El Papa pide que la política no relegue a los ancianos a «descartes improductivos»
En la Misa por la III Jornada Mundial de los Abuelos y los Mayores, el Santo Padre ha pedido que tampoco las familias marginen a sus ancianos
Francisco solo ha interrumpido sus vacaciones de julio para presidir la III Jornada Mundial de los Abuelos y los Mayores, que él mismo quiso introducir en el calendario litúrgico como un recordatorio especial de la Iglesia hacia los ancianos.
En esta tercera edición, los asistentes a la Misa en la basílica de San Pedro, sobre todo ancianos, niños y jóvenes, han representado la petición del Papa: que haya una mezcla de generaciones «para que la linfa de quien tiene a sus espaldas una larga experiencia de vida irrigue los brotes de esperanza de quien está creciendo».
«En este intercambio fecundo aprendemos la belleza de la vida, construimos una sociedad fraterna, y en la Iglesia permitimos el encuentro y el diálogo entre la tradición y las novedades del Espíritu», ha dicho el Papa durante su homilía.
No ser impacientes, intransigentes ni violentos
Primero Francisco ha desarrollado la explicación de las parábolas que contiene el Evangelio de este domingo, un lenguaje «lleno de imágenes», que «se asemeja al que muchas veces usan los abuelos con los nietos, sentándolos quizás sobre sus rodillas».
Sobre la parábola de la cizaña y el trigo, el Pontífice ha indicado que lo que narra refleja la vida misma, es decir, la convivencia de las luces y las sombras. El cristiano no es pesimista ni ingenuo, ha dicho el Papa; por eso sabe que en el mundo hay trigo y cizaña. Pero esa cizaña no viene solo desde fuera. El Papa ha recordado que también el mal vive dentro de nosotros: «No es siempre culpa de los demás, no es necesario inventar enemigos que combatir para evitar arrojar un poco de luz en su interior». En cualquier caso, la cizaña no hay que arrancarla de cuajo, como narra Jesús en la parábola, porque, aunque sea con buena intención, «se corre el riesgo de ser impacientes, intransigentes, incluso violentos hacia quien cayó en el error». Francisco ha invitado a imitar esta pedagogía misericordiosa y a tener paciencia con los demás para saber cómo actuar.
«La ancianidad es un tiempo bendecido también para esto. Es la estación para reconciliarse, para mirar con ternura la luz que avanzó a pesar de las sombras, en la confiada esperanza de que el buen trigo sembrado por Dios prevalecerá sobre la cizaña con la que el diablo ha querido infestarnos el corazón», ha señalado el Papa.
Que las familias no marginen a los ancianos
Sobre la segunda parábola, la del granito de mostaza, ha recordado Francisco que todos hemos sido pequeños y hemos ido creciendo, como el árbol y los pajaritos, como los abuelos y los nietos: «Pienso en los abuelos, hermosos como estos árboles frondosos, bajo los cuales los hijos y los nietos realizan sus propios nidos, aprenden el clima de familia y experimentan la ternura de un abrazo. Se trata de crecer juntos». Como en la tercera parábola, en la que crecen juntas la levadura y la harina, una mezcla que hace crecer toda la masa. Por ello, Francisco ha destacado que esta parábola invita a mezclarnos y a vencer «los individualismos y los egoísmos, y nos ayuda a generar un mundo más humano y fraterno».
«De ese modo, hoy la Palabra de Dios es una llamada a vigilar para que nuestras vidas y nuestras familias no marginen a los más ancianos», ha insistido Francisco.
Acompañar a los que les cuesta seguir el ritmo
Además, el Papa ha hecho una última petición: «Estemos atentos, para que nuestras ciudades llenas no se conviertan en concentrados de soledad; para que la política, que está llamada a satisfacer las necesidades de los más frágiles, no se olvide precisamente de los ancianos, dejando que el mercado los relegue a descartes improductivos. No vaya a suceder que, a fuerza de seguir a toda velocidad los mitos de la eficiencia y del rendimiento, seamos incapaces de frenar para acompañar a los que les cuesta seguir el ritmo».
Ha insistido en que no olvidemos a los abuelos y ancianos y en que recordemos que «muchas veces, gracias a una caricia suya hemos vuelto a levantarnos, hemos reanudado el camino, nos henos sentido amados, sanados por dentro». «Ellos se han sacrificado por nosotros y nosotros no podemos sacarlos de la agenda de nuestras prioridades», ha concluido.
Para escenificar esta mezcla, al final de la celebración los abuelos han entregado simbólicamente a los nietos la Cruz de los Jóvenes que recorre el mundo desde que san Juan Pablo II instauró las Jornadas Mundiales de la Juventud. La cruz acompañará a los chicos hasta Lisboa donde la JMJ está a punto de comenzar en solo unos días.