Rodrigo Guerra López: «El Sínodo comenzó con el pie derecho»
El sínodo ordinario de la familia, tan comentado, comenzó ya oficialmente. Ríos de tinta corren. Pero no son tantos los que realmente tienen una visión moderada, equilibrada y fiel al magisterio. Por ello, Aleteia ha entrevistado a Rodrigo Guerra López, mexicano, miembro de la Academia Pontificia para la Vida, del Consejo Pontificio Justicia y Paz, y del Equipo de Reflexión Teológica del CELAM. Además, fue nombrado por el Papa Francisco experto para el Sínodo Extraordinario sobre la Familia en 2014
¿Qué significa el sínodo para la familia en el momento actual de la sociedad y de la Iglesia?
El Sínodo es una institución que expresa una dimensión constitutiva de la Iglesia: Pedro ejerce su ministerio en compañía del colegio episcopal. Sínodo significa «caminar juntos», es decir, es un momento de verificación de la caridad eclesial y de la fraternidad episcopal al servicio del ministerio de Pedro, que es un ministerio al servicio del pueblo. No es un congreso o un encuentro de grupos de poder. Es una gran oportunidad para abatir los bastiones y mostrarle al mundo —con hechos— que sólo el amor es digno de fe.
¿Cómo ha sido el camino entre el sínodo extraordinario del 2014 y el sínodo ordinario de 2015?
El Papa Francisco ordenó personalmente al final del sínodo extraordinario publicar íntegramente cada uno de los párrafos del documento final. No todos estos párrafos contaron con la mayoría calificada requerida. Sin embargo, el Papa posee potestad universal sobre la Iglesia y con gran tino impulsó la publicación de los párrafos más controvertidos. De esta manera, Francisco intenta que todas las voces sean escuchadas y atendidas, que todas las preocupaciones sean consideradas aun cuando algunos temas puedan ser polémicos. Esto y el posterior Instrumentum laboris fueron muy bien recibidos en la Iglesia universal para preparar el Sínodo 2015. Sólo unas pocas personas y grupos se han mostrado críticos y resistentes ya que temen que el Papa pueda cambiar la doctrina de la Iglesia en aspectos que ellos consideran esenciales.
¿Puede el Papa cambiar la doctrina de la Iglesia?
El Papa, al ser el auténtico sucesor de Pedro, goza de infalibilidad en materia de fe y de moral cuando enseña de manera pública a toda la Iglesia ejerciendo la suprema autoridad apostólica con el fin de afirmar de manera definitiva alguna cuestión doctrinal. Desde este punto de vista, lo esencial siempre está custodiado por la gracia que él ha recibido. Quienes lanzan suspicacias en contra de él aparentando celo doctrinal o pastoral olvidan que Jesús mismo ha prometido no abandonar a su Iglesia y que el sucesor de Pedro es la piedra sobre la que descansa este misterio.
¿A qué se debe que existan personas y grupos que desean contrastar y hasta oponer la doctrina tradicional al Papa Francisco?
En mi opinión, hay tres causas principales. Una es de orden intelectual, otra de orden político y otra, la más profunda, posee un carácter espiritual. Desde un punto de vista intelectual o doctrinal se está presentando el fenómeno de un cierto rigorismo doctrinal que deja de lado el carácter metodológico de la relación entre la fe y la razón.
Así como existieron —hace no mucho— filósofos y teólogos tomistas que por sus actitudes parecían afirmar que la verdad es la adecuación de la mente a santo Tomás y terminaron ideologizando al Angélico Doctor, en la actualidad existen algunos grupos que interpretan el bellísimo magisterio de san Juan Pablo II sin tomar en cuenta el método filosófico, teológico y espiritual que él siguió.
Repiten pero no comprenden. Juzgan a todos los que no piensan como ellos desde una superioridad moral e intelectual ajena al verdadero Karol Wojtyla. Son exponentes de definiciones pero no del método. Y por ello, no comprenden la gracia inmerecida que estamos recibiendo con el pontificado del Papa Francisco.
¿Cuál es la causa política de esta resistencia al Papa?
Desde la antigüedad han existido dos maneras de afirmar que la Iglesia católica es la verdadera Iglesia de Jesucristo. Una es a través del poder y otra a través de la gracia. La primera ha dado lugar a las diversas formas de «integrismo».
El «integrismo» es una enfermedad que se presenta en distintos grados pero siempre con un mismo ingrediente común: el Reino se instaura a través de la acción estratégica de una élite, de una aristocracia, que sí sabe cuál es la recta doctrina y el destino de la historia, por encima del Papa y de los obispos.
Alguna vez Balthasar comentaba con agudeza que el integrismo domina siempre donde la revelación es presentada primariamente como un sistema abstracto de sentencias que hay que creer, que descienden de arriba a abajo, y donde, la forma es puesta por encima del contenido, el poder por encima de la Cruz.
¿Cuál es la vía de la gracia?
Confiar en la gracia y vivir de la misericordia de Dios se encuentra en las antípodas de la postura integrista. La Iglesia muestra la verdad que posee principalmente a través del testimonio de los santos, muchos de ellos, aparentemente torpes e ineficaces pero verdaderos vehículos de la presencia de Dios en la historia.
Nada más contrario a la lógica del poder que el testimonio tierno y compasivo de san Francisco de Asís, de santa Teresa de Lisieux, de santa Faustina Kowalska, de santa Benedicta de la Cruz, del beato Carlos de Foucauld, de Oscar Romero o de Dorothy Day.
Precisamente en esta atmósfera que reconoce la primacía de la gracia se encuentra el ejercicio pastoral del Papa Francisco. Esto no quiere insinuar que la política sea algo malo per se. Lo que deseo mostrar es que el poder político del integrismo requiere siempre purificarse, rectificarse y subordinarse, no a una idea o doctrina, sino al redescubrimiento humilde de la experiencia de la fe como encuentro, como acontecimiento.
¿Cuál es la causa espiritual de las resistencias al Papa Francisco que usted detecta?
Detrás de las argumentaciones intelectuales y de las estrategias en los medios de comunicación expresadas durante los últimos meses para intentar presionar al Sínodo y al Papa a través de ciertos libros y declaraciones públicas, algunos parecen no confiar en la acción del Espíritu Santo. Confían en la presión y en la estrategia. Miran a la Iglesia como un juego de poder y no como un espacio para el amor, la comunión y la paciencia.
Todo mundo es libre de acercar sus ideas y preocupaciones a la Secretaría General del Sínodo. Lo que no se vale es lastimar la comunión y/o desafiar al Papa Francisco en el momento en que busca que la Iglesia muestre principalmente un corazón y un rostro llenos de misericordia y no de condena.
El Sínodo ha comenzado: ¿cuáles son sus primeras impresiones?
El Sínodo ha comenzado con el pie derecho: orando. Los desafíos pastorales de la familia hoy son muchos. Francisco ha dado el tono general de lo que espera durante la vigilia de oración: «Si no somos capaces de unir la compasión a la justicia, terminamos siendo seres inútilmente severos y profundamente injustos».
Así mismo, en la misa inaugural ha comentado que la Iglesia está llamada a vivir su misión en la fidelidad, en la verdad y en la caridad. La Iglesia debe buscar a los matrimonios y a las familias, afirmando la verdad, y al mismo tiempo, recordando que «el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado».
Una Iglesia, con las puertas cerradas, que no busca proactivamente a la persona que cae y se equivoca, «se traiciona a sí misma y a su misión, y en vez de ser puente se convierte en barrera», dijo el Papa.
Jaime Septién / Aleteia