Un número oculto. Y, al contestar, «soy el Papa Francisco». El Santo Padre llamó hace unos días a Maurizio Patriciello, párroco de Caivano, en la provincia de Nápoles. El sacerdote es conocido por su labor en la lucha contra la mafia en la región entre Náples y Caserta, que la Camorra ha convertido en un vertedero a cielo abierto. De hecho, por la combustión de los residuos, la zona ha sido bautizada como Tierra de Fuegos.
«La llamada duró pocos minutos, y me ha dicho que conoce la situación en la que trabajamos, los problemas que tenemos con la Camorra», ha relatado el sacerdote a Avvenire. «Me ha dicho también que estaba cerca de mí y que rezaba por mí, y me ha pedido que también rece por él». «Realmente ha sido una sorpresa, pues no había hecho que nadie me avisara».
A Patriciello le ha hecho especial ilusión que el Pontífice estuviera al tanto de lo ocurrido el 12 de marzo. En el día de su cumpleaños, una bomba estalló delante de la parroquia de San Pablo, en Caviano. «Me ha animado a seguir con lo que estoy haciendo». El párroco, que desde entonces lleva escolta, respondió al atentado anunciando que «esta tarde, como todos los días, estaré en el altar, armado solo con el rosario». Cientos de personas se presentaron para mostrarle su apoyo. Aunque siendo realista, reconoció que al día siguiente ya no estarían allí. «Seguiremos estando solos».
Visita truncada
No es la primera vez que Francisco le muestra su proximidad, pues «en años anteriores» se la ha hecho llegar de otras formas. En su labor, aúna la lucha contra la mafia y la cuestión ambiental, por lo que ha llamado la atención del Papa. Se suponía que Francesco visitaría Acerra, cerca de Caivano, el 24 de mayo de 2020, para hablar con la población local. Quería «apoyar la fe de esa población y el compromiso de quienes trabajan para contrarrestar el drama de la contaminación», según sus propias palabras.
«Estos son barrios problemáticos, que siempre digo que nacieron con el pecado original». En ellos viven familias pobres, «también muchas honradas». Pero «en los últimos años se han marchado y dejado sus casas a la Camorra que se ha apoderado de ellas. Y por tanto, a medida que pasa el tiempo, si el Estado no hace sentir fuerte su mano se vuelve cada vez más problemático».