«El petróleo y el gas son generadores de pobreza»
Las entidades católicas y de otras religiones están detrás del 35 % de la desinversión en combustibles fósiles. Ahora piden que le llegue el turno a la minería
Finalmente, el Papa Francisco no visitará la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, COP26, como deseaba. Una delegación presidida por el cardenal Parolin, secretario de Estado del Vaticano, hará oír su voz y la de los más pobres en la gran cita de Glasgow (Reino Unido), que se prolongará hasta el día 12. El pasado viernes, con todo, el Santo Padre quiso subrayar la urgencia de «ofrecer respuestas eficaces a la crisis ecológica». Una crisis que, afirmó en un mensaje a la BBC, nos pone frente «a decisiones radicales que no son fáciles».
La COP26 ha arrancado con cierto escepticismo, a la vista de los escasos avances desde las cumbres de París (2015) y Madrid (2019). Los países desarrollados no cumplieron el año pasado su compromiso de destinar 100.000 millones de dólares anuales a paliar el cambio climático en los países en desarrollo. Compensar este retraso es una de las reivindicaciones de la Iglesia. También controlará cuántos gobiernos presentan nuevos objetivos a cinco años, y si son suficientes para mantener la temperatura global solo 1,5 ºC por encima de los niveles preindustriales.
Francisco recordaba que «la humanidad nunca ha tenido tantos medios para alcanzar ese objetivo». Pero hace falta «una renovada corresponsabilidad mundial», fundada «en el hecho de compartir un destino común y en la conciencia de la unidad de la familia humana, proyecto de Dios para el mundo».
Más allá de los gobiernos, el Pontífice recordaba que «cada uno podemos tener un papel». La semana pasada, 72 instituciones religiosas anunciaron la mayor desinversión conjunta hasta ahora en combustibles fósiles, por un valor de 3.620 millones de euros. Desde 2014, se han producido 1.485 compromisos de desinversión, por un valor total de 33,6 billones de euros. Las entidades de fe están detrás del 35 % de ellos.
William Nolan, obispo de Galloway y responsable para el medio ambiente de la Conferencia Episcopal de Escocia, explica a Alfa y Omega que se trata de un compromiso a cinco años que se empezó a plantear el año pasado, al constatar que «no basta» con declaraciones, y con el incentivo de que la COP26 se celebrara en Escocia. Ahora mismo, están estudiando cómo realizarlo. Galloway, por ejemplo, tiene unos 350.000 euros invertidos en compañías que explotan combustibles fósiles, que ahora quiere destinar a «empresas ambientales sostenibles». El proyecto genera algunas dudas, porque «empresas como BP y Shell dan buenos dividendos, difíciles de sustituir», a las economías diocesanas. Pero «debemos tener una mirada más amplia, no solo buscar el mayor beneficio». Además del impacto real de esta decisión, el obispo la defiende porque «parte de la obligación de la Iglesia es preparar a la gente» para asumir que «vamos a tener que cambiar de estilo de vida». Si se transmite esta idea a la sociedad, «los gobiernos responderán».
¿Petróleo para África?
La desinversión en combustibles fósiles no solo busca frenar la emisión de gases de efecto invernadero, sino también el impacto sobre el terreno. En África, por ejemplo, una veintena de diócesis anglicanas y el Movimiento Laudato si están combatiendo la puesta en marcha de nuevos proyectos de extracción, como el Oleoducto de Crudo de África Oriental (EACOP por sus siglas en inglés) entre Kenia y el puerto de Tanga, en Tanzania, que la empresa francesa Total y las compañías petrolíferas de ambos países africanos y China han empezado a construir este año. Además de la amenaza para el hábitat de varias especies protegidas, numerosas entidades han denunciado la expulsión de miles de familias campesinas.
Para Prince Papa, coordinador del Movimiento Laudato si en África, el petróleo que se quedará en estos países no compensa el daño. El crudo y el gas «no son la solución a la pobreza energética, sino generadores de pobreza». Defiende que «África debería saltar directamente a las energías renovables». Por ejemplo, asegura que «Kenia está entre los países con una mayor presencia de estas energías en su red eléctrica». Redirigir a este mercado lo que se invierte en combustibles fósiles «nos aseguraría estabilidad y salud para la gente, la economía y la naturaleza».
Daños colaterales
A la vista del impulso que está teniendo la desinversión en combustibles fósiles, la Red Latinoamericana Iglesias y Minería y otras 24 entidades católicas han lanzado una campaña similar para promover la desinversión en minería. Alertan de que la transición a las energías renovables está llevando a un incremento de los precios de minerales como el cobre, el hierro, el níquel, el aluminio, el cobalto, el molibdeno o el litio. Esto ha intensificado su extracción en América Latina, que cuenta con el 61 % de las reservas mundiales de litio, o un tercio de las de níquel y cobre. «Si vas a buscar la solución en el mismo camino por el que has generado el problema, no la encontrarás», apunta Moema Miranda, de Iglesias y Minería. Esta tendencia, añade, se suma al aumento en la extracción de oro tras la crisis de 2008 y de hierro por el crecimiento de China, con un gran impacto en las comunidades locales.
La campaña propone «una moratoria en la explotación de minerales sin utilidad directa, como el oro»; emplear o reciclar todo lo que ya está extraído antes de seguir explotando y acumulando, e «identificar de forma conjunta qué extracción es imprescindible», para realizarla de forma sostenible. «Estamos buscando nuevos patrones de inversión ética y dialogando con bancos europeos para construir nuevas carteras de inversión basadas en principios ecológicos».