La generosidad y el cariño, la búsqueda y la entrega, la ternura y la sonrisa. Estos sustantivos y puede que otros tantos, son la clave de El invierno bajo la mesa, una pieza en la cuerda floja del teatro del absurdo del siglo pasado, del belga Roland Topor, que en la Sala Bululú ha despegado con éxito de aplausos bajo la dirección de Yolanda Monreal.
Una comedia sobre el coraje y el amor, me explico. Sobre el coraje porque hay que ser muy héroe para subarrendar la mesa de tu casa y abrir las puertas de tu vida a un inmigrante del que apenas sabes algo. Un coraje sencillo y militante que profesa la protagonista de la pieza, Flor (una brillante Nini Dols), a la hora de dejar que le acaricien los pies, a la hora de compartir el tiempo, su tiempo, y a la hora de enredarse en las palabras. Y claro, todo con Dragomir, el inquilino que vive bajo su mesa. Un inmigrante que arregla zapatos y sonríe cada vez que mira hacia arriba. Pero no hablamos de una sonrisa cualquiera, no. Se trata de una sonrisa silenciosa. Por otra parte, también estamos ante una comedia de amor, pero eso sí, a la antigua usanza. Dos enamorados, claro está, que quedan presos el uno del otro por la mera humanidad. La cotidianeidad será lo que les inste a vivir el uno para el otro. Son inquilinos que sabiéndolo o no, comparten un hueco de eso que llaman casa y sin querer construyen un hogar.

Algo así debió de pensar la amiga de Flor o quizá su jefe. Seres francamente ridículos. Bajo la excusa de querer ayudar a la joven, intentarán por todos los medios cortar las alas a los sueños; si lo consiguen o no tienen que adivinarlo. Resulta fascinante contemplar desde el silencio el papel que ocupan cada uno como pieza del engranaje difícil de la vida. Porque a veces no nos permitimos soñar. A veces no nos permitimos amar, o si lo hacemos, siempre con condiciones. Que si un necesito que… o un siempre y cuando… Lo cierto es que vivir bajo una mesa debe ser comparable a eso de vivir con las ventanas siempre abiertas. El único problema estriba en saber quién vive arriba, por si urge una llamada a deshora o un te necesito un minuto.

Me impresionó mucho la obra en general. Por momentos vi a Kafka languideciendo por los rincones del teatro y la comedia alcanzó una tierna locura que arrancaba sonrisas. También por momentos me dieron ganas de abrazar a Flor para que me contagiara su entusiasmo por la vida y su humildad para abrazarla con sus esquinas y grisuras. Los primos inmigrantes, los subarrendados de debajo de la mesa, nos devuelven la imagen de los miles de rostros que nos cruzamos a diario por las calles y a los que no preguntamos ni sus nombres. Hombres y mujeres que viven vaya a saber dónde pero con una ternura que les sobredimensiona. Bonito homenaje.
Ya saben. Si lo que buscan es un canto a la esperanza, un recorrido por el alma femenina, una humanidad redundante… Una fábrica de sueños, en suma; acérquense a ver y vivir esta pieza teatral. A medio camino entre el teatro del absurdo y el surrealismo, ahí, en el centro: el corazón a flor de piel. Apuesten por unos minutos de magia. Degusten la amistad y la sonrisa… Silenciosa.
★★★☆☆
Sala Bululú
Calle Canarias, 16
Palos de la Frontera, Delicias
OBRA FINALIZADA
