El Papa confirma que realizará «llamamientos proféticos al desarme nuclear»
Se reunirá con víctimas de «ese trágico episodio de la historia humana»
En su primer discurso en Japón, dirigido el sábado a los obispos y a todo el país, el Papa Francisco ha manifestado que este domingo «rezaré en Nagasaki e Hiroshima por las víctimas del bombardeo catastrófico de esas dos ciudades, y me haré eco de vuestros propios llamamientos proféticos al desarme nuclear». El número total de muertos, en su abrumadora mayoría civiles, causados por aquellas dos bombas ascendió a cuatrocientos mil.
El Santo Padre ha confirmado su deseo de reunirse con «aquellos que sufren las heridas de ese trágico episodio de la historia humana, así como las víctimas del ‘triple desastre’», como se llama en Japón al terremoto, maremoto y la fuga radioactiva de la central nuclear de Fukushima en marzo de 2011.
El balance de ese «triple desastre», que obligó a desplazar a 154.000 personas por riesgo de radioactividad, supera ya los 25.000 muertos, incluyendo más de tres mil fallecidos por las penosas condiciones de muchos desplazados en estos ocho años.
Durante el vuelo de Bangkok a Tokio, el Papa había enviado telegramas de cortesía al presidente de China, la jefa del gobierno de Hong Kong y el presidente de Taiwán, como hace con todos los países que sobrevuela. Los breves textos se limitaban a un saludo cordial y la promesa de oraciones por los respectivos países.
En tono bromista y familiar, Francisco ha roto inmediatamente la excesiva formalidad de los 29 obispos japoneses y les ha hecho reír disculpándose por no haberles saludado uno a uno antes de tomar la palabra: «Pensaréis, ¡qué maleducados son estos argentinos!».
Enseguida ha comentado que «no sé si sabrán, pero desde joven sentía simpatía y cariño por estas tierras». Así era. Hasta el punto de pedir en 1965 al entonces superior general de los jesuitas, Pedro Arrupe, venir a este país como misionero.
Como le habían extirpado parte de un pulmón, el legendario jesuita vasco, superviviente del bombardeo nuclear de Hiroshima, no se lo permitió. Por eso, según Francisco «han pasado muchos años desde aquel impulso misionero, cuya realización se hizo esperar», pero «hoy el Señor me regala la oportunidad de estar con ustedes como peregrino misionero».
El Papa conoce perfectamente la epopeya de los misioneros desde la llegada de san Francisco Javier a Japón en 1549, pero ha preferido referirse a una etapa posterior: los 260 años de persecución despiadada «en que los ‘cristianos ocultos’ de la región de Nagasaki mantuvieron la fe durante generaciones a través del bautismo, la oración y la catequesis» en la más absoluta clandestinidad.
Estos cristianos clandestinos, descubiertos con infinito asombro por los nuevos misioneros en el siglo XIX, eran, según Francisco, «auténticas iglesias domesticas, que resplandecían en esta tierra como espejo, quizá sin saberlo, de la familia de Nazaret».
Los 260 años de supervivencia de la fe en las casas de los «kakure kirishitan» («cristianos escondidos») suponen para el Papa una enseñanza muy clara: «El camino del Señor nos muestra cómo su presencia ‘se juega’ en la vida cotidiana del pueblo fiel», en las casas y el trabajo de los laicos. Por eso, la Iglesia de Japón es «una Iglesia viva que se ha mantenido pronunciando el Nombre del Señor y contemplando como Él los guiaba en medio de la persecución».
El Santo Padre ha agradecido que esa gesta de defensa de la libertad religiosa haya sido reconocida por la UNESCO «con la designación de las iglesias y pueblos de Nagasaki y Amakusha como lugares del Patrimonio Cultural Mundial».
Aunque su programa en Japón es muy apretado, Francisco se reunirá con algunos descendientes de aquellos «cristianos escondidos», que siguen transmitiendo la fe en sus propios hogares como «iglesias domésticas»: el modo habitual en los primeros tres siglos del cristianismo, que hoy vuelve a ser el más eficaz en muchos países.
En este archipiélago de millares de islas extendidas desde Sajalín a Taiwán, los cristianos japoneses son solo 536.000, pero a ellos se suman más de 600.000 inmigrantes, sobre todo de Filipinas y Vietnam.
El Papa ha agradecido a los obispos nipones «la hospitalidad y el cuidado que dedican a los numerosos trabajadores extranjeros que representan más de la mitad de los católicos de Japón», pues demuestra que «nuestra unión con Cristo es más fuerte que cualquier otro vínculo o identidad».
Comentando el lema de su viaje, Francisco ha precisado que «proteger toda vida y anunciar el Evangelio no son dos cosas separadas ni contrapuestas: se reclaman y necesitan».
En ese cuadro se ha referido con dolor «al aumento del número de suicidios en vuestras ciudades», en que demasiadas personas «están marcadas por la soledad, la desesperación y el aislamiento».
El Papa ha mencionado problemas de los jóvenes, desde el «bulismo» hasta las «diversas formas de autoexigencia» que dan lugar a «nuevas formas de alienación y desorientación espiritual».
Japón necesita, según Francisco, «priorizar espacios donde la cultura de la eficacia, el rendimiento y el éxito se vea visitada por la cultura de un amor gratuito y desinteresado, capaz de brindar a todos posibilidades de una vida feliz y lograda».
El Papa iniciará su programa del domingo volando a las siete y veinte de la mañana a Nagasaki para dirigir al mundo un mensaje sobre las armas nucleares justo desde el «hipocentro» del bombardeo del 9 de agosto de 1945, a los tres días del ataque contra Hiroshima.
Después visitará la «colina de los mártires», donde fueron crucificados en 1597 Pablo Miki -el primer religioso japonés- y otros 25 cristianos, incluidos misioneros españoles-, y celebrará la misa en el estadio de baseball antes de volar a Hiroshima.
En esa ciudad, escenario del primer bombardeo nuclear de la historia, Francisco pronunciará un discurso en el Memorial de la Paz y se reunirá con supervivientes del bombardeo, antes de emprender el vuelo de regreso a Tokio.
Juan Vicente Boo / ABC