El Papa no es el vecino del quinto - Alfa y Omega

El Papa Francisco acaba de cumplir 85 años, y aprovecho la ocasión para reflexionar sobre su figura.

Me sorprende que la derechita más conservadora de Twitter, la que se ensancha en odas a Sorrentino, la grandeza de la familia, el cocido y el jamón serrano, se muestre tan grotescamente burlona a la hora de referirse al Santo Padre.

Hay que tener muy claro que el Papa por ser Papa no tiene que ser necesariamente santo. En la historia hay ejemplos evidentes de falta de virtud en la sede de Pedro. Y la Iglesia, que sí que es santa y es Madre, lo tiene en cuenta cuando determina que el magisterio papal tiene infalibilidad únicamente cuando se pronuncia ex cáthedra. Es decir, la Iglesia contempla la posibilidad de que el Pontífice se equivoque en su predicación. Y, cuando es el caso, no cabe duda, la crítica no es inapropiada sino, seguramente, necesaria. Allí está santa Catalina de Siena para demostrarlo. No obstante, hay una enorme diferencia entre mostrarse en contra del discurso del Papa Francisco y faltarle al respeto obviando que es a ojos de la Iglesia y del mundo la cabeza del catolicismo.

Puedo comprender –sin llegar a aprobarlo– que aquellos que batallan por destruir las instituciones hagan el esfuerzo por tratar a papas, obispos y monarcas igual que tratan a su vecino del quinto que les cae mal. Sin embargo, choca que quienes se ponen la medalla de estetas, quienes presumen de alzar la bandera de la belleza de nuestra tradición, tengan tan poco tacto –ni siquiera: se ve que es un gesto impostado– cuando se trata de hacer un comentario sobre Francisco. Llama la atención porque ni siquiera los católicos más sedevacantistas utilizan un lenguaje tan despectivo para hablar de Bergoglio. Y me pregunto, cada vez que me llega un desafortunado tuit de este tipo, a qué dedicará sus días el autor para creerse con la autoridad de mirar por encima del hombro al Sumo Pontífice y para ensuciarse la boca con palabras que ponen en duda la clase de la que con tanta frecuencia presume poseer.

Si uno se dice católico y está en desacuerdo con las declaraciones que pueda hacer el Papa Francisco (qué expuesto está, por otra parte) tiene dos opciones. Bien puede compartir con su obispo o directamente con el Vaticano aquello que le incomoda, puede también hablar o escribir públicamente sobre los errores que observe, o bien puede morderse la lengua y ofrecer ese silencio y otras mortificaciones, además de rezar a diario por la santidad de la Iglesia y por todos sus miembros.

Si uno se dice católico sólo por el hecho de haber nacido en un país históricamente católico, ni rezará ni escribirá al obispo, pero sí puede, incluso en sus tuits burlones, demostrar que conoce los protocolos sociales y que uno no debe, aunque sea por pura estética, tratar al Pontífice de Roma igual que trata al vecino del quinto que le cae mal. ¡Viva el Papa!