Esther Ballestrino era médico bioquímica; había sido activista del Partido Revolucionario Febrerista de Paraguay y vivía exiliada en Argentina. En 1953 dio trabajo en su laboratorio de análisis químicos a Jorge Bergoglio, recién diplomado. En sus enseñanzas no había lugar para un método que no estuviera basado en el conocimiento racional de las cosas. «Allí tuve una jefa extraordinaria», recordaría el entonces arzobispo de Buenos Aires durante una larga entrevista (publicada con el título de El jesuita) que concedió a Sergio Rubin y Francesca Ambrogetti. «Me enseñaba la seriedad del trabajo. Realmente le debo mucho».
Años más tarde, Esther fundó con otras mujeres las Madres de la Plaza de Mayo y por temor al régimen militar encomendó a Bergoglio —ya provincial de los jesuitas— su amplia biblioteca. Desaparecida en 1977, fue asesinada en un vuelo de la muerte.
«De esos libros nunca más se supo nada y por lo tanto Bergoglio debe haberlos destruido», le dijeron a Scavo, autor de este libro. Pero durante su visita en 2015 a Paraguay, el Papa se encontró con las hijas de Esther, que en una entrevista con Avvenire contaron: «No lo veíamos desde que nos devolvió los libros de mamá». Durante años el Papa custodió esa herencia y cuidó que no se perdiera ni una sola página de aquella mujer excepcional.
Nello Scavo
Ciudad Nueva