El mandamiento nuevo del amor
V domingo de Pascua / Evangelio: Juan 13, 31-33a. 34-3
En el quinto domingo de Pascua el Evangelio de Juan se sitúa en los discursos de despedida: esos pasajes (a partir del capítulo 13 hasta el 17) en que Jesús habla desde el corazón a sus discípulos, preparándolos para lo que viene y para lo que luego empezará. Son los discursos del adiós, discursos de despedida, llenos de amor, entrañables.
El Evangelio de este domingo subraya, en primer lugar, la salida de Judas: se marcha, no aguanta más. Judas no ha llegado a amar a Jesús y, sin embargo, está con Jesús. Si en nosotros el acompañar a Jesús no tiene como efecto que desde el corazón abierto a Él recibamos la pasión divina del amor, antes o después nos iremos también. Judas se marcha; Jesús no lo expulsa, pero él se va. Podemos ser apáticos, sin pasión. Y podemos ser apasionados. Pero tenemos que saber que la pasión por el Señor es un don del Cielo que hay que recibir con el corazón abierto, dispuesto a enamorarse. De este modo, podremos hasta negar al Señor, pero nunca nos levantaremos del todo de la mesa para marcharnos. En segundo lugar, en el Evangelio se percibe cómo cuando sale Judas cambia la atmósfera. Se ha marchado el que creaba la tensión, el que hacía que aquella comunidad no pudiera hablar. También nosotros lo experimentamos cuando, dentro de la familia o en el grupo de amigos, hay alguna persona airada, que no es capaz de hablar con moderación. Los demás se callan y se apaga ese clima en el que todos pueden hablar con confianza. Cuando Judas se marcha pueden hablar. Y Jesús habla. Les dice que ha llegado la hora de la gloria.
El Hijo va a dar gloria a Dios, ha llegado el momento. Y dar gloria a Dios es obedecer como Hijo, entregarse como Hijo. Es la cruz. Sufriendo aprendió a obedecer y llegó a la perfección, a la realización total. Ahora es humanamente también el Hijo de manera plena, porque ha realizado en lo humano la obediencia que caracteriza al Hijo en la eternidad. Pero ahora Dios lo va a glorificar, porque al entregarse totalmente en obediencia lo va a confirmar, a resucitar. Nos dirá: «Sí, es mi Hijo». Y entonces quedará glorificado.
Finalmente, el Evangelio muestra cómo la despedida de Jesús es un mandamiento, una herencia, un testamento: «Amaos los unos a los otros». Esta es la señal de los discípulos de Jesús, en esto los reconocerán. Él se va, pero Él se queda bajo el amor que se tienen unos a otros en la comunidad. Es la señal de que esta es la comunidad del Señor, de que Él habita en ella. Si se rompe ese amor los demás no verán su presencia y no lo reconocerán.
La novedad del mandamiento del amor que Jesús deja en herencia a sus discípulos como el bien más preciado está propiamente en ese «como yo os he amado». El mandamiento es nuevo porque nueva es la medida del amor, porque nuevo es Aquel que pide tal amor. Vivir y amar como Jesús: este es el fundamento de la vida cristiana. No se trata simplemente de imitación. El modo con que se nos pide amar recibe la fuerza y la capacidad de hacerlo del mismo Jesús. Porque Él nos ha amado antes y nos ha introducido en su vida de amor, nosotros podemos «amarnos los unos a los otros». Sin esta comunicación de amor de Dios en nosotros, abriéndonos a la acogida de su don, sería utópico llevar a la práctica este mandamiento único y novedoso.
Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijitos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros».