El lugar de Dios - Alfa y Omega

El lugar de Dios

Miércoles de la 13ª semana de tiempo ordinario / Mateo 8, 28-34

Carlos Pérez Laporta
Los cerdos arrojados al mar de James Tissot. Museo de Brooklyn, Nueva York.

Evangelio: Mateo 8, 28-34

En aquel tiempo, llegó Jesús a la otra orilla, a la región de los gadarenos.

Desde el sepulcro dos endemoniados salieron a su encuentro; eran tan furiosos que nadie se atrevía a transitar por aquel camino.

Y le dijeron a gritos:

«¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido a atormentarnos antes de tiempo?». A cierta distancia, una gran piara de cerdos estaba paciendo. Los demonios le rogaron:

«Si nos echas, mándanos a la piara». Jesús les dijo:

«Id».

Salieron y se metieron en los cerdos. Y la piara entera se abalanzó acantilado abajo al mar y se murieron en las aguas.

Los porquerizos huyeron al pueblo y lo contaron todo, incluyendo lo de los endemoniados.

Entonces el pueblo entero salió a donde estaba Jesús y, al verlo, le rogaron que se marchara de su país.

Comentario

Jesús no sólo tiene poder sobre la naturaleza, sino que también vence el mal y al maligno, en tierra extranjera. En ese caso, basta incluso su mera presencia; pues, a penas dice una palabra en todo el evangelio: allí donde llega remueve el mal, y ordena la realidad con su sola presencia. Basta ponerse en su presencia silenciosa para que las fuerzas del pecado comiencen a revolverse para salir de nosotros. Su presencia polariza el mal y lo somete porque los endemoniados «salieron a su encuentro» de los sepulcros. Se agitan pese a que nada ha dicho Jesús. Nada puede escapar de su poder.

Por eso, ante el episodio de la expulsión y la muerte de los cerdos, «el pueblo entero salió a donde estaba Jesús y, al verlo, le rogaron que se marchara de su país». Los demonios le piden ir a la piara de cerdos, pero el pueblo entero le pide que se marche. El resto de habitantes del pueblo no estaban endemoniados, pero rechazan su presencia. Ni siquiera le han escuchado una sola vez. En su poder sobre el mal y en el sentido de la muerte de los cerdos, la presencia de Jesús clamaba por su conversión: debían acoger la ley de Dios, buscar tener algo que ver con Él.

Tantas veces nosotros, sin estar endemoniados, sencillamente huimos de su presencia. Si no en toda nuestra vida, no dejamos que alcance determinados ámbitos en los que queremos vivir según nuestra medida. Allí la presencia de Dios nos sobra. No queremos que nos hable allí. No queremos que tenga nada que ver con Él. Y donde no ocupa Dios su lugar, cabe todo el mal del mundo.