El Papa confirma, en Chipre, a los cristianos de Medio Oriente: «Os exhorto a construir una paz duradera» - Alfa y Omega

El Papa confirma, en Chipre, a los cristianos de Medio Oriente: «Os exhorto a construir una paz duradera»

La visita de Benedicto XVI a Chipre concluyó, el domingo, con la entrega a los Patriarcas y obispos de Medio Oriente del Documento de trabajo de la Asamblea Especial para el Sínodo de los Obispos que se celebrará, en octubre, en Roma. El Papa quiere denunciar ante el mundo el acoso que sufren los católicos de esta región. Pero a estos mismos católicos que tan a menudo sufren persecución, el Papa les anima a perseverar en la prueba: «El mundo necesita la cruz», les dijo, porque sólo ella pone fin a la violencia y puede «vencer el odio con amor». Además, el Papa les pide que no se encierren en guetos, sino que salgan al encuentro de los demás cristianos y fieles de otras religiones

Ricardo Benjumea
Benedicto XVI saluda a un niño, antes de comenzar la Eucaristía, en el pabellón de deportes Eleftheria, de Nicosia, el pasado domingo.

La visita del Papa a Chipre, la decimosexta fuera de Italia de su pontificado, fue, según sus palabras, continuación de sus viajes a Tierra Santa y Malta, con «la paz de Cristo» como tema central. «No vengo con un mensaje político, sino con un mensaje religioso que debería preparar más a las almas para encontrar la apertura por la paz», dijo poco antes de convertirse en el primer Papa que pisaba esta isla mediterránea, territorio del Patriarcado Latino de Jerusalén. En su rueda de prensa con los periodistas que le acompañaban a bordo del avión, el Papa explicó que iba a Chipre a hablar de «paz en sentido muy profundo», y que es importante «preparar las almas para ser capaces de dar los pasos políticos necesarios» para el fin de la violencia; «crear esa apertura interior para la paz, que, al final, viene de la fe en Dios y de la convicción de que todos somos hijos de Dios y hermanos y hermanas entre nosotros».

Decir basta, o aceptar la cruz

El Santo Padre llegaba a la tierra de san Bernabé, compañero de viajes de san Pablo, el viernes pasado, en un momento políticamente delicado, unos días después de la última crisis en la región, a raíz de que Israel interceptara violentamente una flotilla de barcos que pretendía romper, desde Turquía, el bloqueo israelí a Gaza, donde gobierna el islamismo radical, con el resultado de 9 activistas muertos. «Existe siempre el peligro de perder la paciencia», y de decir basta, respondía el Papa a una pregunta de los periodistas sobre esta cuestión. Pero hay que estar dispuestos a «volver a empezar, crear estas disposiciones del corazón para empezar siempre de nuevo, en la certeza de que podemos ir adelante, que podemos llegar a la paz… Crear esta disposición me parece el principal trabajo que el Vaticano, sus órganos y el Papa pueden hacer».

Todas estas palabras del Papa podrían sonar a mero catálogo de buenas intenciones, si no fuera por una prueba de fuego infalible: la predisposición a la cruz hace creíble el testimonio de los cristianos. En vísperas del viaje, el mundo se conmocionó con la noticia del asesinato de monseñor Luigi Padovese, vicario apostólico de Anatolia y presidente de los obispos turcos. El Papa recordó estos días, en repetidas ocasiones, a este obispo, que contribuyó mucho a la preparación del Documento de trabajo para el próximo Sínodo de los Obispos de Medio Oriente. Es cierto que su asesinato, a manos de su chófer, se debió, al parecer, al desequilibrio mental de éste. Pero el obispo asumió siempre con serenidad el riesgo que sabía que corría, sin apartarse del camino del diálogo con el Islam, que tanto molesta a los radicales. Cuando murió asesinado en Turquía, en 2006, el sacerdote Andrea Santoro, monseñor Padovese reiteraba que «el único camino que hay que recorrer es el de la paz y el del conocimiento mutuo» y que «quien ha querido cancelar su presencia física, no sabe que ahora su testimonio es más fuerte».

Un mensaje trágicamente actual

«El mundo necesita la cruz», dijo el Papa a los sacerdotes, religiosos, diáconos, catequistas y representantes de los movimientos eclesiales, con quienes celebró el sábado la Eucaristía. Porque la cruz «habla de esperanza, habla de amor, habla de la victoria de la no violencia sobre la opresión, habla de Dios que ensalza a los humildes, da fuerzas a los débiles, logra superar las divisiones y vencer el odio con el amor. Un mundo sin cruz sería un mundo sin esperanza, en el que la tortura y la brutalidad no tendrían límite, donde el débil sería subyugado y la codicia tendría la última palabra. Sólo la cruz puede poner fin a todo eso».

El Papa saluda al arzobispo ortodoxo de Chipre, Cristóstomos II, el pasado 4 de junio.

Es un mensaje trágicamente actual, como puso en evidencia el Papa, al recordar a los fieles, sacerdotes y laicos, que resisten hoy a la tentación de huir, en medio de situaciones muy difíciles en Iraq o en Palestina, o viven privados de reconocimiento en países como Arabia Saudí, o con la amenaza de la creciente islamización en países tradicionalmente más respetuosos, como Egipto, Turquía o el Líbano. Estos fieles, unos 14 millones, en una población de 330 millones de habitantes, constituyen «un signo extraordinario de esperanza, no sólo para los cristianos, sino también para todos los que viven en la región. Su sola presencia es una manifestación elocuente del Evangelio de la paz, de la voluntad del Buen Pastor de cuidar de todas las ovejas, del inquebrantable compromiso de la Iglesia en favor del diálogo, la reconciliación y la aceptación amorosa del prójimo», dijo el Papa.

Apoyo a los cristianos

Precisamente, uno de los objetivos del Sínodo que se celebrará del 10 al 24 de octubre es defender a la minoría cristiana en estos países. «Nadie puede quedar indiferente ante la necesidad de apoyar, con todos los medios posibles, a los cristianos de esta atormentada región», decía el Papa en el Arzobispado ortodoxo de Nicosia, ante Crisóstomos II, arzobispo de Chipre. El Documento de trabajo para el Sínodo, que entregó Benedicto XVI el domingo a los Patriarcas y obispos católicos de Oriente Próximo, alerta del riesgo de que Tierra Santa, y el resto de la región en la que nació el cristianismo y se desarrollaron los principales acontecimientos bíblicos, se vacíe en poco tiempo de cristianos, si persisten problemas como la amenaza del islamismo, el conflicto israelo-palestino o la falta de libertad religiosa. Dado que «los musulmanes no hacen distinción entre religión y política», resalta el Documento, los cristianos se encuentran a menudo «en la delicada situación de no ciudadanos», por no ser musulmanes, a pesar de que sean en realidad «ciudadanos de estos países desde mucho antes de la llegada del Islam», y han contribuido al desarrollo de sus naciones.

Antes de entregar el Documento de trabajo del Sínodo, tras la Eucaristía celebrada el domingo, en el Pabellón de Deportes Eleftheria-Nicosia, el Papa reclamaba el «apoyo espiritual y solidaridad» de los cristianos de todo el mundo hacia los de Oriente Próximo, que soportan «grandes pruebas a causa de la situación actual de la región». Y añadía: «Espero firmemente que todos vuestros derechos, incluido el derecho a la libertad religiosa y de culto, sean cada vez más respetados y que nunca más sufráis ninguna discriminación».

Como en tiempo de los Apóstoles

El Papa reiteraba un «llamamiento personal a que se realice un esfuerzo internacional urgente y concertado para resolver las tensiones que persisten» en la zona, «especialmente en Tierra Santa, antes de que dichos conflictos lleven a un mayor derramamiento de sangre». Y el Santo Padre destacaba la aportación de los cristianos en la región para superar esos conflictos, al contribuir de diversas formas al bien común, ya sea mediante la educación, la atención a los enfermos o la asistencia social.

A esos mismos cristianos les exhortaba, en la homilía, a incrementar ese testimonio. «La condición previa para entrar en la vida divina a la que estamos llamados es derribar las barreras entre nosotros y nuestros vecinos», les dijo. «Necesitamos ser liberados de lo que nos aprisiona y aísla: temor y desconfianza recíproca, avidez y egoísmo, malevolencia…». El cristiano está llamado a «ser Cristo para los que nos rodean», y a tomar ejemplo de los primeros cristianos, cuyo «amor no se limitaba al grupo de los creyentes. No se veían a sí mismos como beneficiarios exclusivos y privilegiados de los favores divinos, sino como mensajeros, para llevar la buena noticia de la salvación en Cristo hasta los confines del mundo. De esta manera, el mensaje que Cristo resucitado confió a los Apóstoles se extendió con rapidez por todo el Medio Oriente, y desde allí por el mundo entero».

Incrementar la comunión

De hecho, en el Documento de trabajo, el secretario general del Sínodo de los Obispos, monseñor Nicola Eterovic, afirma que «la situación actual en Oriente Medio es, en muchos aspectos, similar a la experimentada por la primitiva comunidad cristiana en Tierra Santa», por las dificultades y persecuciones. Y, como en tiempos de los primeros seguidores de Cristo, sostiene que «los cristianos están llamados a no aislarse en guetos, o en actitudes defensivas y a no replegarse sobre sí mismos, actitudes típicas de las minorías».

Pero, antes de eso, uno de los retos que se planteará a la Asamblea para el Sínodo es incrementar la comunión entre los católicos, en una tierra en la que existen gran cantidad de Iglesias orientales, como los ucranianos, maronitas o los silomalabares. «Tenemos muchas Iglesias y parecen a menudo aisladas», reconocía el Papa en el avión rumbo a Chipre. Reforzar los lazos es un primer paso. Pero, en ese diálogo, los católicos «se abren al diálogo con los demás cristianos ortodoxos, armenios, etc., y crece una conciencia común de la responsabilidad cristiana y una capacidad de diálogo con los hermanos musulmanes, que son hermanos, a pesar de las diversidades».

Un momento de la Eucaristía presidida por el Papa en la iglesia latina de la Santa Cruz, en Nicosia, el sábado 5 de junio.

En el encuentro con la comunidad católica de Chipre, el Papa subrayaba que, si «una parte esencial de la vida y misión de nuestra Iglesia» es «la búsqueda de una mayor unidad en la caridad con los demás cristianos y el diálogo con los no cristianos», el llamamiento tiene especial validez en Oriente Próximo: «Estáis en condiciones de contribuir, de modo concreto, en vuestra vida diaria, a la unidad de los cristianos». Y remarcó: «Os exhorto encarecidamente a intentar crear esa confianza mutua entre cristianos y no cristianos, como fundamento para construir una paz duradera entre pueblos con diferencias religiosas, políticas y culturales».

Objetivo: el ecumenismo

Esos retos tienen hoy una importancia muy especial, ante el impulso al diálogo ecuménico e interreligioso en este pontificado, en particular, a las perspectivas halagüeñas que se han abierto con la ortodoxia, y a los propios movimientos hacia la unidad dentro de la ortodoxia, que podrían culminar con el anhelado Sínodo Panortodoxo, tras varios intentos fallidos en los últimos 50 años. El propio viaje del Papa ha potenciado el diálogo con la ortodoxia. El gran éxito de esta Visita, según el padre Federico Lombardi, director de la Sala de Prensa de la Santa Sede, ha sido el avance en las relaciones ecuménicas. «El abrazo de paz durante la misa del domingo, entre el Papa y Crisóstomos II, es el símbolo de este encuentro que marca un paso más en el largo camino del ecumenismo, con una Iglesia, la de Chipre, que, a pesar de ser pequeña, es muy significativa en el movimiento ecuménico, sobre todo en el ámbito ortodoxo, y muy rica de iniciativas», afirmaba el lunes, al hacer balance del viaje. De hecho, en su despedida de la isla, el Papa confesaba: «Espero que mi Visita se considere como otro paso adelante en el camino abierto con el abrazo en Jerusalén (en 1964) entre el entonces Patriarca Anthenagoras», de Constantinopla, «y mi venerable predecesor, Pablo VI. Aquel primer paso profético», tras el que ambas Iglesias revocaron los decretos de excomunión mutua de 1054, «nos mostró el camino que también nosotros debemos recorrer», añadía.

Un foro particularmente apropiado para ese diálogo será la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos, en la que habrá delegados de otras Iglesias y comunidades cristianas de la región.

Muros de la vergüenza

Chipre disfruta de mayor tranquilidad que la mayoría de lugares de Oriente Próximo, pero como recordatorio de que pertenece a esa región, existe un muro que separara el sur de la isla, invadido militarmente por Turquía, hace más de 30 años. Lo resaltaba así el Patriarca de Jerusalén, monseñor Fouad Twal, en una entrevista a Radio Vaticano: «Estamos habituados a estos muros de vergüenza que separan a la gente, a las familias, las propiedades, las parroquias…». El Papa se refirió a la división de la isla en su despedida, al recordar que se alojó en la Nunciatura, que se encuentra en la zona de separación bajo control de la ONU. «He visto algo de la triste división de la isla, así como de la pérdida de una parte significativa del legado cultural que pertenece a toda la Humanidad», dijo, en referencia a la profanación de templos ortodoxos en el norte. «He escuchado a los chipriotas del norte que desean volver en paz a sus casas y lugares de culto, y me he conmovido profundamente por sus lamentos», añadió, antes de animar a ambas partes a proseguir con el diálogo, «aunque quede mucho por hacer».

Probablemente, este aspecto político provocó que el gran Muftí de Chipre, que habita en la parte norte, diera plantón al Papa, sin dar siquiera explicaciones por su ausencia. Sí pudo encontrarse Benedicto XVI con el líder sufí Mohamed Nazim Al-Haqami, que le esperó sentado en la nunciatura. «Es que soy muy viejo», se justificó. «Yo también soy anciano», le respondió el Papa. Y el jeque le pidió que rezara por él, a lo que Benedicto XVI respondió: «Por supuesto que sí; rezaremos el uno por el otro».

Una muerte dramática

El viaje del Papa a Chipre ha estado dramáticamente marcado por el asesinato del vicario apostólico de Anatolia y presidente de los Obispos de Turquía, monseñor Luigi Padovese (en la foto), a manos de su chófer musulmán, Murat Altun, quien le asestó ocho puñaladas en el corazón, varias por todo el cuerpo, y que decapitó al obispo. Aunque se ha publicado que el asesino atravesaba un proceso depresivo, la agencia AsiaNews —del Pontificio Instituto de Misiones Extranjeras— se ha hecho eco de algunos testimonios que relatan cómo, tras el asesinato, Altun subió al tejado de la casa gritando: «¡He matado al gran Satanás! ¡Alá es grande!», por lo que se puede pensar en un «sacrificio ritual contra el mal», alentado por «grupos ultranacionalistas» y «fundamentalistas islámicos», afirma AsiaNews. En todo caso, y como recordó monseñor Franceschini, arzobispo de Esmirna, durante el funeral de monseñor Padovese, su muerte «recuerda que la fidelidad al Evangelio, en ciertas situaciones, puede ser pagada incluso con la sangre», y animó así a los cristianos turcos: «¡No tengáis miedo! Estad alegres, como los apóstoles, por vivir en el sufrimiento, en la prueba, sin desfallecer en la fe».