El hombre con su bikini - Alfa y Omega

«Adán puso nombre a todos los animales», dice el libro del Génesis. El filósofo alemán Walter Benjamin imaginó al primer hombre en ese proceso como un pensador preclaro, capaz de vislumbrar las palabras mismas con las que Dios había creado todas las criaturas, y de traducirlas con toda exactitud al lenguaje humano. El muy sesudo Adán habría penetrado la realidad hasta sus profundidades divinas, donde cada cosa es sostenida por la Palabra de Dios. El pecado original, sin embargo, lo habría echado todo a perder, al malograr la capacidad cognitiva y conceptual de los hombres. Todo habría derivado en la confusión actual.

Esta teoría es tan interesante como excesiva. Porque se toma demasiado en serio al primer hombre y sus capacidades intelectuales. Y lo peor de todo es que obliga a Adán a tener un concepto demasiado elevado de sí mismo, cosa que nunca sale demasiado bien. Ese, creo yo, habría sido el verdadero pecado original. La soberbia de una inteligencia definitiva, sin fe y sin gracia, fue la que nos condujo a Auschwitz.

Acertaron más los padres de la Iglesia cuando imaginaron a Adán en plena edad infantil. El proceso por el que habría dado su nombre a los animales habría estado más cerca del juego que del razonamiento filosófico. Pues, después de todo, la inteligencia mezclada con la diversión tiene más que ver con la gracia preternatural y con la acción creadora de Dios que toda la circunspección reflexiva del ilustrado. Al primer hombre hay que imaginarlo sin demasiada intención de hacerse cargo de las consecuencias de sus actos. Grácil. Niño. Tontorrón y simpático.

Bob Dylan lo vio claro cuando escribió Man gave names to all the animals, al describir el proceso con razonamientos poco consistentes de resultados dubitativos. Así, al toparse con un animal peludo que rugía tuvo la ocurrencia de llamarlo oso («Ah, think I’ll call it a bear»). Cuando encontró otro de tamaño normal, ni grande ni pequeño, de cara sucia y cola rizada, le pareció oportuno llamarlo cerdo («Ah, think I’ll call it a pig»).

Con todo, los de La Mandrágora pensaron que Dylan aún se quedaba corto, y que todo aquello seguía siendo demasiado severo. Así que, al traducir la canción, buscaron la verdad en la inexactitud melodiosa de la rima. Para ellos, asumir que el hombre nombraba las criaturas «in the beginning» pasaba por pensar «que puso nombre a los animales con su bikini». El ridículo y la imprecisión van aquí en beneficio de la verdad. Adán, de ese modo, «al cocodrilo lo llamó cocodrilo porque en el Nilo nadaba con estilo». Y cuando «vio un caballo alto que no usaba gafas, por supuesto le puso jirafa». Porque la eufonía dice más de la música insondable con la que fue creado el mundo que toda la laboriosa capacidad abstractiva del hombre.

Por eso, también ha hecho más por la claridad conceptual del lenguaje Rodrigo Cortés con su Verbolario que todo el saber enciclopédico del siglo de las luces. La editorial Random House ha decidido compendiar su esfuerzo diario en ABC por «desnudar palabras, esquivar su significado común para tratar de alcanzar el verdadero. Que es, casi siempre, el opuesto». Porque acertar está más cerca de «equivocarse con suerte» o de «fallar adrede», y todo razonamiento orgulloso de sí mismo es sinónimo de «coartada» y «autoengaño». Así, las definiciones al uso habrían solo garantizado esa «nitidez con que se perciben los detalles que no estaban».

Verbolario es un juego y un experimento, y también una forma de contar la verdad. Pero una verdad afincada en el mundo del niño, con la fuerza creadora del poeta, que es a la vez «codificador de la realidad» y «descodificador de la verdad». El lírico, al maridar con sus metáforas cosas distintas, consigue velar su definición clara y distinta, pero con ello desvela segmentos de verdad que no relucen para la sobriedad del intelectual. Porque al decir que «nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar» está claro que mentimos; pero al hacerlo decimos mucha más verdad y de forma mucho más breve que si nos pusiéramos a conceptualizar la vida.

Si acierta más la alegoría —que es la «literalidad desviada un grado»— es porque la diferencia es la «cualidad que hace comparables las cosas parecidas». La metáfora funciona porque lo diferente es extrañamente «igual, pero de otra manera». Porque «la ruta del borracho gana siempre a la visita guiada. Y es más corta». El sentido metafórico es así «velo que envuelve el sentido recto de las cosas sin obstaculizar su visión». El niño poeta fue quien creó el lenguaje con mucho acierto en sus errores, porque comparó cosas no comparables, distintas. Y con ello recuperaba la memoria escondida de Dios que todo lo habría creado a la vez, y entresacó el nexo que unía todo lo distinto, «que es igual a algo que ya nadie recuerda».