El mundo tiene sed de Dios - Alfa y Omega

El mundo tiene sed de Dios

Miércoles de la 1ª semana del tiempo ordinario / Marcos 1, 29-39

Carlos Pérez Laporta
Curación de la suegra de Pedro. Obra de John Bridges, 1839. Birmingham Museum of Art, Birmingham (Estados Unidos).

Evangelio: Marcos 1, 29-39

En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a la casa de Simón y Andrés.

La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, e inmediatamente le hablaron de ella. Él se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles.

Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar.

Se levantó de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se marchó a un lugar solitario y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron en su busca y, al encontrarlo, le dijeron:

«Todo el mundo te busca».

Él les responde:

«Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido».

Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.

Comentario

«Todo el mundo te busca». Esa es la verdad permanente de la humanidad. Todo en el mundo busca la presencia de Dios, porque el mundo está lleno de su ausencia. El mundo tiene sed de Dios, porque ni el mundo en general ni sus habitantes en particular tienen sentido sin Dios. Todos buscamos a Dios, en todo lo que hacemos, incluso cuando pecamos. Dios es el único sentido sensato de la vida.

Pero estos habitantes de Galilea le buscaron por sus milagros. Le buscaron aquella madrugada, después de verle hacer milagros toda la tarde. Pero los milagros no son el sentido del mundo, ni llegan a procurar la felicidad humana. Es Él, Cristo en persona, el que da sentido, el único que puede volver sensata esta vida. Los milagros solo sirven para mostrarle a Él.

Por eso, todos los que querían sanarse le buscaron, pero no le encontraban. Le buscaban por las calles y le buscaron en la sinagoga. Pero no dieron con Él. Porque le buscaban para algo, no le buscaban a Él. Él se levantó «de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, [y] se marchó a un lugar solitario y allí se puso a orar».

De ese modo, de todos los que le buscaban, solo Simón y sus compañeros llegaron a encontrarle. Sabían dónde moraba, junto al Padre. Sabían que detrás de los milagros estaba el Hijo de Dios. Solo quien le busca a Él puede encontrarlo, si dejando atrás el milagro le busca junto al Padre en la primera hora del día.