antes, los cristianos habían sufrido diversos ataques. Desde 2008, se han ido sucediendo este tipo de persecuciones. En Kandhamal, los extremistas hindúes causaron un centenar de víctimas y obligaron al exilio a unas 56 mil personas. Al menos 5.600 hogares en 415 poblados fueron incendiados y unas 10 mil personas aún hoy no tienen hogar a causa de esa tragedia.

Uno de los protagonistas pregunta a un lugareño: «¿Sientes rabia?» —«No»; —«¿Por qué?» —«Con la rabia no se consigue nada. No me sentiría en paz». Jesucristo «nos ha enseñado el amor al prójimo. Tienes que amar incluso a los que te persiguen; por eso seguimos amándolos». —«¿No estáis furiosos?» —«No, claro que no».

Los atacantes eran unos 200 y llegaron hacia las 11 de la noche. «Se dividieron en dos grupos. Algunos fueron a estropear la gruta, los demás destrozaron la iglesia. Le prendieron fuego a la iglesia. También destrozaron el edificio y todo el tejado», relata uno de los supervivientes. A pesar del trabajo que en este lugar se hace con los pobres de la religión mayoritaria allí, el hinduísmo, los extremistas no tuvieron compasión: «Formamos parte de la congregación fundada por la Madre Teresa, las Misioneras de la Caridad —prosigue el testigo—. Trabajamos aquí con los pobres, desde hace unos 26 años; nunca hubiera imaginado que nuestra institución pudiera ser atacada. Nos acusan de convertir, pero nunca hemos convertido a nadie. Cuidábamos de la gente, sobre todo de los hindúes. De los 33 pacientes que teníamos cuando sucedió el ataque, sólo uno era católico, el resto eran hindúes. Realmente no me esperaba el ataque, pero sucedió».

Pero no sólo está marcada por la persecución y la violencia la vida de estos católicos. La falta de medios y de oportunidades también es una triste realidad. En las montañas tibetanas, los católicos tienen que andar hasta 8 y 9 horas para poder asistir a la Misa del domingo. En Orissa, 40 familias viven en un campo de refugiados, sin posibilidad de trabajo y con la ayuda de organizaciones humanitarias, que les suministran comida, agua y medicamentos. En Argelia, un monje continúa el legado de sus compañeros mártires, retratados en la película De dioses y hombres

Está ocurriendo. Hoy.