El misionero Pedro Opeka, candidato al Nobel de la Paz

El misionero Pedro Opeka, candidato al Nobel de la Paz

El padre paúl argentino fundó en un basurero la ciudad milagro de Akamasoa, donde viven 4.000 familias y se educa a 13.000 niños

Redacción
Opeka, nominado al Nobel de la Paz
Opeka y el Papa Francisco en Akamasoa, el 8 de septiembre de 2019. Foto: Vatican.va

Akamasoa, la ciudad construida donde antes estaba el mayor vertedero de Antananarivo (Madagascar) «es la expresión de la presencia de Dios en medio de su pueblo pobre; no una presencia esporádica, circunstancial», sino la de un Dios que «decidió vivir y permanecer siempre en medio de su pueblo», afirmaba el Papa Francisco el 8 de septiembre de 2019, durante su visita al país.

En sus coloridas casas y sus calles empedradas, «vuestros gritos» de «impotencia» por la falta de trabajo, la desnutrición de los niños y el desprecio de los poderosos «se han transformado en cantos de esperanza». Detrás de este gigantesco proyecto, que da hogar a 4.000 familias y educa a 13.000 niños, está el padre Pedro Pablo Opeka, que acaba de ser nominado al Nobel de la Paz.

El misionero paúl de origen argentino comparte reconocimiento con el movimiento Black Lives Matter, la Organización Mundial de la Salud (OMS), el disidente ruso Alexei Navalny, o la activista climática Greta Thunberg. Su candidatura la presentó el primer ministro de Eslovenia, Janez Jansa, por su dedicación a «ayudar a las personas que viven en condiciones de vida espantosas», informa Obras Misionales Pontificias. Ya en 2012, el Parlamento del mismo país lo nominó al galardón que concede el Comité Noruego del Nobel.

Alumno del Papa

La conexión de Opeka con Eslovenia se debe a que sus padres eran refugiados eslovenos que emigraron a Argentina huyendo del régimen comunista de Yugoslavia. Allí nació su hijo Pedro Pablo en 1948. A los 18 años ingresó en el seminario de la Congregación para la Misión de San Vicente de Paúl, en la ciudad de San Miguel, Argentina. En el curso 1967-1968, Jorge Mario Bergoglio le dio clases de Teología, y allí nació una amistad que continúa hasta hoy y gracias a la cual el paúl consiguió que su compatriota visitara su ciudad milagro hace año y medio.

Después de estudiar Filosofía en Eslovenia y Teología en Francia, Opeka pasó dos años como misionero en Madagascar. En 1975 fue ordenado sacerdote en la Basílica de Luján y en 1976 regresó a Madagascar, donde ha permanecido hasta la actualidad.

En Antananarivo, le impactó especialmente la realidad de los basureros. Allí vio a niños pelear con cerdos y perros por unos restos de comida. Pero también le dolió conocer el «infierno» de «violencia, robos, mentiras, envidias y ninguna solidaridad». Fue entonces cuando decidió ponerse en marcha.

El primer cambio, el de la gente

No fue fácil conseguir el primer cambio, el de las personas y su mentalidad. Tuvo que ganarse poco a poco su confianza, y transmitirles el anhelo de cambiar, la esperanza en un futuro mejor y la ilusión por intentar ponerlo en marcha. Así lo describía en declaraciones a Alfa y Omega: «Los pobres descubren la responsabilidad, dejan de robar y buscan trabajo y sus niños van a la escuela. Las familias reencuentran la alegría de vivir y la ayuda mutua. Descubren que el amor por sus hijos da sentido a sus vidas».

«La pobreza no es una fatalidad», subrayaba Francisco ante 10.000 niños y jóvenes de Akamasoa en 2019. Al contrario, la experiencia de este proyecto, que significa «buen amigo», es testimonio de cómo «los cimientos del trabajo mancomunado, el sentido de familia y de comunidad posibilitaron que se restaurase artesanal y pacientemente la confianza» en uno mismo y en los demás, desde la convicción de que «el sueño de Dios no es solo el progreso personal sino principalmente el comunitario».

De allí fue naciendo lo demás: casas, escuelas, dispensarios… y un equipo de casi 800 trabajadores que lo hacen posible. Cuando al padre Opeka le preguntan: «¿Cómo ha conseguido financiación para ayudar de forma permanente a 29.000, escolarizar a 14.000 niños y beneficiar a más de 500.000 personas?», él siempre responde: «¡La providencia! ¡Dios es nuestro mejor socio financiero!».