El leproso se le acercó - Alfa y Omega

El leproso se le acercó

Viernes de la 12ª semana de tiempo ordinario / Mateo 8, 1-4

Carlos Pérez Laporta
Cristo cura al leproso. Georg Pencz. Metropolitan Museum of Art, Nueva York (Estados Unidos).

Evangelio: Mateo 8, 1-4

Al bajar Jesús del monte, lo siguió mucha gente. En esto, se le acercó un leproso, se arrodilló y le dijo:

«Señor, si quieres, puedes limpiarme». Extendió la mano y lo tocó, diciendo:

«Quiero, queda limpio».

Y en seguida quedó limpio de la lepra. Jesús le dijo:

«No se lo digas a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio».

Comentario

El leproso «se le acercó». Lo tenía prohibido, pero lo hizo. Y no solo estaba Jesús, sino que había «mucha gente». Aquel hombre pensó que la fuerza milagrosa de Jesús relativizaba la ley. Era superior a la ley. Y, a diferencia de la ley, era una persona: podía dirigirse a Él y suplicarle.

Por eso, al acercarse «se arrodilló». Esto ya debió de traerle un gran descanso a su dolor y desasosiego. Había un rostro ante quien arrodillarse a suplicar. Dios no era un vacío, una distancia, una soledad. Dios era ahí para él un hombre ante quien poder arrodillarse y suplicar. Dios era alguien que le miraba y le escuchaba.

«Señor, si quieres, puedes limpiarme». No exige. Señala su poder. Su súplica apunta a un poder personal que libremente actúa: «Si quieres, puedes». Y se somete a esa discreción de Jesús: su súplica es ese sometimiento a la voluntad de Jesús. Porque le reconoce no solo la fuerza sino la voluntad de hacer lo oportuno. Dios para él no solo es una fuerza que resuelve problemas, ante la cual acudir mecánicamente. Dios tiene una voluntad que decide por motivos que en su corazón considera. Someterse a la voluntad de Dios no es estoicismo; es reconocerle a Dios un corazón más alto que el nuestro.

Jesús «extendió la mano y lo tocó diciendo: “Quiero, queda limpio”». Primero le tocó. Si el leproso había roto la barrera de la distancia que marcaba la ley por acercarse, Jesús la rompe aún más: le toca. Dios no solo está cerca. Sino que con su mano extendida llega a alcanzarnos. Estamos al alcance de su mano. Nuestra vida, nuestra situación, no está lejos de Dios. Está en sus manos. Y esa cercanía había sido ya suficiente. Ese contacto había sido suficiente. La lepra no aleja a Dios que le sostiene. Dios está con él incluso en la lepra. Pero añade las palabras que regeneran al leproso. Su voluntad se hace y queda limpio. Porque solo quedamos totalmente limpios si, después de suplicarlo, Dios lo quiere. Y después le manda a cumplir la ley. Jesús no es una voluntad ajena a la ley. Ha venido a darle cumplimento.