Francisco invita a los jesuitas a crecer en humildad ante el descenso de vocaciones
Durante su encuentro en Atenas, les invitó a «hacer todo bien y luego retirarse» de las obras que se ponen en marcha, «sin ser posesivos»
Para Francisco, la crisis de vocaciones y la disminución de la Compañía de Jesús es algo a lo que «debemos acostumbrarnos» y que «puede llevar a la única fecundidad jesuita que cuenta», la que se obtiene a través de la máxima humildad. El Papa interpretó así esta cuestión durante el encuentro que mantuvo, el 4 de diciembre, con los jesuitas de Grecia en Atenas, durante su visita a este país.
Las palabras del Santo Padre, recogidas como es habitual por Antonio Spadaro en La civiltà cattolica, eran una respuesta a la pregunta del padre Sébastien Freris, que subrayó su «situación de debilidad» en un país en el que antes eran numerosos y activos en ámbitos como el cultural y el intelectual. Es un fenómeno que «llama la atención» a nivel global, reconoció el Papa. Cuando él era novicio, recordó, había 33.000 jesuitas. Ahora son aproximadamente la mitad. «Y seguiremos disminuyendo», afirmó.
Pero la congregación «no puede quedarse en el nivel de la explicación sociológica», que en el mejor de los casos es «una verdad a medias». Como «la vocación es enviada por el Señor», su ausencia «no depende de nosotros». Es «una lección para la vida religiosa» cuyo origen el Pontífice ve en Dios. «Tiene un significado y debemos preguntarnos cuál es».
Elegir pobreza y oprobios
Su interpretación es que «el Señor nos lleva a esta humillación de los números para abrir a cada uno el camino hacia el tercer grado de humildad, que es la única fecundidad jesuita que cuenta». Este concepto, tomado de los ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola, hace referencia a la forma más perfecta de humildad: querer y elegir más pobreza que riqueza y más oprobios que honores, «por imitar y parecerse más a Cristo». Por eso, concluyó el Papa, «debemos acostumbrarnos a la humillación».
De cara al futuro de la Compañía de Jesús, el Obispo de Roma instó a sus hermanos a «ser fieles a la cruz de Cristo» y «creativos en Dios», para afrontar «retos concretos» con «soluciones concretas». Los invitó a ir «donde Dios muestra su voluntad y pide obediencia», siguiendo «la lógica del reino de Dios, la lógica de la contradicción, de lo inexplicable». Y los exhortó también a no abandonar la oración, que «es el centro». Por ejemplo, el Papa se alegró por el diálogo que mantienen con los ortodoxos, que «significa que habéis sembrado bien con la oración, los deseos y las cosas que habéis podido hacer».
Padres que fundan y se retiran
Otro aspecto de la vocación de los jesuitas en el que insistió el Santo Padre es asumir que «ningún trabajo le pertenece, porque es del Señor». Por eso, aplaudió a un sacerdote coreano que fundó el Centro Arrupe de Atenas para niños refugiados y ahora es solo un colaborador. «Cuando uno empieza un proceso, debe dejar que se desarrolle, que crezca una obra, y luego retirarse. Todo jesuita debe hacerlo», porque así «expresa la indiferencia» respecto a sus logros y es «un buen padre» que deja «que el hijo crezca». «Esta es una gran actitud: hacer todo bien y luego retirarse, sin ser posesivos». Eso sí, siempre con discernimiento, pues no es buen jesuita quien actúa sin él.
Así se alcanza el mejor «final de un jesuita: llegar a la vejez lleno de trabajo, quizás cansado, lleno de contradicciones, pero con una sonrisa, con la alegría de haber hecho el propio trabajo». Algo que vio en el padre Tonny Cornoedus, jesuita belga-flamenco que trabaja con refugiados y al que una vez incluso detuvieron al confundirlo con un traficante.
Sin embargo, también «hay un cansancio feo y neurótico que no ayuda», advirtió el Papa. Por eso dijo a los presentes a que «como en la vida, también en la muerte el jesuita debe dar testimonio del seguimiento de Jesucristo. Esta siembra de alegría, de astucia, de sonrisas, es la gracia de una vida plena y completa. Una vida con pecados, sí, pero llena de la alegría de servir a Dios».