El primer paso
Esos rostros abajados se encuentran en muchas partes, en Irak, ahora en Rusia, ayer en tantos sitios, peones de un tablero ajeno, víctimas de unas coordenadas desconocidas. El mal se banaliza, se delega hasta que diluye su esencia original
Ahora que el mundo vuelve a girar sobre las heridas abiertas de su historia, recordemos algo que pasó hace justo un año. El Papa Francisco realizó un viaje a Irak, epicentro de tantas guerras. Allí se reunió con líderes políticos y militares. Entre ellos, con el ayatolá Ali al-Sistani, un histórico encuentro que demostró la eficacia del diálogo. A veces, eso sí, hay que dar un primer paso, que es el más difícil, que puede ocasionar la censura de los propios –que te tacharán de buenista e ingenuo–, y la ironía de los ajenos –para quien serás débil–, pero que acaba siendo siempre el más útil. De hecho, a raíz de aquel encuentro, el propio primer ministro iraquí, Mustafa al-Khadimi, decretó el 6 de marzo como Día Nacional de Tolerancia y Convivencia en Irak. Un año después, esos conceptos siguen en estado de fragilidad.
En la imagen, tomada el pasado 23 de febrero, combatientes de las fuerzas regulares iraquíes participan en una operación de seguridad en busca de infiltrados al oeste de la ciudad central de Najaf. Caminan entre el desierto de nuestros padres en busca de enemigos. En la tierra del silencio y la escucha, en el escenario donde nacieron las raíces de nuestro mundo, allí mismo sigue siendo necesario el encuentro, el diálogo de los distintos. Pero, como entonces, como ahora en Ucrania, como siempre ha ocurrido, alguien tiene que dar el primer paso. Un paso descalzo, pobre, desarmado, sincero, sin prejuicios, sin condiciones, que busque la justicia que otorga la verdad. ¿Quién está dispuesto a darlo?
Esos militares buscan objetivos, que es el eufemismo con el que las guerras disfrazan a las personas; es como si de esa manera parecieran menos hermanos, porque un objetivo es una cosa, un medio, y no el fin sagrado que es cualquier hombre. Miran hacia abajo, quizá pensando en alguna nadería, una lavadora para comprar, que el chico lo pasa mal en el colegio, qué haremos en vacaciones y en ese plan: la vida silenciosa que se cuela en el día a día, aunque uno esté buscando enemigos. O quizá más entonces, porque la rutina nos humaniza y nos hace olvidar que nuestro oficio es dar caza a ese alter homo que también compra lavadoras y tiene hijos acosados en el colegio y planea unas vacaciones en familia.
Esos rostros abajados se encuentran en muchas partes, ahora en Rusia, ayer en tantos sitios, peones de un tablero ajeno, víctimas de unas coordenadas desconocidas. El mal se banaliza, se delega hasta que diluye su esencia original, como explicó Arendt. En el desierto de Irak y en las calles de Kiev hay un único enemigo, el de siempre, el de las piedras y los panes, el tentador que se aprovecha cada instante de nuestra herida compartida. Pero hay que dar el primer paso, siempre, cueste lo que cueste, aunque el mundo no lo entienda. Como hizo el Papa en Irak. Porque solo entonces llegará un segundo y un tercero y, quizá, algún día, un último paso salvador lleno de justicia y de paz. El otro no es un infierno. Eres tú, con otro rostro.