En Juan el hombre suplica - Alfa y Omega

En Juan el hombre suplica

Viernes de la 2ª semana de Adviento / Mateo 11, 16-19

Carlos Pérez Laporta
Iglesia de Pittenhar, Alemania. Foto: Bratispixl.

Evangelio: Mateo 11, 16-19

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:

«¿A quién se parece esta generación?

Se asemeja a unos niños sentados en la plaza, que gritan diciendo: “Hemos tocado la flauta, y no habéis bailado; hemos entonado lamentaciones, y no habéis llorado”.

Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: “Tiene un demonio”. Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: “Ahí tenéis a un comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores”.

Pero la sabiduría se ha acreditado por sus obras».

Comentario

Con la imagen de estos niños Jesús se sitúa junto a Juan el Bautista frente a esta generación que no ha sabido comprenderles. Al hacerlo unifica su ministerio en las dos fases que Juan y Él realizan; ambos son «la sabiduría [que] se ha acreditado por sus obras».

«Hemos entonado lamentaciones, y no habéis llorado», gritan los niños de la plaza. Se refiere con ello a «Juan, que ni comía ni bebía», por lo que esta generación le condenó diciendo «Tiene un demonio». Juan no comía ni bebía, hacía ayunos y se abstenía de alcohol. El Reino de Dios en Juan se apunta en un sentido negativo: el Reino de Dios es lo que el hombre por sí mismo no puede hacer, porque Dios es lo que el hombre no es y no puede llegar a ser por sus fuerzas. En Juan Dios está totalmente por venir, no hay nada actual que le haga presente. En Juan el hombre suplica, pordiosea, se lamenta y llora.

Solo quien llora con Juan es capaz de recibir la alegría del Reino en Jesús. Solo quien asume la pobreza del hombre percibe la riqueza de Cristo. Pero esta generación autosatisfecha consideró a Juan un exagerado. Porque no se lamentó con Juan no pudo gozar con Jesús: «Hemos tocado la flauta y no habéis bailado», gritan los niños. Se refieren a «Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: “Ahí tenéis a un comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores”». Jesús estuvo en el desierto, como Juan. Vio la impotencia del hombre. Pero después dejó que el Espíritu llenase cada pliegue de su humanidad. En Jesús todo en la tierra se ve plenificado por la presencia de Dios. Dios es el gozo del hombre en la vida del hombre. La gloria de Dios es el hombre viviente, decía Ireneo, y la vida del hombre consiste en ver a Dios.