El Papa pide a la UE que respete las singularidades nacionales
Europa no puede ceder a populismos nacionales, pero tampoco ser un sujeto de «colonización ideológica», afirmó Francisco en Hungría. «¿Dónde están los esfuerzos creadores de paz?», reclamó
Si Francisco quiso volver a Hungría no fue para recriminar las actitudes de su Gobierno y su sociedad que más chocan con la propuesta de la Iglesia o con la mentalidad europea occidental. De hecho, en eso fue bastante diplomático. Aunque en la Misa del pasado domingo señaló que «es triste ver puertas cerradas» al migrante, el viernes ante las autoridades optó simplemente por recordar que fue su rey y patrón san Esteban quien pedía tratar bien a los extranjeros, porque un país con una única tradición «es débil y decadente» y el diferente lo «adorna». Lo puso también de ejemplo por conjugar verdad y mansedumbre, pues la defensa de los valores cristianos —a la que apela el primer ministro, Viktor Orbán— no puede hacerse «por medio de la rigidez y las cerrazones».
Pero su discurso se dirigió en gran medida a Europa, con algunas críticas más explícitas. En clave intraeuropea, un ámbito en el que Hungría suele ser voz discordante, subrayó que la UE «necesita el aporte de todos sin disminuir la singularidad de ninguno». No puede ser «rehén de las partes» ni de «populismos autorreferenciales», pero tampoco «una especie de supranacionalismo abstracto» que impone «colonizaciones ideológicas» como la ideología de género o el aborto. Y pidió que la cuestión migratoria se afronte a nivel comunitario «sin excusas ni dilaciones».
Esfuerzos creadores de paz
Lamentó asimismo que el proyecto de un «camino unitario» europeo como forma de prevenir los conflictos «parece un bonito recuerdo del pasado», mientras «los solistas de la guerra se imponen» y rugen los nacionalismos. «En este momento histórico, Europa es fundamental», pues está llamada a «unir a los alejados, acoger a los pueblos en su seno y no dejar que nadie permanezca para siempre como enemigo». Si la guerra de Ucrania es una constante en sus intervenciones, no iba a ser menos a solo 300 kilómetros de la frontera. Al final de la Misa renovó su petición a la Virgen por los pueblos ruso y ucraniano y para que «infunda en los corazones de los responsables de las naciones el deseo de construir la paz». Pero, sobre todo, preguntó a las autoridades «dónde están los esfuerzos creadores de paz».
En esa línea se leyó el encuentro sorpresa del sábado con Hilarión, anterior responsable de Relaciones Exteriores del Patriarcado de Moscú y desterrado el año pasado a Hungría supuestamente por su oposición a la invasión. Este negó que en la reunión, de 20 minutos, se hubieran abordado «acuerdos secretos» ni ningún tema político. Pero en la rueda de prensa en el vuelo de vuelta, Francisco reconoció que la cuestión había estado presente en sus encuentros y anunció «una misión en marcha» que aún no es pública. También se mostró confiado sobre la petición del primer ministro ucraniano, unos días antes, de ayudar al retorno de los niños ucranianos llevados a Rusia. «La Santa Sede ha actuado como intermediaria en situaciones de intercambio de prisioneros, creo que en esto también puede ir bien». En sus intervenciones Francisco reconoció, además de la preocupación del país por los cristianos perseguidos y por la familia, el «extenso compromiso» de la Iglesia con los necesitados y, en particular, la acogida, «no solo con generosidad sino con entusiasmo» a los ucranianos, como subrayó en el encuentro con los pobres y refugiados del sábado. «Necesitamos una Iglesia que hable con fluidez el lenguaje de la caridad, un idioma universal que todos escuchan y comprenden», incluso quien no cree. Y recordó que no se habla solo dando pan, «es necesario alimentar el corazón de las personas» mirándolas a los ojos y haciendo que se sientan amadas por Dios. De esta forma, la caridad desafía a la propia Iglesia para que la fe «no sea prisionera de un culto alejado de la vida».
«Acogida profética»
Otro reto del Santo Padre para la Iglesia local con aplicaciones universales es el de la «acogida profética», un término que acuñó el viernes con los obispos, sacerdotes, religiosos y agentes de pastoral. Esta acogida es la respuesta a dos tentaciones perennes en la Iglesia. La primera es una lectura catastrofista de la realidad, que lleva a buscar «medios humanos para defendernos del mundo, encerrándonos». En el otro extremo se encuentra la visión conformista de que «todo está bien, que el mundo ha cambiado y debemos adaptarnos».
Solo desde la conciencia de que Cristo es nuestro futuro —lema de la visita— y centro de la historia se pueden «reconocer los signos de la presencia de Dios, incluso allí donde no aparece explícitamente» y, al mismo tiempo «interpretarlo todo a la luz del Evangelio, sin mundanizarse». Bajo esta óptica y escuchando «las preguntas y los retos sin miedos ni rigidez», realidades como la secularización estimulan a profundizar en los temas y a buscar nuevos caminos.
A los jóvenes, los invitó a ponerse «grandes metas» y ser «protagonistas de la historia», sin conformarse con «un título, un trabajo», diversión o el móvil.Como novedad, se recuperó el encuentro, no habitual en los viajes de Francisco, con el mundo académico. En la Facultad de Informática y Ciencias Biónicas de la Universidad Católica Péter Pázmány, el Santo Padre describió un mundo que se está viendo sometido al imperativo de la tecnología. Este busca «un progreso que no admite límites»; pero degenera en problemas como la crisis ecológica. Frente a ello, en la universidad «el conocimiento se libera de los límites de acumular y poseer y se puede convertir en cultura», alimentando la mente, el alma y a la sociedad. Para ello, invitó a los intelectuales a la humildad y la apertura, buscando la verdad que hace libres en un «conocimiento que nunca está desvinculado del amor».
Música de alabanza, testimonios, oración, montajes audiovisuales y Misa. Es la receta de Fuente, el formato de encuentros para jóvenes que el Papa Francisco conoció de primera mano el sábado durante su cita con ellos en el Papp László Budapest Sportaréna. «Estos eventos nacieron durante la preparación para el Congreso Eucarístico Internacional» de 2021, como referencia a su lema: Todas mis fuentes están en ti. Pero tuvieron tal éxito que luego se les dio continuidad. Ahora se celebran una vez al año a nivel nacional, explica Miklós Gábor, responsable del comité de Juventud de la Conferencia Episcopal Húngara.
Para los jóvenes, es «una oportunidad para encontrarse unos con otros y con Jesús en la Eucaristía. Se sienten interpelados y lo esperan con ilusión». Curiosamente, no es lo audiovisual lo que más los atrae no es lo audiovisual, sino «los testimonios de sus coetáneos». Una prueba de los frutos de estos eventos es que «una de las chicas que dio testimonio ante el Santo Padre se convirtió a la fe hace cuatro años en una de estas celebraciones».
Según Gábor, aunque «los efectos de la secularización quizá se notan menos que en Europa occidental, los jóvenes húngaros no son del todo inmunes». Según una encuesta anterior al Sínodo sobre los jóvenes de 2018, entre el 10 % y el 12 % de los húngaros de 15 a 29 años va a Misa de forma regular.
Un dato positivo es que «el número de colegios católicos ha aumentado de forma significativa» en los últimos años, lo que ha supuesto «más oportunidades para que los jóvenes estén en contacto con la fe y la Iglesia». Eso sí, para la Iglesia supone un desafío «cómo implicar a los alumnos en sus parroquias y cómo hacer que se conviertan en adultos comprometidos».
Por otro lado, los jóvenes están más concienciados sobre cuestiones sociales y ambientales. Y ello implica que para ellos «es importante que la Iglesia represente de forma auténtica los valores cristianos» en las cuestiones sociales.
Una preocupación para la Iglesia es el «fuerte impacto de la digitalización y las redes sociales» en esta generación. Esto, al igual que en otros países, «lleva a problemas de autoestima y ansiedad». Por ello, Gábor considera que el Papa dio justo en el clavo el sábado, cuando exhortó a los jóvenes a aspirar a «grandes metas» y no dejar de lado sus talentos e inquietudes «pensando que todo lo que necesitas para ser feliz es lo mínimo: un título, un trabajo para ganar dinero, un poco de diversión» o «un móvil y algunos amigos».
Su otra gran recomendación fue exhortarlos a «ir contracorriente» buscando ratos de silencio. Pero, de nuevo, no un silencio que los aísle en las redes sociales o los lleve a rumiar melancólicamente sus problemas. En cambio, les recomendó leer libros provechosos, «observar la naturaleza», rezar y «confiarle a Jesús lo que vivimos».