Con ocasión de la fase diocesana del próximo Sínodo, algunos medios de comunicación se hicieron eco de determinadas reivindicaciones que pedían el sacerdocio femenino. Son peticiones que algunos consideran legítimas, pero, en el modo de proponerlas, da la impresión de que ven a la Iglesia como una organización humana, o consideran que la mujer y el papel fundamental que ha jugado en la historia del cristianismo no han sido reconocidos en todo lo que valen.
Muy pronto se han olvidado de lo que escribía el Papa Francisco en Gaudete et exsultate: «Aun en épocas en que las mujeres fueron más relegadas, el Espíritu Santo suscitó santas cuya fascinación provocó nuevos dinamismos espirituales e importantes reformas en la Iglesia». Y por ello conviene preguntarse: ¿qué idea del sacerdocio tienen estas personas? ¿No es esta una forma muy clerical de entender el papel de la mujer en la Iglesia? Y, sobre todo, ¿por qué no se habla más de santidad?
Porque precisamente es a la santidad, como la meta más alta de la vida de un cristiano, a lo que aspiraron las mujeres que, en el siglo XIII, entregaron su vida a Cristo pobre y crucificado siguiendo el modo de vida de Clara de Asís. Muchas de estas mujeres procedían de la nobleza. Se puede decir que tenían todo aquello que podían desear, aunque también es cierto que muchas de ellas debían contraer matrimonio concertado por los padres, porque así lo exigían la razón de Estado o las alianzas feudales. Sin embargo, fueron atraídas por el «ardiente deseo del Crucificado pobre» y vivieron en una libertad interior que ayudó a que cada una fuese ella misma.
Este fue el caso de Inés de Bohemia, prometida por su padre en matrimonio al menos en tres ocasiones. Cuando estos intentos fracasan, su familia concierta una nueva boda con el recién enviudado emperador Federico II. Mientras su padre negocia la boda de su hija, ¿qué hace Inés? Todas las mañanas sale del palacio, vestida como una pobre, para poder rezar en la iglesia como una más entre el pueblo. Decide entonces renunciar al matrimonio con Federico II y acude a Gregorio IX, el gran amigo y protector de san Francisco. El Papa bendice el propósito de la joven e Inés entonces comunica su decisión a su hermano el rey Wenceslao, quien había sucedido en el trono a su padre, el rey Otakar.
Inés comienza a llevar una vida dedicada exclusivamente a Dios. Hace penitencia, ora y atiende a los pobres. Vende todos sus bienes y promueve la construcción de un hospital para atender a los más necesitados, que entonces eran los leprosos. Después, promueve la edificación de un convento para los frailes menores y un monasterio para las monjas reclusas de la Orden de San Damián, como eran conocidas las clarisas. Y así, el 11 de junio de 1234 Inés de Bohemia entra en el monasterio fundado por ella.
Cada una de las historias que Chiara Giovanna Cremaschi nos cuenta en este fabuloso libro nos enseñan que el verdadero poder es ser el último y el servidor de todos; que la mayor riqueza es seguir a Cristo pobre y no tener nada propio. Las hijas de santa Clara, las de entonces y las de ahora, con su oración, sostienen a la Iglesia y, mientras el mundo duerme, ellas velan. Con su vida oculta y callada nos enseñan lo único necesario, el amor a Cristo.
«Ama totalmente a quien totalmente se entregó por amor: a Aquel cuya hermosura admiran el sol y la luna, cuyos premios no tienen límite… Adhiérete a su Madre dulcísima, que engendró tal Hijo, a quien los cielos no podían contener» (Tercera carta de santa Clara a Inés).
Chiara Giovanna Cremaschi
BAC
2022
344
21 €