El Papa que no puede callejear como quisiera
La escena ha hecho sonreír a muchas personas de todo el mundo, y, sin pretenderlo, se ha convertido en un gesto de apoyo a la industria musical, tan herida por la piratería, y a todas esas pequeñas tiendas de barrio
La historia de esta foto la conocemos todos. Pero la letra pequeña que se esconde en su reverso es lo que la hace especial. Detalles que retratan a cada uno de sus protagonistas: un Pontífice entrando en una tienda de discos del centro de Roma; los dueños del establecimiento alucinados al comprobar que su antiguo cliente cumplía la promesa de regresar al negocio en el que había adquirido discos de música clásica en sus viajes de trabajo a Roma, y un periodista afortunado que se topa fortuita e inesperadamente con el Papa. Juntos suman los ingredientes de una anécdota perfecta que entrará a formar parte de la biografía de un pontificado: la prueba evidente de que la amistad es uno de los más auténticos rostros de Dios, y la confirmación empírica del respaldo de Francisco al trabajo del periodista que busca honestamente la verdad: «Gracias por cumplir con su vocación, aunque sea poniendo en dificultad al Papa».
Cuando el director de Rome Reports, Javier Martínez Brocal, se dio cuenta de la repercusión que había tenido esa pillada in fraganti al Papa, le escribió una carta pidiéndole disculpas por haberle estropeado esa visita privada, aunque a la vez le advertía de que la escena había hecho sonreír a muchas personas de todo el mundo, y, sin pretenderlo, se había convertido en un gesto de apoyo a la industria musical, tan herida por la piratería y, de paso, a todas esas pequeñas tiendas de barrio que sobreviven con tanta dificultad.
La rápida carta de respuesta del Papa, escrita a mano, está llena de sentido del humor: «No me negará que fue una bruta sorte» que, después de tomar todas las precauciones, justo hubiera en el lugar un periodista. «No hay que perder el sentido del humor», añade el Papa inmediatamente.
Una vez más, el buen humor como una de las premisas fundamentales en el manual de estilo de Francisco. En su código interno, este buen humor se convierte en la virtud humana más cercana a la caridad y a la gracia divina. Y, por cierto, la referencia a la oración de santo Tomás Moro que Francisco reza a diario para pedir este buen humor aflora mucho últimamente en sus audiencias privadas. Quizás porque sabe cuánto necesitamos la risa sincera y compartida. Mirar el presente con una pizca de humor soluciona muchos males, y mirar al futuro con gozo es esperanza.
En la carta del Papa a Javier Martínez Brocal hay una confesión llena de nostalgia, pero con ese matiz de memoria agradecida: «Lo que más extraño en esta diócesis (de Roma) es no poder callejear como lo hacía en Buenos Aires, caminando de una parroquia a otra». La renuncia a los paseos en libertad se encuentra en el reverso del contrato no escrito que se asume al ser Papa. Enternece esta confidencia del Sucesor de Pedro, al que le gustaría salir de Santa Marta y confundirse con los suyos.
En esta fotografía se confirma que la vida del Papa Francisco está rodeada de nombres propios. Cuando prometió a estos tenderos que acudiría a bendecir el negocio que acababan de renovar no fue solo una forma de quedar bien. Lo cumplió en cuanto pudo. Y quiso realizarlo de forma reservada quizás para animarnos a que la Iglesia, cada uno de nosotros, nos transformemos en nuestra mejor versión, a ser posible sin buscar aplausos. El Evangelio se proclama con el corazón lleno de rostros. Y, por qué no, también entre discos de música clásica.