En una televisión hecha trizas por las plataformas digitales y el consumo a la carta, en la que la tiranía de los audímetros devora cuanto toca, mantenerse durante 15 años en la parrilla y hacerlo con un crecimiento constante, siendo el rey indiscutible del prime time, son palabras mayores. Por eso, y aunque hay vida televisiva más allá de las audiencias, vayan mis mayores respetos para El Hormiguero, la casa de Pablo Motos, que está marcando una época al estilo de lo que pudo ser en su día el Un, dos, tres (y verán que no exagero).
El Hormiguero no es un concurso, pero coincide con el programa del gran Chicho Ibáñez Serrador en que es muchas cosas al mismo tiempo. Es, sobre todo, una entrevista, ya que han pasado por el micro de las hormigas las mayores estrellas nacionales e internacionales de los ámbitos culturales y políticos más diversos; pero es también humor, magia, ciencia, tertulia de actualidad…
El programa arrancó en 2006, en Cuatro, y a partir de 2011 no ha hecho más que crecer en Antena 3. Raro es el día que no da el minuto de oro en los citados audímetros.
Pablo Motos está muy bien rodeado de un equipo de colaboradores (magníficos guionistas incluidos). Ha tenido sus claroscuros y meteduras de pata, porque el que habla mucho y se expone mucho, ya se sabe. Pero son historia de la televisión reciente programas como los de Isabel Pantoja o la inolvidable entrevista a Martínez-Almeida, el alcalde de Madrid, que terminó de karaoke con Carlos Latre sin hacer el ridículo y, si se descuida Motos, acaba presentando el programa.
No hay que estar de acuerdo en todo lo que hacen para reconocer en ellos a auténticos animales televisivos. Para que las deslumbrantes cigarras que pasan por el show puedan dar el cante, se necesitan muchas hormigas detrás trabajando duro y a diario. Larga vida a quienes, a Trancas y Barrancas, se dejan las antenas por entretenernos. b