Francisco agradece a quienes retiran minas antipersona «ser artífices de paz» - Alfa y Omega

Francisco agradece a quienes retiran minas antipersona «ser artífices de paz»

Al fina de su audiencia general, ha definido estos artefactos como unos «artilugios siniestros» que «nos recuerdan las dramáticas consecuencias de las guerras»

Redacción
Una niña besa al Papa Francisco durante la audiencia general
Una niña besa al Papa Francisco durante la audiencia general. Foto: Reuters / Yara Nardi.

El Papa ha condenado este miércoles el uso de minas antipersona, a las que ha definido como «artilugios siniestros» que «nos recuerdan las dramáticas consecuencias de las guerras y el precio que las poblaciones civiles se ven obligadas a pagar». Especialmente «los niños, incluso muchos años después del fin de las hostilidades». El Pontífice ha lanzado este mensaje al final de su audiencia general, cuando quedan dos días para el 25 aniversario de la entrada en vigor, el 1 de marzo de 1999, de la Convención sobre la prohibición de las minas antipersona, más conocida como Convención de Ottawa.

Francisco ha expresado además su gratitud «a todos los que ofrecen su contribución para asistir a las víctimas y limpiar las zonas contaminadas». «Su trabajo es una respuesta concreta a la llamada universal a ser artífices de paz».

Aunque ha pronunciado este último mensaje con su propia voz, debido a sus problemas de respiración previamente ha confiado la lectura de su novena catequesis sobre los vicios y las virtudes a Filippo Ciampanelli, funcionario de la Secretaría de Estado. El Santo Padre se ha centrado en la envidia y la vanagloria, dos vicios propios «de quien aspira a ser el centro del mundo y quiere explotar todo y a todos», informa Vatican News.

Quien cae en estos pecados «pretende ser objeto de toda alabanza y de todo amor», ha explicado. En referencia a la envidia, «uno de los vicios más antiguos», Francisco se ha remontado a las primeras páginas de la Sagrada Escritura para observar «el odio de Caín hacia su hermano Abel». «Incapaz de soportar la felicidad de su hermano termina matándolo».

De la envidia al odio

«El rostro del envidioso siempre está triste —ha proseguido el Papa—. Su mirada está baja, parece escudriñar continuamente el suelo, pero en realidad no ve nada porque la mente está envuelta por pensamientos llenos de malicia». De este modo, la envidia, si no se controla, «conduce al odio hacia los demás», ha lamentado.

En la base de este pecado «hay una relación de odio y de amor, pues queremos el daño del otro pero en realidad queremos ser como él», ha dicho Francisco. También está presente «una idea falsa de Dios», ya que el envidioso «no acepta que Dios tenga sus propias matemáticas, diferentes de las nuestras». En este sentido, «quisiéramos imponerle nuestra lógica egoísta, pero su lógica es el amor. Los bienes que Él nos da están hechos para ser compartidos. ¡Aquí está el remedio para la envidia!», ha exhortado el Papa.

En cuanto a la vanagloria, se trata de «una autoestima inflada y sin fundamento», típica de quienes poseen «un yo incómodo» que les impide fijarse en los demás. Por este motivo, «los explotan, tienden a abrumarlos y siempre piden atención». Y, cuando no la consiguen, «se enojan ferozmente al no ver reconocidas sus cualidades». A quienes se dejan llevar por este vicio, «engañados por una falsa imagen de sí mismos, después caen en pecados de los cuales entonces se avergüenzan».

Como antídoto, el Papa ha recordado la figura de san Pablo, quien «siempre tuvo que lidiar con un defecto que nunca pudo superar», y ha subrayado las palabras que le dirigió el Señor: «Te basta mi gracia, pues la fuerza se manifiesta plenamente en la debilidad».