El triunfo de vivir - Alfa y Omega

El triunfo de vivir

Vivimos en una época en la que nos toca defender la vida, procurando que sea siempre a favor, con argumentos que no se transformen en piedras de unos contra otros. Se lo debemos a los que ya no están, porque ya nos faltan demasiados

Eva Fernández
Foto: EFE / Fernando Villar.

Si hay algo que contagia esta fotografía es entusiasmo. Una palabra de origen griego que significa «inspirado». La etimología avala lo que presentimos entre los globos y camisetas verde esperanza portadas por jóvenes, ancianos y muchas familias en las calles de Madrid. Esa irresistible vitalidad que irradian quienes están implicados en una empresa de altura, por la que apuestan ciegamente. Se les nota convencidos de proteger algo tan incuestionable como la vida, la defensa de los más vulnerables con independencia de la etapa de la biografía en la que se encuentren. Ese es el motivo que llevó a la Plataforma Sí a la Vida a convocar de nuevo esta marcha con motivo del Día Internacional de la Vida, que se conmemora cada año entorno al 25 de marzo. En esta imagen los únicos que aparecen desenfocados son los que no están, abocados a no existir por exigencias de la cultura de la muerte. En su nombre vemos a ciudadanos persuadidos de que los no nacidos también son uno de los nuestros y que el derecho a vivir con dignidad abarca todas las encrucijadas de nuestra existencia.

Dicen que las reivindicaciones no son efectivas si no molestan a nadie. El tono festivo y familiar de esta marcha tan solo pretende servir de dique para que no desemboquemos en el momento más oscuro de nuestra historia. Y ahí estamos todos, tanto los que en tantos abortorios del mundo están a punto de no ser, como quienes ya terminales necesitan cariño y apoyo para permanecer hasta el final. O aquellos con enfermedades degenerativas que requieren soportes vitales y los que son eliminados por tener un cromosoma de más. También las vidas perdidas sin asideros a los que agarrarse que pululan por tantas esquinas del mundo o quienes no encuentran ninguna razón para vivir después de atravesar situaciones desesperadas. En esta marcha no hay ciudadanos de primera ni ciudadanos prescindibles. Quienes el pasado domingo salieron a las calles para defender la vida lo hicieron poniéndola en valor, mostrando al mundo que hay que cuidarla para seguir sintiéndonos humanos.

Recientemente el Vaticano manifestó abiertamente su tristeza por la decisión de Francia de convertirse en el primer país del mundo donde el aborto adquiere naturaleza constitucional. La Pontificia Academia para la Vida se apresuró a recordar que no puede existir el «derecho a quitar una vida humana» y que «la protección de la vida debe ser una prioridad absoluta». Porque un sistema que no protege la vida, que tampoco se sitúa en el drama de las mujeres que se enfrentan a esta difícil elección ofreciéndole alternativas a la muerte de su pequeño, y en cambio presenta el aborto como un avance hacia la libertad, se adentra en senderos de difícil retorno. La defensa de la dignidad humana nos atañe a todos y está por encima de cualquier ideología. Que no sean otros los que decidan en nuestro nombre.

En el ambiente que se presiente en la fotografía se respira determinación. Frente a decisiones políticas claramente injustas hay un montón de gente dispuesta a combatir la lógica del mercado que transforma a los seres humanos en piezas desechables cuando dejan de producir y resultan inútiles. Vivimos en una época en la que nos toca defender el triunfo de vivir, procurando que sea siempre a favor, con argumentos que no se transformen en piedras de unos contra otros. Se lo debemos a los que no están, porque ya nos faltan demasiados.