El Papa reivindica el Pacto Educativo Global para reconstruir las relaciones humanas
Francisco y el patriarca Bartolomé han participado en el encuentro Religiones y educación y han subrayado su papel para «estimular una renovada acción educativa»
Hoy más que nunca «es necesario unir esfuerzos por una alianza educativa amplia para formar personas maduras, capaces de superar fragmentaciones y contraposiciones y reconstruir el tejido de las relaciones por una humanidad más fraterna». Lo ha afirmado el Papa Francisco a los participantes en el encuentro Religiones y educación: hacia un Pacto Educativo Global. El encuentro, celebrado en la Sala Clementina en el Día Mundial de los Docentes, pretende ser un paso más en esta iniciativa lanzada por el Santo Padre en septiembre de 2019.
Lograr ese mundo más fraterno, ha añadido Francisco, pasa por «reconocer, valorar y amar a cada persona más allá de la cercanía física, más allá del lugar del universo donde haya nacido o donde habite». Por eso, ha querido ampliar el antiguo adagio educativo «conócete a ti mismo» con otros principios esenciales para una «formación integral».
Esta pasa por conocer a nuestros hermanos, «para educar en la acogida»; conocer la creación, «para educar en el cuidado por nuestra casa común», y conocer al Trascendente, «para educar en el gran misterio de la vida». Y ha añadido que «no podemos ocultar a las nuevas generaciones las verdades que dan sentido a la vida».
Las religiones quieren renovar la educación
Dentro de esta apuesta, el Papa ha subrayado el deseo de las religiones de «estimular una renovada acción educativa». Para ello, es necesario redefinir algunos aspectos de la relación entre ambas. En el pasado, ha reconocido, se usó la religión para alimentar las diferencias, se justificó la discriminación o no se respetaron los derechos de los más vulnerables.
En cambio, hoy «la educación nos compromete a no usar el nombre de Dios para justificar la violencia». También a «acoger al otro como es, sin juzgar ni condenar», y a «defender los derechos» de todos y «a enseñar a las nuevas generaciones a ser voz de los sin voz» y comprender que hombres y mujeres «son iguales en dignidad». Por último, «la educación nos compromete a amar a nuestra madre tierra», a evitar el desperdicio y a «estar más dispuestos a compartir».
Maestros para una educación humanística
En el encuentro ha participado también el patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomé. A la siempre compleja tarea de educar, ha reconocido, se suman hoy nuevas dificultades. La explosión tecnológica a la secularización, el pluralismo o un concepto de libertad como ausencia de límites, entre otros, hacen que «preservar la orientación humanística de la educación se vuelva crecientemente difícil».
Frente a esto, ha recordado que para los sabios griegos «la verdadera educación no nos prepara simplemente para conseguir lo que deseemos sino para desear lo que debemos». Es decir, lo que sirve a la virtud y la verdad.
Una labor en la que, ha añadido, es fundamental el papel del maestro y su relación con el discípulo. El maestro «no es un factor anónimo que transmite un conocimiento útil, sino un pedagogo que asiste al alumno para adquirir una percepción de la profundidad de la realidad, para priorizar sus deseos y sus ambiciones, y para comprender el valor de la responsabilidad social». En vez de exhortar, «invita y acompaña», y enseña sobre todo mediante el ejemplo y su propio compromiso con la tarea educativa.
El valor de la identidad religiosa
El patriarca también ha querido subrayar la contribución de la educación religiosa a la coexistencia de distintas culturas en la sociedad contemporánea. Esta formación permitirá a niños y jóvenes comprender que «desarrollar su identidad religiosa no es un impedimento para comunicarse con los otros». Al contrario, es condición previa para ello. «Solo quienes tienen y aprecian una identidad particular pueden demostrar interés genuino por la de otros».
La «presencia y organización adecuada» de la identidad religiosa en la educación es fundamental. Hay que enseñar a los jóvenes, ha concluido Bartolomé, una religión que «subraya la identidad espiritual y el destino eterno de todos» y que ofrece respuestas a las grandes preguntas existenciales». Una religión que «ha preservado tradiciones espirituales inestimables» y el «respeto por la creación», al tiempo que «resiste a las tendencias que tienden a reducir la sacralidad de la persona humana». Y, por último, una religión que «puede contribuir de forma decisiva a la paz y la reconciliación» y a una cultura de solidaridad y fraternidad.