El Papa invita a descubrir a Cristo en la cotidianidad: comer, trabajar o cuidar de la casa...
León XIV ha dedicado la audiencia general a presentar a un Cristo resucitado que «no hace nada espectacular para imponerse a la fe de sus discípulos». Al contrario, «comparte con ellos un trozo de pescado» para hacerse descubrir. De igual modo, gestos cotidianos como comer, trabajar o cuidar de la casa son oportunidades para la gracia
El Papa León XIV ha invitado a los fieles congregados en la plaza de San Pedro, que estaba abarrotada, a reflexionar sobre «un aspecto sorprendente» de la resurrección de Cristo: «Su humildad». Tras volver a la vida, el Señor «no hace nada espectacular para imponerse a la fe de sus discípulos. No aparece rodeado de huestes de ángeles, no hace gestos sensacionales, no pronuncia discursos solemnes para revelar los secretos del universo».
Se trata de una manera de proceder curiosa. El rey del universo se ha dejado matar, pero ha resucitado. Y en esta nueva etapa «habríamos esperado efectos especiales, signos de poder, pruebas abrumadoras». Sin embargo, Jesús «prefiere el lenguaje de la proximidad, de la normalidad, de la mesa compartida». De hecho, «se acerca discretamente, como un viandante cualquiera, como un hombre hambriento que pide compartir un poco de pan».

Comer pescado
Para el Pontífice, esta aparece contradicción encierra «un mensaje precioso». Y ha añadido: «La Resurrección no es un giro teatral, es una transformación silenciosa que llena de sentido cada gesto humano». El Evangelio, por ejemplo, habla del momento en el que «Jesús resucitado come una porción de pescado delante de sus discípulos». Podría pensarse que es «un detalle marginal», pero en realidad es la confirmación de que «nuestro cuerpo, nuestra historia, nuestras relaciones no son un envoltorio para tirar. Están destinados a la plenitud de la vida».
En este sentido, el Santo Padre ha explicado que el hecho de resucitar en nuestra propia vida «no significa convertirse en espíritus evanescentes, sino en entrar en una comunión más profunda con Dios y con nuestros hermanos, en una humanidad transfigurada por el amor». Así, cotidianidades como «comer, trabajar, esperar, cuidar de la casa, apoyar a un amigo» son cuestiones que pueden convertirse en gracia. «Cada gesto realizado en gratitud y comunión anticipa el reino de Dios». Aunque el Papa ha querido dejar claro que el ver las ocupaciones así no «resta esfuerzo», sí «cambia su sentido».

El dolor no es la negación de la promesa
Durante la audiencia, el Papa también ha desenmascarado el obstáculo que a menudo nos impide reconocer esta presencia de Cristo en lo cotidiano: «La pretensión de que la alegría debe ser sin heridas». No, «el dolor no es la negación de la promesa, sino el modo en que Dios ha manifestado la medida de su amor».
Por ello, León XIV ha pedido caer en la cuenta de que «no hay historia tan marcada por el desengaño o el pecado que no pueda ser visitada por la esperanza. Ninguna caída es definitiva, ninguna noche es eterna, ninguna herida está destinada a permanecer abierta para siempre. Por distantes, perdidos o indignos que nos sintamos, no hay distancia que pueda apagar la fuerza infalible del amor de Dios».
Por último, el Pontífice ha asegurado que el Señor no «solo viene a visitarnos en momentos de recogimiento o de fervor espiritual, cuando nos sentimos con fuerzas, cuando nuestra vida parece ordenada y luminosa». También «se acerca en los lugares más oscuros: en nuestros fracasos, en las relaciones desgastadas, en los trabajos cotidianos que pesan sobre nuestros hombros, en las dudas que nos desaniman. Nada de lo que somos, ningún fragmento de nuestra existencia le es ajeno».