Entrar en el Reino de Dios
26º domingo del tiempo ordinario / Evangelio: Marcos 9, 38-43. 45. 47-48
En el camino hacia Jerusalén iniciado en el Evangelio dominical hace varios domingos, Jesús continúa su enseñanza acerca del sentido de su Pasión y del significado del Reino de Dios. En el pasaje que esta semana escuchamos, el Señor va a presentar también un modelo de vida, tanto personal como comunitario, a través de instrucciones concretas en las que se ocupa de distintos temas útiles para la vida del discípulo. En cuanto al estilo del lenguaje adoptado, destacan el carácter directo y las expresiones dramáticas, sobre todo en la descripción del futuro que aguarda a los que escandalizan o se acomodan en el pecado. Lejos de pretender una automutilación, el Señor quiere presentar de un modo claro las exigencias del seguimiento a su persona, indicando, en este sentido, que para quien quiera ser su discípulo no es posible diálogo alguno con el mal.
Milagros en su nombre
En tiempos de Jesús no era infrecuente que aquel que realizara alguna proeza lo hiciera en nombre de alguien. Esta es la situación que explica Juan a Jesús al afirmar que «hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no viene con nosotros». La actitud de Juan refleja, en cierto modo, la misma comprensión de poder y prestigio a la que aspiraban los discípulos en el pasaje del domingo pasado, cuando discutían quién era el más importante. Juan siente ahora que quienes utilizan el nombre de Jesús para realizar exorcismos están usurpando su nombre y, por lo tanto, la condición de discípulo. Igualmente, la respuesta de Jesús –«el que no está contra nosotros está a favor nuestro»– guarda correspondencia con la afirmación: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos».
Así pues, a través de esta discusión, este episodio va a situar ante nosotros una manifiesta llamada a la unidad. La principal misión del Señor, de la cual van a participar sus discípulos, es la salvación del hombre, en la cual la expulsión de demonios representa el dominio de Jesús sobre cualquier mal que aceche al hombre. Por consiguiente, todo aquel que colabore en la eliminación de cualquier circunstancia que esclavice y oprima al hombre está cooperando en la misión del Señor y no puede ser considerado como competidor o contrincante.
Fiel a este modo de proceder del Señor, también hoy la Iglesia busca aunar esfuerzos con quienes buscan lo mejor para el hombre; asimismo considera necesario establecer un diálogo sincero con quienes, incluso no compartiendo muchas de nuestras creencias, trabajan por la eliminación de cualquier mal en la sociedad. Por eso estamos llamados a evitar cualquier rechazo a quien, aun no haciendo las cosas conforme a mi modo de actuar, o no teniendo la misma sensibilidad o visión de la vida en todos los aspectos, trabaja por el bien de los demás. De lo contrario, corremos el riesgo de poner freno a la acción del Espíritu Santo, que es capaz de superar siempre nuestros programas, cálculos o previsiones.
La lucha contra cualquier mal
Si es necesario trabajar a una para buscar la salvación del hombre, la otra cara de la moneda es el completo rechazo o intolerancia del Señor ante el pecado, ya sea propio o inducido a otros. Jesús utiliza palabras especialmente duras contra quienes pueden ser ocasión de pecado para los demás, buscando proteger de modo particular a los pequeñuelos, personas más débiles en la fe y más vulnerables ante el mal, ya sea por corta edad, debilidad o sencillez.
Con respecto al pecado personal el Señor toma imágenes corporales, ya presentes en otros pasajes bíblicos conocidos anteriores, que representan la capacidad de movimiento, de acción o de deseo. En resumen, Jesús quiere mostrarnos que seguirle a Él no admite dudas, sino una firme decisión y radicalidad, reflejadas en las difíciles palabras que nos permiten ver el profundo daño que causa cuanto nos separa de Dios.
En aquel tiempo, Juan dijo a Jesús: «Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no viene con nosotros». Jesús respondió: «No se lo impidáis, porque quien hace un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro. Y el que os dé a beber un vaso de agua porque sois de Cristo, en verdad os digo que no se quedará sin recompensa. El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te induce a pecar, córtatela: más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos a la gehenna, al fuego que no se apaga. Y, si tu pie te hace pecar, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida, que ser echado con los dos pies a la gehenna. Y, si tu ojo te induce a pecar, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios, que ser echado con los dos ojos a la gehenna, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga».