El Papa pide que familias y comunidades no se cansen de acoger a los refugiados
En el mensaje para la Jornada Mundial de los Pobres, Francisco recuerda que la indiferencia hacia los pobres «manifiesta una fe débil y una esperanza endeble y miope»
El Papa pide que cuando los conflictos se alargan «es el momento de no ceder» en la acogida a los desplazados. En el mensaje para la Jornada Mundial de los Pobres, hecho público este martes, Francisco aplaude «la disponibilidad» y «generosidad» que ha llevado a «poblaciones enteras» a abrir sus puertas a los «millones de refugiados» de las guerras en Oriente Medio, África o Ucrania. La jornada se celebrará el 13 de noviembre, último domingo antes de la solemnidad de Cristo Rey.
Sin embargo, reconoce que cuando la situación se prolonga, «a los pueblos que acogen les resulta cada vez más difícil dar continuidad a la ayuda; las familias y las comunidades empiezan a sentir el peso de una situación que va más allá de la emergencia». Es necesario en ese momento «renovar la motivación inicial», pues «mientras más dura el conflicto, más se agravan sus consecuencias». Y «lo que hemos comenzado necesita ser llevado a cumplimiento con la misma responsabilidad».
Ya ocurrió en la comunidad de Corinto. Al principio, por indicación de san Pablo, «cada primer día de la semana» los cristianos «recogían lo que habían logrado ahorrar» para asistir a los pobres de Jerusalén. «Todos eran muy generosos». Sin embargo, en Corinto esta campaña terminó perdiendo fuerza, narra el Pontífice. Por eso, Pablo tuvo que escribirles «de manera apasionada insistiendo» en ello.
Recordatorio en cada Misa
Pero la caridad no puede ser una obligación, matiza el Santo Padre. Es «un signo de amor», que manifiesta «la sinceridad» del amor a Dios. Es una respuesta a Jesucristo; quien, como dice el lema elegido para la jornada, se hizo pobre por vosotros.
El Pontífice recuerda que heredero de este gesto de los cristianos de Corinto es la colecta de cada domingo en la celebración de la Eucaristía. En ella ponemos «en común nuestras ofrendas para que la comunidad pueda proveer a las exigencias de los más pobres». Este gesto se ha realizado «siempre con alegría y sentido de responsabilidad», como atestiguaba san Justino ya en el siglo II.
«La solidaridad, en efecto, es precisamente esto: compartir lo poco que tenemos con quienes no tienen nada, para que ninguno sufra. Mientras más crece el sentido de comunidad y de comunión como estilo de vida, mayormente se desarrolla la solidaridad».
Desarrollo, para compartir
El Papa celebra que en algunos países «en las últimas décadas, se ha producido un importante aumento del bienestar para muchas familias», gracias a «la iniciativa privada y a leyes que han apoyado el crecimiento económico articulado con un incentivo concreto a las políticas familiares y a la responsabilidad social». Lo que se ha obtenido así, «pueda ahora ser compartido con aquellos que se han visto obligados a abandonar su hogar y su país para salvarse y sobrevivir».
Además de mantener «los valores de libertad, responsabilidad, fraternidad y solidaridad» como miembros de la sociedad, como cristianos debemos encontrar «siempre en la caridad, en la fe y en la esperanza el fundamento de nuestro ser y nuestro actuar», subraya el Santo Padre.
Ni asistencialismo ni activismo
Sin embargo, a veces «puede prevalecer una forma de relajación, lo que conduce a comportamientos incoherentes, como la indiferencia hacia los pobres». Esto, o el apego al dinero y el mal uso de los bienes, «manifiestan una fe débil y una esperanza endeble y miope». El problema, matiza Francisco, «no es el dinero en sí», que forma parte de la vida, sino «el valor que tiene para nosotros: no puede convertirse en un absoluto» que «nubla la mirada» e impide ver las necesidades de los demás. Además, citando su exhortación Evangelii gaudium, recuerda que «nadie debería decir que se mantiene lejos de los pobres porque sus opciones de vida implican prestar más atención a otros asuntos».
Compartir con los pobres no consiste, explica el Papa en otro punto del mensaje, en «tener un comportamiento asistencialista»; sino de «hacer un esfuerzo para que a nadie le falte lo necesario. No es el activismo lo que salva, sino la atención sincera y generosa que permite acercarse a un pobre como a un hermano que tiende la mano para que yo me despierte del letargo». «Frente a los pobres no se hace retórica, sino que se ponen manos a la obra y se practica la fe involucrándose directamente, sin delegar en nadie».
Pobreza que enriquece
En el texto presentado este martes, Francisco aborda también la «paradoja» de la «pobreza que enriquece». Porque «la verdadera riqueza no consiste en acumular», sino «en el amor recíproco que nos hace llevar las cargas los unos de los otros para que nadie quede abandonado o excluido». Una lección de la pandemia y de la guerra es que «no estamos en el mundo para sobrevivir, sino para que a todos se les permita tener una vida digna y feliz».
Esta pobreza es distinta, matiza el Santo Padre a la «pobreza que humilla y mata» y que es fruto de «la injusticia, la explotación, la violencia y la injusta distribución de los recursos». Esa es la miseria, que impone la cultura del descarte y la «lógica de la explotación de las personas». Y «también afecta a la dimensión espiritual».
«La pobreza que libera, en cambio, es la que se nos presenta como una elección responsable para aligerar el lastre y centrarnos en lo esencial». Permite a quien se siente insatisfecho «comprender aquello de lo que verdaderamente tenía necesidad». Así le ocurrió, recuerda el Pontífice, a san Carlos de Foucauld, canonizado el 15 de mayo. «Los pobres, en realidad, antes que ser objeto de nuestra limosna, son sujetos que nos ayudan a liberarnos de las ataduras de la inquietud y la superficialidad».
El camino, concluye, es el marcado por san Pablo: «Seguir la pobreza de Jesucristo, compartiendo la vida por amor, partiendo el pan de la propia existencia con los hermanos y hermanas, empezando por los más pequeños, los que carecen de lo necesario, para que se cree la igualdad, se libere a los pobres de la miseria y a los ricos de la vanidad, ambos sin esperanza».
Una de las terribles consecuencias de la guerra en Ucrania, denuncia el Papa en su mensaje, es «la deportación de miles de personas, especialmente niños y niñas, para desarraigarlos e imponerles otra identidad». Se suman a los muchos pobres que «general la insensatez de la guerra»: los refugiados, y quienes se quedan atrás haciendo frente al «miedo y la falta de alimentos, agua, atención médica y sobre todo cariño». Cuando «la razón se oscurece», «muchas personas comunes» sufren las consecuencias.
El conflicto de Ucrania, lamenta Francisco al comienzo de su mensaje, es «una nueva catástrofe» que ha surgido cuando el mundo parecía estar saliendo «de la tempestad de la pandemia». Se suma a otras «guerras regionales que en estos años están trayendo muerte y destrucción».
Pero la situación es más compleja, denuncia, «por la intervención directa de una superpotencia, que pretende imponer su voluntad contra el principio de autodeterminación de los pueblos. Se repiten escenas de trágica memoria y una vez más el chantaje recíproco de algunos poderosos acalla la voz de la humanidad que invoca la paz».