El Papa recuerda el genocidio de 3,8 millones de ucranianos en 1932 y 1933 - Alfa y Omega

El Papa recuerda el genocidio de 3,8 millones de ucranianos en 1932 y 1933

Después de explicar la consolación espiritual, que no es «una euforia pasajera», Francisco ha pedido que el Mundial sea «ocasión de encuentro y armonía»

María Martínez López
Francisco durante la audiencia de este miércoles. Foto: AFP / Filippo Monteforte.

El Papa Francisco ha recordado que este sábado se recuerda el Holodomor, la hambruna ordenada por el dictador soviético Iósif Stalin entre 1932 y 1933 en Ucrania. Al menos 3,8 millones de personas murieron. Hoy, ha subrayado el Pontífice este miércoles en la audiencia general, «los ancianos, los enfermos y los niños» ucranianos «sufren el martirio de la agresión» rusa. Por ello ha exhortado a pedir por ellos y «por las víctimas de ese genocidio». El Santo Padre ha lanzado este mensaje después de pedir a los fieles que recen «por la paz en el mundo y el fin de todos los conflictos», recoge EFE. Y en especial por el «querido y martirizado pueblo ucraniano».

Se trata, según afirma Il Sismografo, de la intervención número 100 de Francisco exhortando a la paz en Ucrania desde que comenzó la invasión rusa el 24 de febrero. El Holodomor, «matar de hambre» en ucraniano, fue la estrategia ordenada por Stalin entre 1932 y 1933 contra los campesinos de las regiones a lo largo del Volga, el Don y el Kuban, y en la zona de Siberia occidental, aislándolos. Se considera el holocausto ucraniano, pues se calcula que murieron al menos 3,8 millones de habitantes de esas regiones.

Mirando a la JMJ de Lisboa

Durante la audiencia general, el Papa ha realizado asimismo un llamamiento para que el Mundial de fútbol de Catar «sea una ocasión de encuentro y armonía entre las naciones, fomentando la fraternidad y la paz entre los pueblos». Junto a este deseo, ha enviado «un saludo a los jugadores, a los aficionados y a los espectadores».

Por último, el Papa ha tenido dos recuerdos más. Uno para el misionero comboniano y médico Giuseppe Ambrosoli, beatificado el domingo en Uganda. También ha recordado que el domingo pasado se celebró en las diócesis la Jornada Mundial de la Juventud, «con el pensamiento orientado al encuentro de jóvenes del año que viene en Lisboa», ha dicho a los peregrinos de lengua portuguesa. «Que la alegría de encontrarnos y la voluntad de estar juntos sean señales fundamentales para el mundo de hoy, herido por enfrentamientos y guerras».

Huir de las consolaciones de imitación

El Santo Padre ha dedicado la catequesis de este miércoles a la consolación espiritual y su papel en el discernimiento, después de hablar el miércoles pasado de la desolación. Se trata, ha explicado, de «una experiencia profunda de alegría interior», que hace «ver la presencia de Dios en todas las cosas». Pero ha advertido de que también «puede prestarse a equívocos».

«Es un movimiento íntimo», no «llamativo sino suave, delicado». No es algo «que trata de forzar nuestra voluntad» ni «una euforia pasajera». Ha pedido por ello estar atento para distinguir esta moción espiritual «de las falsas consolaciones». Se trata de «imitaciones», que son «más ruidosas y llamativas, son puro entusiasmo, son fuego de paja, sin consistencia». Y además «llevan a plegarse sobre uno mismo, y a no cuidar de los otros». Este «entusiasmo pasajero», cuando desaparece, no deja atrás nada salvo vacío.

Existe además el peligro de buscar la consolación «como fin en sí misma, de forma obsesiva y olvidándonos del Señor». Cuando, en realidad, «no es controlable, no es programable», porque «es un don del Espíritu Santo». Por eso «se debe hacer discernimiento, también cuando uno se siente consolado», para asegurarse de que no se buscan «las consolaciones de Dios», de forma infantil e interesada, sino «al Señor, y el Señor con su presencia nos consuela». «No buscar a Dios para que nos traiga la consolación, esto no funciona».

«Te lleva a hacer cosas buenas»

La verdadera consolación no es una paz «para gozar de ella sentados», sino que «empuja hacia el Señor y te lleva por el camino de hacer cosas buenas». Esto es así porque «refuerza la fe y la esperanza», mira «hacia el futuro, consiente en tomar iniciativas hasta ese momento siempre postergadas, o ni siquiera imaginadas».

Por otro lado, ayuda a no rendirse ante las dificultades. Aunque las haya, se «experimenta una paz más profunda» que ellas. El Papa ha citado, por ejemplo, la alegría perfecta de la que hablaba san Francisco de Asís, «asociada a situaciones muy difíciles de soportar». Puede nacer incluso del «dolor por los propios pecados».

Fue esta consolación la que ayudó a tantos santos a «hacer grandes cosas, no porque se consideraran buenos y capaces, sino porque fueron conquistados por la dulzura pacificante del amor de Dios». Y les dio una audacia similar a la de los niños, como experimentó santa Teresita del Niño Jesús.