El pasado que nos une - Alfa y Omega

El pasado que nos une

El Museo Arqueológico Nacional acoge una exposición sobre las relaciones milenarias con Marruecos que muestra cuánto tenemos en común los habitantes de las dos orillas del Estrecho

Ricardo Ruiz de la Serna
Sala de la exposición. Foto: Ministerio de Cultura y Deporte / Josefina Pascual.

Bajo el alto patronazgo de Felipe VI, rey de España, y Mohammed VI, rey de Marruecos, el Museo Arqueológico Nacional (MAN), en Madrid, acoge hasta el próximo 16 de octubre la exposición En torno a las columnas de Hércules. Las relaciones milenarias entre Marruecos y España. Gracias a la cooperación entre el Ministerio de Cultura y Deporte, Acción Cultural Española, la Fondation Nationale des Musées du Royaume du Maroc y el propio Arqueológico, el visitante puede contemplar expuestas piezas valiosísimas traídas del otro lado del Estrecho junto a las que atesora el MAN. En torno a ellas, los comisarios Abdelaziz Elidrissi, director del Musée Mohammed VI d’Art Moderne et Contemporain de Rabat y Eduardo Galán, Conservador jefe de Prehistoria del MAN, nos proponen un viaje fascinante.

En efecto, partiendo de los tiempos prehistóricos y hasta el siglo XVI, esta exposición nos guía por un territorio en que el mar no es una barrera sino un puente. Como en la célebre obra de Fernand Braudel sobre el Mediterráneo, en esta muestra los barcos navegan y los hombres de dos continentes comparten formas culturales que van desde la estatuaria hasta los objetos del ajuar doméstico y la vida cotidiana.

Busto de Catón. Ciudad romana de Volubilis (Marruecos). A la derecha: Esfinge de mármol. Lixus (Larache, Marruecos). Fotos: Fondation Nationale des Musées.

Fenicios y romanos dejan su rastro en las dos orillas, cuyas respectivas creaciones son mutuamente reconocibles. Sí, hay un lenguaje común en estas esculturas que no resulta ajeno ni siquiera hoy, unos 18 siglos después de que viera la luz este perro en posición de morder de Volubilis, la antigua ciudad romana a unos 20 kilómetros de Mequinez. Vean el lomo erizado, las patas preparadas para el ataque, la cola curvada que advierte del peligro. Mucho cuidado aquí. Ya lo decía la inscripción de Pompeya: Cave canem. Este can llegó muy lejos. Allí donde llegaba Roma, iban con ella las águilas de las legiones, la loba capitolina y los perros de todas partes.

La exposición se divide en seis partes, todas ellas a escala humana como corresponde a este lugar prodigioso que es la sala de exposiciones temporales del MAN. El visitante puede recorrer sin cansarse los espacios, cuyos títulos son claros: «Mito e imagen de España y África desde la Antigüedad»; «Contactos prehistóricos»; «El factor mediterráneo»; «Bajo un mismo Imperio»; «Tiempos medievales», y «Epílogo: Entre el pasado y el futuro». Todo el programa apunta a lo que ambos países, esto es, ambos pueblos y culturas, tienen en común en torno a un espacio, el sur de Europa y el norte de África, que el mar no separa, sino que une. Ambos comparten un pasado común que va desde las culturas prehistóricas hasta Al-Ándalus. Si uno quiere comprender en profundidad la historia de España, no puede dejar de mirar a África, donde las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla, así como el archipiélago canario testimonian que España no solo mira a Europa, sino también al Atlántico y al Mediterráneo.

En las piezas fenicias de esta exposición, resuena el nombre más antiguo de Melilla: Rusadir. Así, el visitante puede admirar aquí esta bellísima esfinge de mármol, que es un fragmento de un trono votivo mayor y que proviene de Lixus, el antiguo asentamiento romano cercano a Larache. Comparen este busto de Catón proveniente de Volubilis con el de Juba II, rey de Mauritania, que ha cedido el Museo del Prado para esta muestra. Roma dejó su huella y hoy nos sigue impresionando.

Perro de bronce en actitud de ataque. Ciudad romana de Volubilis (Marruecos). Foto: Fondation Nationale des Musées.

El gran viajero español Domingo Badía y Leblich (1767-1818), que ha pasado a la historia como Ali Bey el Abbasi, decía al comienzo del relato de sus viajes que «en todas las naciones del mundo, los habitantes de los países limítrofes, más o menos unidos por relaciones recíprocas, en cierto modo amalgaman y confunden sus lenguas, usos y costumbres, de modo que se pasa de unos a otros por gradaciones casi insensibles; pero esta constante ley de la naturaleza no existe para los habitantes de las dos orillas del estrecho de Gibraltar, los cuales, no obstante su proximidad, son tan diversos los unos de los otros como lo sería un francés de un chino».

Ojalá nuestro ilustre viajero hubiese podido visitar esta exposición que muestra cuánto tenemos en común y cuánto pasado nos une a los habitantes de las dos orillas del Estrecho. Ojalá, añadiré, yo hubiese podido acompañarlo.