El Sagrado Corazón explicado
Fue tal el auge de esta devoción que en el siglo XIX la Iglesia estableció unas pautas para que las imágenes mostraran, ante todo, la bondad infinita de Cristo y su santa humanidad
Concluimos el mes que la Iglesia dedica al Sagrado Corazón de Jesús y me gustaría dedicar el artículo a esta imaginería que, a pesar de ser objetivamente extraña, es reconocida en todos los continentes y tiene una justificada razón de ser. Nos remontamos a los siglos XI y XII, cuando la cristiandad, casualmente, coincidió en reflexionar sobre la herida del costado de Jesús. La meditación no era otra que lamentar la ironía de que el corazón más bueno que jamás existió fue herido por el hombre para darle muerte. Esta fue la chispa. Más adelante, en 1686, la religiosa francesa santa Margarita María Alacoque tuvo varias revelaciones de Dios en las que le pidió fomentar más esta devoción, que empezó a difundirse con ayuda del jesuita san Claudio La Colombière. En una revelación posterior, santa Margarita recibió doce promesas o beneficios: Dios prometió paz, misericordia, protección y bendiciones a todos aquellos que contemplaran con fervor su Sagrado Corazón.
El Papa Pío IX, gran impulsor de esta iniciativa divina, instituyó la festividad en el calendario litúrgico y promulgó en 1875 la consagración de la Iglesia. León XIII vio muy necesaria no solo la de la Iglesia o la de algunas naciones, sino del mundo entero. Así lo recogió en su encíclica Annum sacrum (1899). Ese mismo año se aprobaron las letanías del Sagrado Corazón y la devoción llegó a su auge.
Fue tal la magnitud de la veneración a nivel mundial que en 1877 la Iglesia estableció pautas para la representación del Sagrado Corazón en las artes. No prohibió nada, pero planteó ciertas recomendaciones. El objetivo de esta imagen debía ser, ante todo, mostrar la bondad infinita de Cristo y su santa humanidad. Por tanto, la primera indicación fue que el Corazón se representase siempre junto con la imagen de Jesús. Debería ser visible en proporción y con una anatomía real, no a modo de símbolo. Debía ser un corazón humano realista situado en el pecho, no en su mano ni separado de Él. Para la devoción privada se podía venerar el Sagrado Corazón representado a gusto del fiel, como podemos ver en la mayoría de los famosos detentes, que representan el corazón en solitario y los fieles guardan como acto de confianza en su protección.
Para dotar al corazón de su debida carga iconográfica, se recomendó que tuviese la máxima fidelidad a las descripciones de la santa. En su última visión, pudo distinguir la imagen en llamas, con la corona de espinas y el corte de la lanza. De esta manera, es un corazón herido pero vivo y desbordante de misericordia y poder. Comúnmente las llamas aparecen coronando al corazón alrededor de una pequeña cruz.
De esta misma época tenemos un ejemplo que cumplió todas las normas a la perfección: la escultura en escayola de Juan Samsó y Lengly (1898-1901) encargada por la reina regente María Cristina nada menos que para la capilla del Palacio Real de Madrid, donde permanece a día de hoy. Desde entonces, las imágenes se sucedieron hasta nuestros días sin descanso. Existen variaciones, como la pareja con el Inmaculado Corazón de María y muchísimas representaciones contemporáneas. Tan importante es esta devoción que se le dedica un mes entero y muchos fieles renuevan su consagración. Existen interesantes teorías de que esta tradición tiene como propósito fomentar la fe en el misterio eucarístico, ya que la tradición cuenta que la santa tuvo estas revelaciones dos veces durante la adoración y otra mientras se preparaba para comulgar. Además, coincide que, en la revelación en la que vio claramente el corazón, el mensaje de Dios incluía un lamento sobre la fe apagada y actitud irreverente frente al «sacramento del amor». Ello nos lleva a pensar en la coincidencia de que todos los milagros eucarísticos documentados presentan resultados científicos que verifican la presencia de «tejido cardiaco de una persona agonizante».