En las sociedades occidentales la cuestión religiosa se asocia hoy, en el mejor de los casos, a lo emotivo, a lo sentimental, al consuelo ingenuo o voluntarista que algunos buscan ante una realidad hostil y desesperanzadora. Lo religioso puede ser algo respetable, incluso un complemento interesante para oxigenarse un poco, como muestran tantas ofertas espirituales de moda. Cualquier cosa menos reconocer el lugar que le corresponde en la experiencia humana. La cuestión religiosa es la cuestión suprema de la razón, es la pregunta inextirpable por la trama de nuestra vida: por qué nos movemos, por qué amamos, por qué sufrimos, por qué resulta insuficiente todo para colmar el corazón humano. En definitiva, coincide con la exigencia de significado que alienta en cada uno de nuestros pasos.
Benedicto XVI explicó en el colegio de los Bernardinos de París que el motor de la cultura europea ha sido el quaerere Deum, el buscar a Dios, no fuera, sino dentro de la realidad. Y así, dicha búsqueda ha impulsado también las artes, las ciencias, el derecho y la política. Cuando san Pablo llegó al Areópago ateniense fue acusado de ser «un predicador de divinidades extranjeras»; algo así le podrían decir hoy a cualquier cristiano que pretenda mentar el nombre de Dios de una forma que no sea folclórica, en cualquier foro público europeo. Pablo replicó a sus acusadores: «He encontrado entre vosotros un altar en el que está escrito: “Al Dios desconocido”; pues eso que veneráis sin conocerlo os lo anuncio yo». Benedicto XVI aclaró que Pablo no anunciaba «dioses desconocidos» (la quincalla hoy habitual en tantas ofertas espirituales), sino a Aquel que los hombres ignoran y, sin embargo, de algún modo, ya conocen.
Y se atrevió a afirmar ante las grandes autoridades de la política, la ciencia y la cultura europea que «lo más profundo del pensamiento y del sentimiento humano sabe, en cierto modo, que Él tiene que existir, que en el origen de todas las cosas debe estar no la irracionalidad, sino la Razón creadora; no el ciego destino, sino la libertad». Europa no saldrá de su cansancio, de su confusión y de su pereza si no recupera esa búsqueda que es su alma más profunda.