El milagro de Grace, salvada gracias al Papa Francisco
Grace Enjei es una de los doce refugiados que llegaron a mediados de diciembre a Italia desde Chipre gracias al Papa. «Nos ha salvado», asegura. Mientras, todo está preparado para acoger al siguiente grupo
Suele ser relativamente fácil cruzar sin ser vistos la vieja alambrada que fractura la isla de Chipre, el país de la Unión Europea que más refugiados recibe en comparación con su población. Son muchos los que cada día atraviesan esa cicatriz alta de cinco metros que, desde 1974, separa dos territorios que viven de espaldas: el norte, ocupado por Turquía, y el sur de cultura griega. Así que Grace Enjei, que había huido de Camerún hacía dos meses en un vuelo comercial, no vio nada de arriesgado en cumplir como uno más la hazaña. Iba acompañada por dos amigos y sus traficantes les instaron a saltar la valla rodeada de casas abandonadas que todavía conservan las heridas de la guerra. «No teníamos muchas opciones. Era la única manera de entrar en suelo europeo y pedir el asilo político», explica antes de justificar por qué lo dejó todo en busca de un porvenir más seguro. Grace pertenece a la minoría de habla inglesa en un país que todavía sufre, casi 60 años después de su independencia, problemas coloniales.
La crisis anglófona es una espiral de violencia contra cuatro de los 22 millones de habitantes de Camerún que comenzó con la prohibición de hablar su idioma en público y ha acabado con una brutal represión. «No es un país seguro. Hay mucha violencia. El Ejército dispara a matar. Solo por estar en la escuela te juegas la vida», describe esta joven de 25 años que el pasado 24 de mayo se armó de valor y saltó al vacío por un sueño. Tuvieron mala suerte y se hicieron daño al caer. Los cascos azules de la ONU los interceptaron sin problemas. «No teníamos ni idea de la situación política de la isla. No sabíamos que estaba dividida y mucho menos que esa zona que la dividía era un territorio sin Estado y sin leyes», señala. Los soldados curaron sus heridas y trataron de mediar con ellos: «Lo primero que nos preguntaron es si teníamos un test negativo de COVID-19, pero no teníamos nada de eso. Nos dieron mantas y algo de comer. Controlaron los documentos y después nos hicieron muchas preguntas».
Ahí comenzó su verdadera desgracia. «No podíamos regresar a Turquía porque ya habíamos traspasado su zona de competencia territorial y tampoco el Gobierno de Chipre del sur nos quería», incide. En efecto, el presidente, Nikos Anastasiadis, no quería sembrar un precedente con su caso. Una cosa es entrar de forma ilegal y sin ruido la frontera y otra que los soldados de la ONU oficialicen la entrada irregular de inmigrantes en el país para solicitar protección internacional. Así que ella y sus dos amigos quedaron literalmente atrapados en esta triste trinchera. «Nos dieron una tienda de campaña azul. Una para los tres», señala Grace. Los soldados instalaron la precaria morada detrás del único bar de la conocida como línea verde, que mide un total de 180 kilómetros. El dueño del bar, un tipo simpático, les permitía ir al baño y les dejó las claves de la wifi: «Fueron seis meses de total angustia. No sabíamos lo que iba a pasar con nosotros. Pero yo le pedía a Dios todas las noches que nos ayudase, que intermediara en la decisión de nuestro caso».
Conseguían comida gracias a la Embajada de Portugal y a la ONU. Los días pasaban todos iguales en este limbo y Grace estaba devastada psicológicamente. Uno de los tres chicos logró escapar y la actitud de los soldados cambió radicalmente. «Empezaron a tratarnos mal. Me seguían a todas partes, vigilantes, incluso cuando iba al baño», asegura la joven camerunesa. Entonces leyó algo en la prensa que le devolvió la esperanza. El Papa Francisco iba a traerse un grupo de refugiados de su viaje a Chipre. «Sabía que era prácticamente imposible, pero recé con todo mi ser para que pudiéramos ser los elegidos». «El milagro», como ella lo llama, se hizo realidad en pocos días. Grace, su amigo, y otras diez personas viajaron a mediados de diciembre a Roma con un visado para entrar legalmente en Europa. Nada más pisar el aeropuerto de Fiumicino, el grupo, que ya ha comenzado las lecciones de italiano, solicitó el asilo político y dentro de poco tendrán la entrevista para ser reconocidos oficialmente como refugiados. La Comunidad de Sant’Egidio se está ocupando de todos los trámites burocráticos. Grace, que ahora vive en una de las casas que esta organización tiene en el céntrico barrio de Trastévere, solo piensa en poder ayudar a su familia a escapar del infierno de su país.
500 visados por año
En 2016 tres organizaciones religiosas (Sant’Egidio, que asume la mayor parte de las responsabilidades, la Federación de Iglesias Evangélicas de Italia y la Mesa Valdense) firmaron con el Gobierno italiano un acuerdo para traer de forma legal y acoger e integrar a refugiados en algunos países europeos. Desde entonces, más de 4.500 personas se han beneficiado de este proyecto piloto financiado por entero por las asociaciones religiosas. Las autoridades gubernamentales colaboran en el ámbito de la seguridad, conceden los visados y tienen que dar su aprobación a cada una de las llegadas.
Gian Carlo Penza es uno de los voluntarios de la Comunidad de Sant’Egidio que se encarga de seleccionar los perfiles, organizar el viaje y el proceso de acogida. «Los corredores humanitarios surgen de la urgente necesidad de frenar la sangría de muertes en el Mediterráneo. La Unión Europea articula en sus estatutos la posibilidad de que cada Estado miembro del espacio Schengen pueda emitir 500 visados al año por razones humanitarias», explica. Con esta herramienta jurídica bajo el brazo, cualquier país puede activar esta puerta de entrada legal a Europa. Los criterios de selección son fundamentalmente tres: vulnerabilidad, adaptabilidad –por lo que se privilegian los casos de jóvenes o personas con una alta capacidad para adaptarse al país de acogida–, y que la persona haya sufrido algún tipo de persecución política. «Aquí también podemos incluir casos de mujeres que se han opuesto a prácticas como la ablación. Jurídicamente las personas que huyen de sus países por razones económicas no están amparadas por el derecho al asilo político», justifica Penza. Actualmente, el protocolo funciona en el Líbano y Etiopía. Dos países tradicionalmente receptores de inmigrantes.
El caso de Grace, como el de las tres familias de refugiados que Francisco se trajo desde Lesbos, es distinto, porque ya se encontraban en suelo europeo. Penza voló este lunes a Chipre para ultimar las gestiones y traerse a otras 17 personas que llegarán a Roma en los próximos días. De momento han llegado doce, pero serán en total medio centenar.