Para entender, en todas sus posibles acepciones, qué son las periferias de las que habla el Papa Francisco, viene bien echarle un vistazo a estas Entrevías, originales de Telecinco y que han roto todos los índices de audiencia de una serie española en Netflix. Con un José Coronado como icónico abuelo, la serie nos cuenta una historia que se mueve en los márgenes, con unos trenes omnipresentes como metáfora de una vida que pasa, a veces demasiado deprisa y no siempre en el raíl que toca. Ambientada en el popular barrio madrileño, la serie fue motivo de polémica en su estreno porque los propios vecinos se quejaban ante la imagen estereotipada que la serie arrojaba sobre ellos. La productora incluyó un mensaje en los episodios donde se nos recuerda que «los personajes, lugares y hechos retratados en la serie son completamente ficticios y no tienen nada que ver con la realidad del barrio». Una especie de excusatio, en este caso pedida, que en realidad ha sido un cambiar nada para que nada cambie, porque en las dos temporadas desfilan todo tipo de gentes de mal vivir.
La historia gira en torno a un rudo y veterano de guerra llamado Tirso (José Coronado), que regenta una ferretería y que se ve involucrado en un asunto turbio de tráfico de drogas en el que en realidad se mete su nieta Irene (Nona Sobo). La serie, José Coronado aparte, es una obra coral en la que destaca un Luis Zahera en estado de gracia y que, por lo demás, transita entre el quiero y no puedo de un planteamiento interesante que no acaba de profundizar en el inframundo que ofrece. Los estereotipos sobre Entrevías, azotado por la plaga de la droga y la delincuencia en los 80, son pobres, como lo son también los de la corrección política. El éxito, más de público que de crítica, asegura una tercera temporada. Habrá que ver qué vía coge y si el viaje, que en sí mismo siempre merece la pena, nos lleva esta vez a algún destino mejor.