Elección y misión de los apóstoles
15º domingo del tiempo ordinario / Evangelio: Marcos 6, 7-13
Tras la contemplación, durante varias semanas, de distintos milagros, ahora nos adentramos en la relación de Jesús con sus discípulos. En concreto, en este domingo vamos a ver al Señor enviando a los doce a su primera misión. Los apóstoles son destinados a anunciar, a través de la predicación en nombre de Jesucristo, la llegada del Reino de Dios. Y, siguiendo la dinámica de las semanas pasadas, esa proclamación estará estrechamente ligada con la expulsión de demonios y con la curación de enfermos. Una interesante novedad que distingue el modo de actuar de Jesús con respecto al de los profetas del Antiguo Testamento es que el profeta era llamado por Dios, pero no escogía por propia iniciativa discípulos para colaborar en su misión. Jesús, en cambio, desde el comienzo de su vida pública quiere implicar a sus amigos en esta tarea, motivado no por una necesidad, sino porque desea que compartan con Él la misión y, sobre todo, la vida, puesto que en Jesús no podemos separar la identidad de la misión. Así pues, sus discípulos no son únicamente unos conocidos a los que les encomienda una tarea precisa durante un tiempo limitado. Por el contrario, la misión que Jesús encarga a los apóstoles surge de un profundo conocimiento y amor mutuo previo, cualificando la tarea de enviados, que es precisamente el significado etimológico de la palabra apóstoles.
Las exigencias de la misión
El pasaje evangélico busca destacar el estrecho vínculo entre el comienzo del ministerio apostólico y el inicio del anuncio del Reino de Dios por parte de Jesús, que había tenido lugar con el mandato «convertíos y creed en el Evangelio» del comienzo del libro. Por eso Marcos incide ahora en que los doce salen «a predicar la conversión», es decir, un cambio radical de vida que, sin duda, ha de afectar, en primer lugar, a ellos mismos. Con esto se pone de relieve la continuidad y la identidad con la misión del Señor. Junto con la predicación, Marcos afirma que «echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban». No es suficiente, por tanto, con anunciar el Evangelio. El cometido apostólico lleva consigo la realización de acciones significativas para que todos puedan constatar que el Reino de Dios ha llegado. El pasaje destaca, además, que Jesús «los fue enviando de dos en dos», según la costumbre habitual entre los judíos. El anuncio en grupos de dos concuerda con una tradición anterior, pero también es un estímulo y ayuda para la evangelización. Asimismo, el Evangelio quiere poner de manifiesto que pocas cosas hacen falta para ponerse en camino: un bastón, sandalias y ni siquiera túnica de repuesto, destacando así, al igual que en otros pasajes, el abandono en la providencia de Dios, el desprendimiento que debe caracterizar a quien se encamina a la misión y la exigencia de vivir desapegados de las comodidades o de los bienes materiales, necesarios únicamente como instrumentos para la tarea encomendada, pero para nada más. De este modo, queda de manifiesto que la misión del discípulo del Señor debe ir ligada a una austeridad de vida, como signo externo de un desapego mucho más profundo: el de los propios intereses. Quien, por contra, vive preocupado por sí mismo o agobiado por su futuro se incapacita en gran medida para llevar a cabo esta misión, puesto que en lugar de transmitir el amor y la cercanía de Dios hacia los demás, únicamente acabará mirando por sí mismo. En definitiva, mucho tiene que ver este pasaje con la bienaventuranza de los pobres de espíritu, de la que nos habla el capítulo cinco del Evangelio según san Mateo.
El ánimo del evangelizador
Estamos ante un relato que corresponde a la primera parte del Evangelio de san Marcos, donde prevalecen el optimismo y el entusiasmo inicial, corroborado por la gran cantidad de curaciones y exorcismos realizados por los apóstoles. Sin embargo, Jesús les advierte ya que no todo va a consistir en un triunfo y una aceptación incondicional por parte de las personas con las que se encuentren. Para ello nos prepara en la primera lectura, en la que podemos comprobar, con el ejemplo del profeta Amós, que los enviados de Dios no reciben siempre una buena acogida. Se trata de un anticipo de lo que le ocurrirá al mismo Señor y a los cristianos a lo largo de los siglos. Con todo, aunque el Evangelio nos ayuda a ser conscientes de la posibilidad del rechazo, trata ante todo de ofrecernos ánimo y esperanza en una encomienda que por su misma naturaleza transmite la salvación de Dios a los hombres, más allá de las vicisitudes específicas de tiempo o de lugar con las que, a lo largo de la historia, se encuentran quienes son enviados por la Iglesia a realizar la misión.
En aquel tiempo, llamó Jesús a los doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto. Y añadió: «Quedaos en la casa donde entréis hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, en testimonio contra ellos».
Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.