El Seminario comienza en la familia y en la parroquia
La vida es una llamada de Dios a la que se comienza a responder en el momento en que un joven se pregunta: ¿Qué quiere Dios de mí? Para que una vocación llegue a buen puerto, tienen una importancia decisiva tanto la familia como la catequesis de preparación a los sacramentos, que se imparte en las parroquias
«Gracias a mis padres, somos sacerdotes»: con esta seguridad habla don Pedro Rodríguez, director espiritual del Seminario Menor de Toledo, uno de los cuatros hijos sacerdotes del matrimonio Rodríguez Ramos, de los seis que han tenido –el mayor es hoy padre de familia, y la única hija de la familia es religiosa de la Fraternidad Reparadora del Corazón de Cristo–. Cuando se ordenó el último de ellos, Juan Pablo II recibió a toda la familia en audiencia privada y, al hablarle de la importancia que había tenido en su vocación el cura de su pueblo, el Papa contestó: ¡Y la familia! Y es que la familia es, en expresión del mismo Juan Pablo II, «el vivero natural de las vocaciones», hasta el punto de que el Concilio Vaticano II consideró a la familia como el primer Seminario.
En el caso de la familia Rodríguez Ramos, la llamada del Señor al sacerdocio llegó, para los cuatro hermanos sacerdotes, en un ambiente de total normalidad. «Nunca nos hablaron propiamente de vocación, pero hemos ido creciendo en un ambiente cercano a la Iglesia, rezábamos e íbamos a Misa, y aprendimos a compartir y a vivir los valores de la convivencia», confiesa don Jesús, uno de los cuatro hermanos sacerdotes. Además, «nuestro padre era de Acción Católica y estaba muy metido en las actividades de la parroquia; y nuestra madre pertenecía al coro y se encargaba de poner las flores en la iglesia. Por todo eso, siempre hemos vivido de manera muy normal las cosas de la Iglesia», cuenta.
Cuidar el ambiente en casa
El documento Vocaciones sacerdotales para el siglo XXI subraya especialmente que «es necesario cuidar el ámbito familiar del joven, con el fin de recuperarlo como su primer lugar de educación en la fe». En el caso de la familia Rodríguez Ramos, los padres llevaron a cabo esta labor educativa de un modo muy sencillo. Doña Patrocinio, la madre de la familia, detalla cómo lo hacían: «Rezábamos el Rosario, bendecíamos la mesa, rezábamos con nuestros hijos las oraciones antes de dormir, y por la mañana le dábamos los Buenos días a la Virgen». Además de ello, «seguíamos las normas de la Iglesia a rajatabla, íbamos a misa los domingos, y les hemos inculcado la necesidad de confesarnos».
El documento de los obispos sobre las vocaciones reconoce que «no es fácil que broten vocaciones al sacerdocio en un ambiente de secularización y consumismo como el nuestro». Por eso, los Rodríguez Ramos han vivido la vida con sencillez. Patrocinio cuenta que «teníamos que apretarnos el cinturón en muchas ocasiones; vivíamos bien, pero no dábamos a nuestros hijos cosas de marca, ni nada de eso. Y no se podía ver la tele así como así»; a lo que su hijo Jesús comenta con humor que «apagábamos la tele en cuanto salía un rombo». Pedro recuerda también que «nuestros padres nos protegieron mucho, crearon un hogar cristiano, buscaron una formación escolar religiosa, estaban pendientes de nosotros… Además, al ser seis hermanos, hemos vivido la austeridad, nos pasábamos la ropa y los libros de unos a otros…, ¡y hoy estamos agradecidos! No nos faltaba nada de lo que necesitábamos». Hoy, como director espiritual del Seminario Menor de Toledo, y por su propia experiencia, Pedro reconoce la importancia que tiene una familia numerosa como ámbito privilegiado en el que crece la vocación de un chico, porque, «sin duda, uno de los grandes problemas que tienen los chicos hoy a la hora de seguir su llamada es el ambiente familiar, ya que suelen estar muy protegidos, y muchos padres ven la vocación de sus hijos como si los fueran a perder».
Un regalo de Dios
Sin embargo, no ha sido así en el caso de estos cuatro hermanos curas, pues sus padres, cuando sus hijos les contaron su vocación, se lo tomaron bien. «Yo, incluso –acota doña Patrocinio–, les decía: Espérate, y lo piensas un poco más. Incluso a uno de ellos le dije: Tú no te vas al Seminario, porque pensaba que sólo se iba para estar con su hermano, que se había ido antes. Sólo nos queríamos asegurar de que estaban siguiendo su vocación».
Hoy, con cuatro hijos ordenados ya, Patrocinio hace balance y afirma que todos ellos son «un regalo que me ha hecho Dios, porque Él los ha escogido para una misión que es muy necesaria. Mi marido y yo sólo hemos querido dejarles la mejor herencia, y ahora sólo les pido que sean fieles».
La propuesta vocacional tampoco es algo que se escuche habitualmente en las catequesis de preparación a los sacramentos, pues se tiende a pensar que es una especie de plus, un añadido a la misma catequesis. Sin embargo, no es así, ya que la pregunta: ¿Qué quiere Dios de mí? debería integrar los contenidos de todo el proceso de introducción a los sacramentos.
Don Juan Carlos Merino, Delegado de Pastoral Vocacional de la archidiócesis de Madrid, afirma que, «a veces, la pastoral vocacional se ha planteado al final de la catequesis, pero al margen del proceso catequético», cuando en realidad «se trata de presentar la vida como vocación. Hay que educar desde el principio en que la vida parte de Dios, y en que la vida cristiana es respuesta al designio de Dios. Por eso, la dimensión vocacional no es un apéndice, sino que debe estar en la base y en el desarrollo de todo el proceso catequético. En la catequesis debemos presentar la vida como llamada a la que cada uno debe responder».
Una buena catequesis
Además de «introducir y desarrollar la cuestión de la vocación en los temarios de las catequesis de las distintas edades, particularmente en la catequesis de Confirmación», tal como pide el documento Vocaciones sacerdotales para el siglo XXI, don Juan Carlos señala que se trata de «presentar la vocación, no como un proyecto personal, sino como una respuesta a lo que el Señor me va ofreciendo. La dimensión vocacional es, así, un encuentro entre lo que Dios me propone y la acogida que yo hago. La vida es vocación, y todo lo que hacemos es respuesta a ello; al final, se trata de hacer de mi vida lo que el Señor quiere para mí», y éste es el núcleo central de la catequesis de preparación a los sacramentos.
Luego, hay que llevar todo esto a la práctica. Don Juan Carlos Merino es también párroco de Nuestra Señora del Consuelo, en el madrileño barrio de Vallecas, y en la catequesis que se imparte en la parroquia «tratamos de educar en la escucha de la Palabra como camino para escuchar la voluntad de Dios. Una dimensión fundamental de la catequesis es empezar en la capilla adorando al Señor y escuchando su Palabra; saber que un niño, desde pequeño, debe escuchar al Señor, y aceptar lo que el Señor pide. Hay que insistir en que el niño se encuentre con la Palabra de Dios y con la Eucaristía».
Y otro pilar ineludible para una buena catequesis vocacional -catequesis, sin más- es el testimonio de los catequistas, «porque en la catequesis es decisivo el papel de los testigos: los testigos bíblicos, los santos y los mismos catequistas; en definitiva, todos aquellos que han escuchado y han respondido a Dios».