Llegó el calorcito del verano, llegaron para mucha gente días de vacaciones, de campamentos, de viajes, de desconectar. Pero también con el verano llegó la época de las bodas. Yo tengo alguna de amigos y gente conocida que quiere que yo sea el celebrante todos los sábados de este verano, en Cáceres o en algún pueblo.
Pero también es verdad que en muchas conversaciones hay comentarios desprestigiando las bodas católicas. Incluso hemos podido leer en estos días algunos artículos que nos hablan de la bajada del porcentaje de bodas religiosas en los últimos años. La experiencia que yo tengo como sacerdote, es que el momento más bonito de todo el día de su boda es la celebración religiosa, donde disfrutan e incluso muchos de ellos se emocionan de las bonitas palabras que se dicen en el ritual del matrimonial.
Casarse por la Iglesia sigue estando de moda y, para muchos jóvenes y parejas, es el momento de volver a encontrarse con su parroquia, con su sacerdote; en una palabra, con Dios. Tengo bastantes experiencias en este sentido. Creo que la Iglesia y nuestras parroquias deben dedicar un tiempo muy especial a estos novios que se presentan en nuestros despachos y contactan con nosotros para casarse. El momento de los cursillos prematrimoniales puede ser muy especial para hacerles ver la necesidad de tener a Dios presente en su matrimonio y en su nueva familia y adquirir los valores cristianos, que a lo largo de los años se han ido perdiendo, a veces por el cansancio o la desconexión o la falta de tiempo.
Como nos dice el catecismo en su número 1.602, «la sagrada Escritura se abre con el relato de la creación del hombre y de la mujer a imagen y semejanza de Dios y se cierra con la visión de las “bodas del Cordero”. De un extremo a otro la Escritura habla del matrimonio y de su “misterio”, de su institución y del sentido que Dios le dio, de su origen y de su fin». Cada matrimonio es un misterio de Dios, de unir a un hombre y una mujer para realizar así su proyecto.
En todas los matrimonios que celebro, explico en la homilía la palabra «providencia». Incluso animo a los invitados a que cuando pongan alguna foto de la boda en sus redes sociales escriban «#Providencia». En una boda todo es providencia. La boda es un regalo de Dios y es dejar que él siga hablando y uniendo corazones y realizando proyectos, creando familias que engendren hijos que vivan los sacramentos y que acepten el proyecto de Dios en sus vidas. Creo que casarse por la Iglesia está de moda y creo que para nuestros jóvenes es una necesidad poner a Dios en su nueva etapa.