Cada vez más padres ucranianos mandan a sus hijos al cole

Cada vez más padres ucranianos mandan a sus hijos al cole

La guerra se ha convertido en algo casi rutinario y los colegios apuestan por el acompañamiento psicológico. Pero también quedan niños sin escolarizar, incluso lejos de la zona de batalla

María Martínez López
Un himno patriótico marcó el primer día de clase. Foto: Colegio Vsesvit.

«Ahora la guerra es la realidad que vivimos», reconoce con realismo Anna Omelhuk, profesora del colegio salesiano Vsesvit, en Yitómir. Y esta realidad tiñe toda la labor del colegio y de su oratorio, aunque de forma menos cruda que el curso pasado. El 4 de septiembre, cuando empezaron las clases, 176 alumnos se presentaron en el centro dispuestos a seguir todas las lecciones de forma presencial, 40 más que el año pasado. «En toda la ciudad, el 90 % de los niños va al colegio a jornada completa, frente al 60 % del curso pasado».

Cansados de ver a los niños estudiar online en casa, y conscientes de que sus hijos necesitan socializar, muchos padres han decidido que era hora de desempolvar las mochilas. Ayuda el hecho de que «ya estamos acostumbrados a las alarmas y a las explosiones». El colegio también se ha esforzado para ofrecerles tranquilidad, dotándose de un generador eléctrico potente y un depósito de agua con capacidad para una semana. Con todo, mantienen una modalidad virtual de la que se beneficia aún una treintena de alumnos.

Con esta cuestión resuelta, el personal ha podido centrarse en abordar otro tipo de necesidades. A finales de mes arrancará su nuevo programa de apoyo psicológico. Tienen varios alumnos desplazados internos o con padres en el frente —uno murió—, pero atenderán también a jóvenes soldados y a víctimas de violencia sexual. Esperan además cerrar un acuerdo con la Fundación Real Madrid para abrir una escuela social de fútbol. «Ayudaría enormemente a la socialización y el desarrollo de los adolescentes».

Pero en su entorno, cerca de Kiev, el mayor impacto de la guerra ha sido el económico. Bastantes familias han perdido o visto reducidos sus ingresos. Desde el centro «intentamos hacerles un descuento» y ayudar con comida y ropa. Los salesianos también están intentando premiar el compromiso de los profesores, pues solo tres han abandonado su puesto. Han recibido dos pagas extraordinarias como reconocimiento, además de ayuda material, y la dirección se ha esforzado en pagar a tiempo todos los salarios, incluso pidiendo ayuda a donantes.

En el oeste del país, aún más lejos del frente, el comienzo de curso no está exento de desafíos. Asunción Taboada, responsable de Ayuda Humanitaria de Entreculturas, explica que «a Leópolis todavía llegan cada día cientos de personas. Tienen mucha incertidumbre sobre si salir o quedarse», y en el ínterin no llevan a los niños al colegio. Entreculturas intenta paliar esta situación ofreciéndoles su apoyo tanto si deciden inscribirlos en centros públicos locales como si prefieren que sigan las clases a distancia en sus colegios de origen. A veces se encuentran con el obstáculo añadido de que algunos de esos niños solo hablan ruso, con el estigma que eso supone. Esta barrera lingüística agrava el absentismo.

Fuera de Ucrania, la entidad está invirtiendo muchos esfuerzos en la escolarización de los niños refugiados en los países limítrofes. «El Gobierno ucraniano ha dejado de insistir, como el año pasado, en que sigan online el sistema educativo ucraniano» y se ha resignado a que se escolaricen en su nuevo hogar. Pero para ello hace falta en muchas ocasiones mediación con los centros y las autoridades educativas y clases de apoyo para aprender el idioma local.

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