El lindo don Diego: Nada de lo bueno pasa (del solomillo y los cocineros) - Alfa y Omega

Representar a los clásicos, hacerlo con garbo, gracia y, a la vez, fidelidad, no es fácil. Pero sí debe de ser una gran satisfacción para quien dirige, quien actúa y quien adapta. Todo es importante para llegar al espectador contemporáneo, mucho más si éste es joven. Y tal es el caso por goleada.

El lindo don Diego, de Agustín Moreto, versión de Joaquín Hinojosa y dirigida por Carles Alfaro, que la Compañía Nacional de Teatro Clásico presenta en el Teatro Pavón, es una auténtica gozada. Es una muestra palpable de la perdurabilidad de los clásicos, de su riqueza, y también del buen gusto y tino de quienes han trabajado para llevarla a escena.

La obra, bastante representada en España en los últimos años —yo recordaba aquel Estudio 1 y a Juanjo Menéndez, genial, interpretando a Don Diego— cuenta la historia de un auténtico pelmazo enamorado de sí mismo, de su apariencia.

Es una comedia «de figurón», uno de los subgéneros dramáticos de nuestro Siglo de Oro donde el personaje central resulta ridículo por su vanidad, que le hace vivir una realidad paralela, ajeno a lo que realmente pasa, alguien trágico si no fuera por lo cómico que resulta.

Dos hermanas, Leonor e Inés, van a ser casadas por su padre, Don Tello, con 2 primos suyos, uno, Don Diego, verdaderamente insoportable, el otro, Don Mendo. Mientras, Don Juan, el enamorado de Doña Inés, está desesperado. El criado Mosquito y la criada Beatriz urden un engaño para que no se case Doña Inés, haciendo pasar a Beatriz por una condesa que está enamorada de él. Algo relativamente fácil, porque él piensa que todas las mujeres le adoran. La cosa se complica bastante, hay un engaño sobre otro y se llegan a sacar las espadas, pero al final todo se soluciona y el amor triunfa.

Especialmente relevante en mi opinión, aunque todos los actores están muy medidos, es la interpretación de Don Diego por Edu Soto. Digo esto porque me parece fácil que el personaje se vaya por la vía de la caricatura tradicional de «loca», perdiendo lo que es principalmente el personaje: un Narciso, en el que la orientación sexual sería secundaria. Pero no es así: el actor (asumo que el director también) no deja que se le vaya de las manos. De igual forma está fantástica Beatriz, Vicenta Ndongo, y Mosquito, Carlos Chamarro, el urdidor del engaño. ¡Qué diálogos los de Moreto y qué humor tan de hoy! Y qué gusto, sobre todo, da ver a los actores con algo de calidad donde poder mostrar lo buenos que son… Adaptar todo esto implica, seguro, mucho trabajo; decir el verso sin hacerse pesado es otro logro.

También mención especial y aparte merecen la dirección artística, el juego de espejos y transparencias en el escenario, los puntos musicales, y el vestuario, todo lo cual aligera, en mi opinión, la posible pesadez de una puesta en escena «clásica» y crea un lenguaje propio que apoya al texto, a lo que pasa.

En definitiva, «este» Lindo Don Diego forma un conjunto muy coherente y compacto que da como resultado que adolescentes estudiantes de instituto (que yo pensaba que no iban a callarse) acabaran atrapados y aplaudiendo a rabiar, encantados. Fue verdaderamente emocionante.

Cuando a las personas, acostumbradas a menudo a tomar hamburguesas de pésima calidad, comida rápida de bajo coste, les das un solomillo de un animal bien criado, con espacio, no estabulado, y alimentado con buen pienso, y cuando la carne está bien cocinada y bien servida, les encanta. El tipo de vaca, sus años, su raza y el modo en que fue criada es importante; pero que te la hagan llegar bien al plato es también de agradecer. No es sólo el solomillo, que lo es. Es también quienes lo preparan.

El lindo Don Diego

★★★★☆

Dirección:

Calle Embajadores, 9

Metro:

La Latina, Embajadores

OBRA FINALIZADA