El Papa de la escucha - Alfa y Omega

La semana pasada, el Papa Francisco volvió a dar la alerta: «Estamos perdiendo la capacidad de escuchar a quien tenemos delante». Es un problema muy serio, manifestado con distinta gravedad en la política, la sociedad, la Iglesia –que intenta remediarlo con el camino sinodal– e incluso las familias.

En varias ocasiones he oído al Papa comentar la pregunta de un escriba sobre el primer mandamiento y la respuesta de Jesús: «Shemá, Israel. Escucha, Israel…», subrayando ese llamamiento a la escucha antes de ir al contenido: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón […] y al prójimo como a ti mismo». Escuchar sin prisa comentarios de desconcierto y fracaso es el ejemplo de Jesús al acompañar en el camino de Emaús a Cleofás y otro discípulo, decepcionados por la muerte del Maestro. El resultado es que los dos discípulos le invitan a quedarse a cenar y dormir en su casa para poder seguir escuchándole a él, incluso antes de saber quién es.

En las recientes visitas ad limina de grupos de obispos españoles, muchos han comentado que en las reuniones con el Papa —algunas de hasta dos horas— «nos ha escuchado con mucho interés», haciendo «preguntas muy precisas, pues conoce bien la situación».

Antes de la pandemia, Francisco solía escuchar muchos viernes —en privado y sin prisa— a víctimas de abusos sexuales de menores. Algunas han relatado que salían aliviadas de cargas —frecuentemente la pérdida de la confianza en Dios por los delitos de sus ministros— que les habían oprimido durante décadas sin tener culpa alguna del desastre.

Un ejemplo histórico de escucha fue el encuentro de san Juan XXIII en 1960 con el historiador judío Jules Isaac, quien le entregó el manuscrito de Las raíces cristianas del antisemitismo: la enseñanza del desprecio, abriendo el camino a la declaración Nostra aetate del Concilio Vaticano II en 1965 sobre «el aprecio de la Iglesia por los creyentes de todas las religiones», empezando por los judíos y añadiendo: «la Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes que adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra».