«El pueblo estaba expectante»
III Domingo de Adviento
Una de las notas que predomina en el tercer domingo de Adviento es la invitación a la alegría. Pese a que el término no se encuentra de modo explícito en el Evangelio de hoy, Lucas nos sitúa en una atmósfera de esperanza ilusionante en la que distintos tipos de personas formulan preguntas a Juan. En primer lugar, se cita a «la gente» en general, para más abajo concretar que algunas de estas personas eran publicanos y soldados. El clima del Evangelio está dominado por la idea de que algo nuevo va a suceder, habiendo sido preparado por la primera lectura, del libro de Sofonías, que comienza precisamente con las palabras «Alégrate hija de Sión, grita de gozo Israel», y más adelante subraya que el júbilo tiene su causa en que el Señor está en medio de su pueblo. Con todo, es en la segunda lectura, de la carta de san Pablo a los filipenses, donde se halla la invitación más nítida a la alegría. La frase «alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos», no solo sobresale en el pasaje de la epístola, sino que se ha incorporado al canto inicial de la Misa del día, Gaudete in Domino Semper, marcando el carácter de este domingo, conocido con el nombre de Gaudete, que significa precisamente alegraos.
El Señor está cerca
La aparición en la celebración de elementos que invitan al entusiasmo, dentro de un período litúrgico más propio para contener el gozo, pretende resaltar que la esperanza, la otra gran idea de este día, encierra en sí ya un verdadero gozo. De hecho, únicamente si existe la esperanza hay también plena alegría y optimismo. El texto del Evangelio plasma el gozo a través de la entrada progresiva en la escena de distintos personajes que interrogan al Bautista sobre cómo prepararse mejor ante lo que va a suceder. La respuesta de Juan es concreta: compartir, no oprimir al indefenso ni hacer extorsión; en definitiva, practicar la justicia y vivir la caridad con el prójimo. La convicción de que el Señor está cerca quiere orientar a los discípulos de Juan a un cambio de corazón, en la línea con lo exigido desde antiguo por los profetas (el cumplimiento del derecho y la lealtad). Juan, culminación del profetismo de Israel no se distancia de la predicación de sus predecesores, sino que confirma con su vida y su enseñanza que el verdadero culto a Dios no debe focalizarse en el ofrecimiento de holocaustos y sacrificios externos. Lo verdaderamente agradable a Dios serán los sacrificios espirituales que exigen una conversión del corazón.
El testimonio de la alegría
Durante estos días no son pocos los que viven las fiestas para las que nos preparamos con cierta nostalgia. Son jornadas entrañables y familiares en las que a menudo puede haber también lugar para la tristeza, debido al sufrimiento, a la enfermedad o a la ausencia de quienes nos acompañaron durante otros años y hoy ya no se encuentran con nosotros. Sin embargo, la alegría que nos proporciona la llegada del Señor no debe concebirse como el simple contrapeso ante una melancolía o desconsuelo personal o colectivo. La fe en Jesucristo, que viene y está con nosotros, nos permite superar el nivel del mero sentimiento, penetrando de un modo nuevo el misterio que celebramos. En este sentido, tampoco las malas noticias, como catástrofes naturales, hambrunas o desempleo constituyen de por sí un óbice para vivir con plena ilusión el Adviento y la ya cercana Navidad. A quienes hemos recibido el anuncio de la salvación de Dios se nos ha permitido ser testigos de una salvación real, que nos impulsa a comunicar a los demás que, si bien los males individuales o sociales que nos acechan tienen cierto influjo en la vida del hombre, el mal definitivo ha sido derrotado para siempre gracias al paso del Señor en nuestra vida. En la medida en que somos transmisores de este hecho es posible acrecentar también en nosotros el gozo de sabernos definitivamente salvados por el Señor.
En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan: «¿Entonces, qué debemos hacer?». Él contestaba: «El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo».
Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron:
«Maestro, ¿qué debemos hacer nosotros?». Él les contestó: «No exijáis más de lo establecido».
Unos soldados igualmente le preguntaban: «Y nosotros ¿qué debemos hacer?». Él les contestó: «No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga».
Como el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió dirigiéndose a todos: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; en su mano tiene el bieldo para aventar su parva, reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga». Con estas y otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo el Evangelio.