El último y el servidor de todos
25º domingo del tiempo ordinario / Evangelio: Marcos 9, 30-37
El libro de la Sabiduría, del cual son tomados los versículos que este domingo se leen como primera lectura, aborda como tema central la condena a muerte del justo. Sin duda, todo el Antiguo Testamento va a hacer referencia a Jesucristo, con innumerables pasajes que se pueden comprender sin velo alguno como profecía de la suerte del Hijo de Dios, ya sea sobre su misión evangelizadora como, ante todo, sobre su destino último: su Pasión, Muerte y Resurrección. En efecto, las palabras que Jesús dirige a sus discípulos en el Evangelio: «El Hijo del hombre va a ser entregado […] lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará», han de ser hoy interpretadas a partir de los ultrajes, la tortura, la condena a muerte ignominiosa, pero también de la salvación final llevada a cabo por Dios, que es el destino que el libro de la Sabiduría contempla para el «justo». Al igual que la figura del «justo» que nos presenta la Escritura, también la presencia y gestos del Señor resultaban molestos para muchos de quienes conocieron a Jesús y se sentían interpelados o denunciados por el mensaje y la vida del Maestro. Así pues, estamos en la sección central de los anuncios que el propio Jesús realiza de su Pasión, y el Evangelio de este día nos va a permitir introducirnos en el significado de entregar la vida y de hacerlo desde el servicio, sin buscar nada a cambio.
El ejemplo del Señor
La novedad de Jesucristo, con respecto a los distintos personajes anteriores a Él que aparecen en las Escrituras, estriba en que su vida misma es el gran testimonio y el modelo para los demás. Si bien a lo largo de las páginas de la Biblia hallamos ejemplos intachables de conducta y de vida entregada al anuncio de la salvación, a menudo se ponen de manifiesto la fragilidad moral y los graves errores de estas personas. Lo mismo sucede en la vida de la Iglesia. Nadie, salvo el Señor, puede ser considerado en sentido estricto como «justo», debido a que incluso el itinerario personal de algunos de los santos más célebres de la historia ha visto a menudo, antes de su conversión, momentos de especial alejamiento de la voluntad de Dios. Con todo, el hecho de mirar hacia el Señor es lo que también hoy en día sigue animando a tantos a levantar la mirada ante las dificultades o persecuciones por anunciar y vivir en la verdad. Si el actuar del Señor fomentaba el malestar de sus contemporáneos, conducirse conforme a Cristo genera con no poca frecuencia un rechazo por parte de quienes están dominados por la mundanidad. Desde esta óptica se debe comprender el martirio no como el fracaso de quienes sufren la injusticia o la intolerancia de una sociedad determinada en un momento dado, sino como una llamada del Señor que lleva a algunas personas a configurarse radicalmente con Él, compartiendo un mismo fin y suerte, llevando hasta el extremo la entrega e identificación con Cristo.
A pesar de que el anuncio del Señor no deja lugar a duda sobre su destino, la reacción de los discípulos refleja una marcada visión mundana sobre lo que implicaba ser un verdadero seguidor de Jesús. La polémica sobre quién era el más importante constata de modo nítido la diferencia entre pensar como los hombres y pensar según Dios. En nuestro día a día, también a nosotros se nos pide permanecer atentos frente a la tentación de creer que somos más importantes cuando gozamos de mayor reconocimiento o aplauso, incluso aunque sea motivado por haber realizado un servicio a los demás. Con demasiada facilidad se nos puede introducir la tentación del aparentar o vivir de la apariencia. Este pasaje evangélico nos propone, por el contrario, una vida desde un verdadero servicio que no busca jamás ningún reconocimiento, y una entrega total hacia aquellos de quienes, por su debilidad y pobreza, nunca recibiremos elogio público alguno.
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará». Pero no entendían lo que decía, y les daba miedo preguntarle. Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó: «¿De qué discutíais por el camino?». Ellos callaban, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos». Y tomando un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: «El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado».