El tatuaje de Dios
Quién iba a imaginar que un Nobel de la Paz traería a Etiopía más muerte. Las casi 5.000 personas que han huido a pie a Sudán hablan de miles de muertos
No vemos su cara, pero adivinamos un cuerpo roto, como el de todos los que huyen de la guerra. Tatuado en tinta sobre su antebrazo, un mapa de fe, el pasaporte de quienes lucen con orgullo su DNI, aún en las peores condiciones: «Dios, ayúdame». Tres palabras grabadas en inglés, a modo de S. O. S., una cicatriz que hiela la sangre. Desconocemos su nombre, pero sabemos que es etíope y que pasará esta Navidad en la vecina Sudán, en el campo de refugiados de Um Rakuba. Se encuentra allí junto a decenas de miles de compatriotas que intentan esquivar el enésimo enfrentamiento fratricida, que devasta, aún más, a Etiopía. Su tatuaje refleja que es un cristiano ortodoxo de una de las naciones cristianas más antiguas del mundo, a la que todo el mundo ignora con la misma insensibilidad con la que ignoramos lo que sucede en este rincón de África.
La guerra que asola Etiopía es producto de una complicada lucha de poderes y de etnias. La tensión estalló cuando el primer ministro, Abiy Ahmed, protestante de origen musulmán, de la etnia oromo, galardonado con el Nobel de la Paz en 2019, aplazó las elecciones presidenciales por la pandemia. Su opositor, el Frente Popular de Liberación de Tigray (TPLF), representante de una región con un 96 % de cristianos ortodoxos, lo interpretó como un intento de perpetuarse en el poder y decidieron seguir adelante con la celebración de los comicios en su región. El Gobierno no ha reconocido los resultados y se ha hecho con su territorio.
Aunque han pasado casi siete semanas desde el inicio de la guerra, todavía es casi imposible verificar lo que realmente está ocurriendo. El apagón informativo impide obtener datos precisos de la tragedia y la ONU teme una avalancha aún mayor de desplazados etíopes al vecino Sudán, que ya sufre una tragedia humanitaria en sus campamentos. Quién iba a imaginar que un Nobel de la Paz traería al país más muerte. Las casi 50.000 personas que han huido a pie hacia la frontera de Sudán hablan de cientos, e incluso miles, de muertos y heridos por los combates.
El campo de refugiados de Um Rakuba está lleno de cristianos invisibles como el de la fotografía. En Etiopía, durante generaciones, los cristianos ortodoxos han teñido sus manos y rostros con pequeños crucifijos. Pero esta cruz tatuada en el antebrazo de nuestro ya amigo no puede decirse que sea pequeña. Es directamente proporcional a su sufrimiento. La dura aritmética de quien vive en un campo de refugiados en el segundo país más pobre del mundo. Rodeando este tatuaje, entre el resto de refugiados etíopes, se imaginan heridas de bala y de machete sin cicatrizar, demasiadas costillas marcadas por el hambre y muchas miradas vacías, perdidas, aturdidas y desesperadas. Distintas entidades cristianas han expresado su preocupación y han pedido que los enfrentamientos no sigan alimentando este conflicto que podría desestabilizar a este vulnerable Cuerno de África.
Los tatuajes suelen marcar el cuerpo para toda la vida. Cuentan una historia, son un acto de rebeldía. Si además consiguen involucrar emocionalmente a quienes lo ven, nunca se olvidan. Lo mínimo que se merece el cristiano de la foto es que dediquemos un instante de nuestro tiempo para asumir su dolor. Es un tatuaje de Dios, que no lo borre nadie.