En Chocó (Colombia), la paz se construye contando eso «de lo que nunca hablaste»
El proyecto Tejedoras de Paz, de Proclade, promueve ODS como la igualdad de la mujer en una región marcada por el conflicto en Colombia
En 1997, «todas las familias» del municipio de Carmen de Atrato, en el Chocó (Colombia), «tuvieron que salir del territorio» por la violencia entre las FARC y los grupos paramilitares. Aunque intentaron volver, en 2001 hubo otro desplazamiento. Lo narra Ana Luisa Ramírez Flores, que además tuvo que huir un tiempo de la región porque otros jóvenes con los que compartía compromiso social estaban siendo asesinados. «Y yo estaba en la lista».
Ahora es promotora comunitaria en el municipio de Riosucio, y hace de enlace entre la Fundación Proclade, de los claretianos, los consejos comunitarios y los resguardos indígenas. A pesar de la disolución de las FARC, en la zona siguen presentes otros grupos, paramilitares o vinculados al narcotráfico. Las comunidades, mayoritariamente afrodescendientes e indígenas, «no tienen seguridad para volver» a sus lugares de origen ni medios para subsistir en ellos. La amenaza constante de un nuevo desplazamiento desincentiva la agricultura, y las restricciones a los movimientos impuestas por las bandas impiden el comercio.
Sin embargo, nada de esto ha impedido que en la región del Bajo Atrato, en Chocó, se den algunos avances en la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) número 16 (promoción de sociedades pacíficas) y 5 (igualdad entre los sexos). Esto ha sido posible gracias a los proyectos de Proclade, con apoyo de la Agencia de Cooperación Asturiana y del Ayuntamiento de Segovia.
«No todo es guerra»
El proyecto Tejedoras de Paz, puesto en marcha hace ocho años por la fundación claretiana, ha ofrecido a un centenar de mujeres de Riosucio un itinerario de sanación. En pequeños grupos con apoyo psicosocial, y mediante técnicas artísticas, se las fue invitando a «sacar todo lo que llevaban dentro, lo que les pasó, y de lo que nunca habían podido hablar», explica Ana Luisa: la muerte de maridos e hijos, la violencia sexual o cómo los grupos armados les exigían cocinar o lavar para ellos. De este proceso salieron dibujos y manualidades como colchas, que ahora lucen en la parroquia de Nuestra Señora del Carmen.
Al terminar el itinerario han podido entender que «no todo es guerra, que también nosotras podemos empezar a hablar diferente, en positivo; a educar a nuestros hijos de otra manera. Y que este conflicto puede acabar». También han abordado cuestiones relativas a los derechos de las mujeres, y han empezado a participar en la discusión de temas políticos y sociales, algo que antes nunca ocurría. Incluso se han implicado en la elaboración de una política pública para las mujeres del Bajo Atrato, «enfocada desde nuestras necesidades».
«Vamos muy retrasados» con los ODS, subrayó durante el evento de Redes y JCoR Miguel Ángel Moratinos, alto representante de las Naciones Unidas para la Alianza de Civilizaciones (UNAOC). Si bien «hay una mayor concienciación en la opinión pública internacional», eso no es suficiente, añadía a Alfa y Omega. «No basta con llevar esa rueda de colores», símbolo de la Agenda 2030; hay que «poner en marcha políticas que erradiquen el hambre, la pobreza, que eduquen, que garanticen la salud». La pandemia de COVID-19 ha supuesto un duro golpe, pero el retraso «era ya obvio antes; los que venimos analizando las contradicciones del sistema de gobernanza mundial éramos conscientes». Lamenta, además, que al priorizar objetivos como la lucha contra el cambio climático se hayan descuidado los demás.
El exministro de Asuntos Exteriores y Cooperación de España subraya que los líderes, organizaciones e instituciones religiosas «tienen un papel fundamental en la nueva agenda de justicia, prosperidad y sostenibilidad». Sus aportaciones como miembros de la sociedad civil «inspiraron mucho algunas de las propuestas» durante la redacción de los ODS. También a la hora de implementarlos, su labor «ha sido esencial». La COVID-19 «ha demostrado que en momentos de angustia, confusión y fracturación, han asumido una enorme responsabilidad y han contribuido a mitigar» el daño.
Por todo ello Moratinos, admirador de la encíclica Fratelli tutti del Papa Francisco, lamenta insistentemente que «las cuestiones espirituales, éticas y morales no están suficientemente recogidas» en la Agenda 2030. «¿Simplemente con avances científicos, médicos o tecnológicos vamos a ser capaces de aplicarla de manera positiva?». Escéptico, subraya que «es aquí donde el elemento moral, ético y espiritual debe ocupar y exigir su lugar». Que sea «objeto de mayor atención y movilización» es clave «para que podamos llegar a 2030 con los deberes cumplidos».
Otra rama del proyecto, prosigue la promotora comunitaria, ha sido capacitar a 70 de ellas, cabezas de familia «porque sus maridos fueron muertos», para poner en marcha pequeños negocios como huertos o «un mercadito» en territorio indígena para evitar que cualquier compra requiera un día de viaje en bote. Es solo una muestra de cómo las congregaciones religiosas están contribuyendo a lograr los ODS y la Agenda 2030 en todo el mundo. El lunes se ofrecieron varios ejemplos más en el encuentro Fe sin fronteras: alianzas de gobiernos y organizaciones católicas para reducir las desigualdades para la era post-COVID, organizado por la plataforma Redes (Red de Entidades para el Desarrollo Solidario) y la Coalición de Religiosos por la Justicia (JCoR por sus siglas en inglés) en paralelo al Foro Político de Alto Nivel que evalúa cada año los avances en los ODS.
«Un signo de los tiempos»
El claretiano Miguel Ángel Velasco, miembro del equipo de los claretianos para la ONU, explica a Alfa y Omega que la Agenda 2030 es fruto de una explosión de iniciativas, encuentros y cumbres que comenzó en 1990 para «buscar un nuevo horizonte para la ONU». Un itinerario en el que las congregaciones católicas, las ONG vinculadas a ellas y otras organizaciones de distintas religiones han estado muy implicadas. Durante la elaboración de los borradores, se organizaron «cursos y talleres» impartidos por distintas universidades y ONG, que además elaboraron informes para los diplomáticos implicados en la redacción.
Para el religioso, a pesar de que «por supuesto no es perfecta», la agenda 2030 «es un signo de los tiempos», mediante el cual el Espíritu Santo anima a «trabajar junto con otras congregaciones, con otras religiones y con las personas de buena voluntad por un mundo mucho más justo». Una labor que la Iglesia viene realizando desde hace siglos, pero que ahora cuenta con un horizonte común y compartido con otros; «una especie de ágora, en la misma clave que la Iglesia en salida». Esto facilita el trabajo de las entidades religiosas, al ofrecerles un marco en el que establecer alianzas y conseguir con más facilidad recursos públicos para su labor, que prácticamente siempre se puede traducir en uno o varios ODS.
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