«En las tempestades de la vida lo esencial es que Dios nos ama»
Francisco preside una multitudinaria ceremonia de canonización por la que la Iglesia suma diez nuevos santos
Desde este domingo la Iglesia católica cuenta con diez nuevos santos, diez primeros espadas de la fe que han subido a los altares en una ceremonia como hace mucho tiempo no se vivía en Roma. El Papa Francisco, pese a sus problemas en la rodilla, ha hecho un esfuerzo y ha presidido esta canonización por la que se han convertido en santos Carlos de Foucauld, Tito Brandsma, Lázaro Devasahayam, César de Bus, Luis María Palazzolo, Justo María Russolillo, María Rivier, María Francisca de Jesús Rubatto, María de Jesús Santocanale y María Doménica Mantovani. Cuatro mujeres y seis hombres que Francisco en su homilía ha propuesto como ejemplos de una vida «sin buscar ninguna gloria mundana»: «Nuestros compañeros de viaje, hoy canonizados, vivieron la santidad de este modo, se desgastaron por el Evangelio abrazando con entusiasmo su vocación, –de sacerdote, de consagrada, de laico–, descubrieron una alegría sin igual y se convirtieron en reflejos luminosos del Señor en la Historia».
Unos 60.000 fieles han asistido a esta celebración en la plaza de San Pedro, entre ellos, autoridades de los países de origen de los nuevos santos. Francisco ha pronunciado una homilía centrada en el mandamiento nuevo. «Amaos los unos a los otros como yo es he amado» es, según ha destacado el Papa, «el criterio fundamental para discernir si somos verdaderamente sus discípulos o no».
Ha proseguido su homilía analizando los dos componentes del mandamiento, es decir, el amor de Jesús y el amor que Él nos pide que vivamos. De este modo, ha explicado que Jesús nos dejo esta regla de vida precisamente cuando supo que le iban a traicionar, en ese trágico momento «confirmó el amor por los suyos» porque «en las tinieblas y en las tempestades de la vida lo esencial es que Dios nos ama». Francisco ha insistido en que Dios nos ama primero, no por nuestros talentos o méritos, sino porque su amor es incondicional y gratuito: «En el origen de nuestro ser cristianos no están las doctrinas y las obras, sino el asombro de descubrirnos amados, antes de cualquier respuesta que nosotros podamos dar». «El Evangelio nos recuerda la verdad de la vida, que somos amados», un amor sin condiciones distinto a las propuestas del mundo para el que «solo valemos si producimos resultados», ha subrayado el Papa.
Por eso, es necesario descartar la idea de que la santidad se alcanza por los propios esfuerzos o «por realizar obras buenas». Porque así «hemos erigido un ideal de santidad basado excesivamente en nosotros mismos, en el heroísmo personal, en la capacidad de renuncia, en sacrificarse para conquistar un premio», ha insistido Francisco que también ha lamentado que, de acuerdo con este pensamiento, hayamos hecho de la santidad «una meta inalcanzable porque la hemos separado de la vida de todos los días, en vez de buscarla y abrazarla en la cotidianidad, en el polvo del camino, en los afanes de la vida concreta y, como decía santa Teresa de Ávila, “entre los pucheros de la cocina”».
La santidad consiste en «dejarse transfigurar por la fuerza del amor de Dios». Esa fuerza predispone para amar a los demás como Jesús ha amado y «porque Él nos ha amado». A partir de ahí, el Santo Padre ha explicado qué significa vivir este amor. «Amar significa esto: servir y dar la vida. Servir significa no anteponer los propios intereses, desintoxicarse de los venenos de la avidez y la competición, combatir el cáncer de la indiferencia y la carcoma de la autorreferencialidad, compartir los carismas y los dones que Dios nos ha dado», ha asegurado. Una frase que ha concentrado en una pregunta: «¿qué hago por los demás?». Según ha explicado, «la santidad no está hecha de algunos actos heroicos, sino de mucho amor cotidiano», de vivir «las cosas ordinarias de cada día con espíritu de servicio, con amor y silenciosamente, sin reivindicar nada». A vivir esta realidad ha invitado Francisco en esta homilía que ha concluido recordando que «todos estamos llamados a la santidad, a una santidad única e irrepetible».