El último cura de Afganistán: «Si no hubiéramos salido ese día, no lo habríamos conseguido» - Alfa y Omega

El último cura de Afganistán: «Si no hubiéramos salido ese día, no lo habríamos conseguido»

Era el único sacerdote en Afganistán, al servicio de los católicos extranjeros. Este religioso barnabita, ahora a salvo en Italia, salió de milagro de Kabul acompañado de varias religiosas y 14 niños con minusvalías graves

Victoria Isabel Cardiel C.
El padre Scalese en la escuela del centro Pro Bambini de Kabul. Foto cedida por Giovanni Scalese

Sus primeras palabras fueron: «Misión cumplida». ¿A qué se refería?
El embajador italiano me preguntó si quería salir del país junto al resto de diplomáticos y personal de la embajada. Pero yo no estaba dispuesto a hacerlo sin la certeza de que las monjas y los niños también fueran a subirse al avión. Sabía que ellas nunca se habrían ido dejándolos en Afganistán. La situación degeneraba cada día, pero las instituciones italianas me ayudaron con los trámites de los visados para la evacuación.

Un día después de su salida un atentado causó más de 180 muertos.
Fue un milagro. Si no hubiéramos salido ese día, no lo habríamos conseguido. Fue una odisea llegar al aeropuerto, con las carreteras abarrotadas y los accesos bloqueados, llevando con nosotros a estos 14 niños con minusvalías graves. Estoy convencido de que nos han protegido las oraciones que llegaban de todos los rincones del mundo.

Llegó a Kabul en noviembre de 2014. ¿Cómo han sido estos siete años?
Muy duros. Desde el primer momento, la capacidad para desplazarse estaba restringida. No podía salir sin protección de la zona fortificada de la embajada por la inseguridad. Es un error pensar que con la OTAN y las tropas de Estados Unidos reinaba la paz. En los últimos años la violencia y los atentados se habían multiplicado. Me hubiera gustado actuar de forma más libre, poder moverme, hablar más con la gente… Pero mi consuelo es que la Iglesia no soy solo yo. Las monjas vivían en la ciudad y estaban al lado de la gente. Su labor era muy apreciada tanto por los vecinos como por el Gobierno. Incluso les pidieron que abrieran más centros.

El sacerdote en un momento de la entrevista. Foto: Victoria I. CArdiel

¿Cuántos eran los cristianos en el país?
La presencia cristiana es mínima. Son solo extranjeros que venían a Afganistán por un breve periodo. La única iglesia del país está en suelo italiano, es decir, dentro de la embajada. Y luego estaban las monjas, cuatro misioneras de la Caridad, que gestionaban un orfanato para niños abandonados con minusvalías severas y la organización Pro Bambini de Kabul, que llevaban otras dos religiosas y un religioso para ayudar a niños con retrasos en el aprendizaje. Ellos eran verdaderas semillas de amor y caridad para el pueblo afgano.

Usted era el único sacerdote de Afganistán. ¿Cuál era su papel?
Mi labor estaba vinculada al servicio de los católicos extranjeros que viven en Afganistán. En el pasado, el responsable de la misión gozaba de más libertad de movimiento, aunque siempre ha estado totalmente prohibido hablar del Evangelio. Convertir a los afganos sería una grave culpa. El pecado de apostasía está castigado con la pena de muerte. En los últimos años era cada vez más difícil para los fieles, que trabajaban sobre todo para organizaciones internacionales y otras embajadas, participar en la Misa. Además, el coronavirus lo agravó todo. Me he pasado varios meses celebrando Misa solo.

¿Fue un error de cálculo no ver la fragilidad del Gobierno afgano?
Nadie lo vio venir. El avance talibán ha sido como un tsunami. En apenas diez días descabalgó al Ejército afgano, que había sido formado y armado por la comunidad internacional, sin tener que librar ninguna batalla. Todos sabíamos que antes o después las tropas extranjeras abandonarían el territorio de Afganistán. Tenían un coste demasiado elevado y con la crisis actual era un gasto insostenible. Pero teníamos la esperanza de que se pudiera realizar de forma distinta. Ahora solo espero que se geste un Gobierno inclusivo, que las embajadas puedan reabrir y que la Iglesia pueda regresar pronto.

Un talibán hace guardia en el exterior de una mezquita de Kabul el pasado fin de semana. Foto: AFP / Hoshang Hashimi

¿Cuál será la situación para los que se quedan?
Hay que esperar para tener certezas. Se habla de abrir nuevos corredores humanitarios porque los puentes aéreos militares no han conseguido sacar a todo el mundo. Pero estas evacuaciones también suponen un empobrecimiento notable para el país. Se va la gente más preparada. En la embajada italiana trabajaban ingenieros, electricistas, carpinteros… afganos que estaban preparados técnicamente y que hubieran ayudado a la reconstrucción del país. Personalmente no creo que los talibanes tomen represalias en masa contra los que han cooperado con las dos décadas de ocupación extranjera. No les conviene. Saben que no habrá inversión extranjera hasta que no haya estabilidad.

¿Le preocupa la situación de las mujeres?
Yo tuve una experiencia positiva. Fui a hacerme unos análisis en un laboratorio donde solo trabajaban mujeres. Pero esto es solo una pequeña parte. El maltrato a la mujer, los matrimonios forzosos o las niñas que no van a la escuela eran una realidad incluso antes de que llegasen los talibanes. Se trata de un factor cultural muy arraigado, que no se puede erradicar de un día para otro. Por encima incluso de la ley islámica.

La acogida de la Iglesia española

La Iglesia en España ha vuelto a responder ante el drama de los refugiados. Esta vez, con la acogida de los llegados de Afganistán. Y lo ha hecho a distintos niveles: ofreciendo sus espacios para que puedan tener un techo en el que habitar, convirtiendo la parroquia en un punto de recogida de útiles para los recién llegados, o manteniendo la colaboración con el Gobierno en los programas creados ad hoc. El caso paradigmático en esta crisis es el de la Orden de San Juan de Dios, que tiene instalados en cinco de sus centros a 91 refugiados.

Merlys Mosquera, coordinadora del Programa de Acogida, fue la encargada de acudir a la base aérea de Torrejón para tener un primer contacto con las familias, analizar si podían tener cabida en sus recursos y coordinarse con otras organizaciones. Todavía tiene en la retina el campamento de urgencia que se instaló en el aeródromo madrileño, según cuenta en conversación con Alfa y Omega: «Había un hangar como zona de documentación y luego el campamento de acogida con unas tiendas en forma de iglú para familias. También había dos pabellones, uno para hombres y otro para mujeres».

Su presencia allí ha conseguido que 26 personas de cinco familias habiten ya pisos de acogida que el programa tiene en Ciempozuelos, que otras 15 hayan hecho lo propio en León y que 34 personas más se encuentren en el centro que tienen en Manresa, que es colectivo. El resto de los refugiados se han distribuido en dos centros de la Orden de San Juan de Dios en Barcelona y Mallorca, pero que no forman parte del Programa de Acogida.

Mosquera se encontró con gente normal, con su vida, su casa y su trabajo en Afganistán, que «dejó todo de un día para otro». «Tener que salir de tu país para salvar tu vida y abandonar todo lo que has construido durante años genera un choque emocional y psicológico» muy grande, añade.