El pasado grafitero del prestigioso doctor Tapia - Alfa y Omega

El pasado grafitero del prestigioso doctor Tapia

La vida del doctor Juan Tapia Mendoza, que hoy atiende en el Bronx (EE. UU.) a los más vulnerables, iba dirigida al crimen y a las drogas, pero el esfuerzo de su madre y el mundo del grafiti le dieron una oportunidad

José Calderero de Aldecoa
Tapia era tan solo un niño cuando empezó en el mundo del grafiti. Foto cedida por Juan Tapia Mendoza.

Cuando su padre le abandonó, con tan solo 2 años, nada hacía presagiar que el dominicano Juan Tapia Mendoza se iba a convertir en un afamado grafitero de talla internacional y un prestigioso médico en la ciudad de Nueva York, con consulta en el Bronx para atender a todos aquellos que no disponen de un seguro médico. Pero así fue, gracias, en buena medida, a su madre, que se trasladó junto con sus hijos desde República Dominicana hasta Estados Unidos y se deslomó para sacar adelante a su familia. «Muchos días se iba a trabajar a las cinco de la mañana y no volvía hasta las once de la noche», asegura el hoy doctor a Alfa y Omega.

Todo este esfuerzo, sin embargo, no estuvo reconocido por el pequeño Juan, que aprovechó el extenuante trabajo de su madre fuera de casa para dejar de ir al colegio. «Me iba por la mañana a casa de un vecino, en la que tampoco estaban sus padres, y volvía por la tarde». A pesar de ello, «me iban pasando de nivel porque, con determinada edad, no puedes estar en ciertos cursos», confiesa.

Pedriatrics 2000 es también una galería de arte para los grafiteros. Foto cedida por Juan Tapia Mendoza.

Sin control parental y fuera de casa todo el día, Tapia cayó en las garras de una de las numerosísimas gangas –pandillas juveniles– que por aquel entonces infestaban los barrios neoyorquinos más humildes. «Me involucré en los Sauvage Nomads –Nómadas Salvajes–. Recuerdo que el ritual para entrar era ponerte de cara a una pared y aguantar una paliza del resto de los miembros», reconoce. Por aquel entonces, la violencia era tal que el joven vio partir a muchos de sus amigos: «Algunos acabaron en la cárcel y otros muertos». Él hubiera podido seguir el mismo camino, pero le salvaron los grafitis.

Su firma, CAT 87, empezó a ser tan reconocida que el resto de pandilleros rivales, «en vez de atacarme cuando me veían en su barrio, me pedían autógrafos». La fama internacional le llegó posteriormente cuando Hugo Martínez, un estudiante de Sociología, «nos invitó a pintar un mural delante de la prensa». Al contrario de «los que nos criticaban por ensuciar la ciudad, él afirmaba que éramos jóvenes muy motivados que utilizábamos el grafiti como medio de expresión y para salir de nuestro entorno». Boom. Tapia terminó pintando murales para distinguidas galerías de arte y recorriendo el mundo con sus grafitis.

El doctor, en el Bronx, realiza test de COVID-19 a la comunidad hispana de Nueva York. Foto cedida por Juan Tapia Mendoza.

A pesar del éxito y de su analfabetismo galopante, el joven no había abandonado su sueño de ser doctor. Lo tenía difícil: al intentar matricularse, no sabía lo que significaban siquiera los títulos de las asignaturas. Pero el mismo tesón que puso en no ir a clase de pequeño, lo puso entonces para estudiar y logró superar el examen de ingreso a la Universidad Central del Este, en Santo Domingo. Con los años, Juan Tapia Mendoza –cuya historia se convirtió en un documental de Aleteia que ha ganado recientemente un Premio Emmy del capítulo de Nueva York– ha terminado convirtiéndose en un prestigioso médico pediatra de la ciudad de EE. UU. «Puse en marcha una clínica en mi barrio, –Pediatrics 2000, donde los grafiteros tienen las puertas abiertas para poder plasmar su arte en las paredes– para atender a los más vulnerables, como hispanos o afroamericanos. Me focalizo en los niños porque así les puedo curar y acompañar desde pequeños para que no se vayan por el mal camino», concluye el doctor, que fue uno de los médicos responsables del primer centro de test COVID-19 del Bronx, enfocado a la comunidad iberoamericana.

Hoy Juan Tapia Mendoza da «gracias a Dios por su madre, por el camino recorrido» y por «haber logrado su sueño de ser doctor para atender a su comunidad», concluye.